Muchas veces, cuando digo que soy de Croacia la gente suele a hablarme de la Unión Soviética, del hielo y el comunismo. Pero, si les digo que soy de Yugoslavia su GPS mental me ubica más fácilmente en la tierra de Tito, del buen baloncesto y las películas de Kusturica. (También noto que casi todos mis locutores acaban lamentando la desaparición de mi ex país.)
El sábado pasado la City TV de Barcelona emitió una película que habla de la lucha antifascista del “pueblo yugoslavo” durante la Segunda Guerra mundial. La película se titula “Neretva”. Me emocioné al ver una película de mi infancia sincronizada en catalán, y sobre todo al escuchar las palabras del final de la película donde el narrador homenajeaba la lucha “de un pueblo orgulloso que se levantó contra la poderosa Alemania nazi, sacrificando una octava parte de su población para cumplir el sueño de creación de una nueva nación; yugoslava.” Los sueños, sueños son.
Yo nací yugoslavo, y desde que Yugoslavia no existe soy libre de nacer donde quiero. Mi antiguo país no era como los demás países de la región gracias a un gran NO positivo que le dio Tito a Stalin en el año 1948. Desde entonces, el Mariscal, con una gran habilidad negociadora, mantenía el rumbo No Alineado equilibrando entre los dos grandes bloques militares de la guerra fría. Para algunos Tito era un gran líder y para otros era un gran hijo de puta. Mis recuerdos de él son positivos, incomparablemente más que el recuerdo que guardo a sus sucesores, a los que revertieron la guerra fría en guerra civil.
Mi familia materna es católica, pero el abuelo guardaba con orgullo el carné del Partido Comunista. Era camionero y le gustaba mucho la vida de carretera, los barres y la gente. No celebraba la Navidad pero con mucho gusto aceptaba la invitación a todas las fiestas religiosas a las que le invitaban. Y, le invitaban mucho.
El régimen de Tito no era como el de la vecina Albania donde en uno de los primeros artículos de la constitución ponía “El Díos no existe”. En Yugoslavia cada uno era “libre” de expresar sus sentimientos religiosos, pero haciéndolo no podría aspirar a un buen trabajo u otras “comodidades” de la lucha del proletariado. Por ese motivo la Navidad y otras fiestas religiosas se celebraban más en el pueblo, donde la gente vivía de agricultura.
Mi abuelo serbio era uno de ellos y celebraba la Navidad ortodoxa y la Slava (leer más en http://lospapelesdeboris.blogspot.com/2005/11/el-mazo.html ), el San Esteban que es el santo protector de mi familia paterna. Los principales invitados a estás fiestas eran el cura ortodoxo que leía el sermón y mi abuelo comunista católico quien ocupaba el lugar de honor sentado al lado de mi abuelo paterno.
Con las primeras elecciones democráticas la gente empezó a celebrar masivamente la Navidad y realmente fue una sensación muy bonita porque los vecinos, amigos y compañeros de trabajo se invitaban mutuamente a las fiestas, y el periodo entre la Navidad católica y la Navidad ortodoxa (7 de enero), con la Noche Vieja en el medio, se convirtió en un gran carnaval en el que se intercambiaban las delicias culinarias y las mejores costumbres de hospitalidad que profesaban las dos religiones. Reinaban los instintos básicos y todos estaban (o lo parecían estar) felices por poder compartir sus diferencias.
Luego los políticos (para no quedarse en el paro) decidieron incluir la identidad nacional y la(s) Historia(s) entre los instintos básicos y la gente feliz se empezó a disparar y degollar mutuamente en el nombre de las diferencias.
Yo, en el honor a mis abuelos, sigo practicando la promiscuidad gastronómica y disfruto de todas las creencias religiosas, siempre que estén bien enplatadas.
El sábado pasado la City TV de Barcelona emitió una película que habla de la lucha antifascista del “pueblo yugoslavo” durante la Segunda Guerra mundial. La película se titula “Neretva”. Me emocioné al ver una película de mi infancia sincronizada en catalán, y sobre todo al escuchar las palabras del final de la película donde el narrador homenajeaba la lucha “de un pueblo orgulloso que se levantó contra la poderosa Alemania nazi, sacrificando una octava parte de su población para cumplir el sueño de creación de una nueva nación; yugoslava.” Los sueños, sueños son.
Yo nací yugoslavo, y desde que Yugoslavia no existe soy libre de nacer donde quiero. Mi antiguo país no era como los demás países de la región gracias a un gran NO positivo que le dio Tito a Stalin en el año 1948. Desde entonces, el Mariscal, con una gran habilidad negociadora, mantenía el rumbo No Alineado equilibrando entre los dos grandes bloques militares de la guerra fría. Para algunos Tito era un gran líder y para otros era un gran hijo de puta. Mis recuerdos de él son positivos, incomparablemente más que el recuerdo que guardo a sus sucesores, a los que revertieron la guerra fría en guerra civil.
Mi familia materna es católica, pero el abuelo guardaba con orgullo el carné del Partido Comunista. Era camionero y le gustaba mucho la vida de carretera, los barres y la gente. No celebraba la Navidad pero con mucho gusto aceptaba la invitación a todas las fiestas religiosas a las que le invitaban. Y, le invitaban mucho.
El régimen de Tito no era como el de la vecina Albania donde en uno de los primeros artículos de la constitución ponía “El Díos no existe”. En Yugoslavia cada uno era “libre” de expresar sus sentimientos religiosos, pero haciéndolo no podría aspirar a un buen trabajo u otras “comodidades” de la lucha del proletariado. Por ese motivo la Navidad y otras fiestas religiosas se celebraban más en el pueblo, donde la gente vivía de agricultura.
Mi abuelo serbio era uno de ellos y celebraba la Navidad ortodoxa y la Slava (leer más en http://lospapelesdeboris.blogspot.com/2005/11/el-mazo.html ), el San Esteban que es el santo protector de mi familia paterna. Los principales invitados a estás fiestas eran el cura ortodoxo que leía el sermón y mi abuelo comunista católico quien ocupaba el lugar de honor sentado al lado de mi abuelo paterno.
Con las primeras elecciones democráticas la gente empezó a celebrar masivamente la Navidad y realmente fue una sensación muy bonita porque los vecinos, amigos y compañeros de trabajo se invitaban mutuamente a las fiestas, y el periodo entre la Navidad católica y la Navidad ortodoxa (7 de enero), con la Noche Vieja en el medio, se convirtió en un gran carnaval en el que se intercambiaban las delicias culinarias y las mejores costumbres de hospitalidad que profesaban las dos religiones. Reinaban los instintos básicos y todos estaban (o lo parecían estar) felices por poder compartir sus diferencias.
Luego los políticos (para no quedarse en el paro) decidieron incluir la identidad nacional y la(s) Historia(s) entre los instintos básicos y la gente feliz se empezó a disparar y degollar mutuamente en el nombre de las diferencias.
Yo, en el honor a mis abuelos, sigo practicando la promiscuidad gastronómica y disfruto de todas las creencias religiosas, siempre que estén bien enplatadas.
Comentarios
Es creador de GOLI OOK - isla para presos políticos, isla que está en Croacia... Por cierto "el viejo", como le llamábais los croats hizo cosas muy buenas pero sólo para croata... en fin. Lo digo en honor a la verdad.
si después de haber leído todo lo que yo había escrito en este texto te quedaste con Tito, te propongo que te buscaras otras actividades para disfrutar de tu tiempo y que leas cosas que te emocionan menos.
Por cierto ¿recuerdas cómo te sentías cuando juraste que ibas a ser "dobar pionir"?
Un saludo