El otro día fui a ver la película “Malas temporadas”. Uno de los personajes principales de la película es un buen jugador de ajedrez que a través de este maravilloso juego de estrategia intenta convencer a un adolescente uno se enfrenta a las dificultades. En un momento del filme, le dio un buen consejo: “Cuando las cosas se ponen feas lo último que tienes que hacer es desesperar. Lo que tienes que hacer es afianzar lo que es tuyo y esperar”.
Siempre que pienso en el ajedrez me acuerdo de un cartel que vio mi padre en un bar-restaurante de una carretera del sur de Bosnia. Se ve que el sitio era realmente auténtico. Lo comprobaron después de comer cuando Drago, el compañero de trabajo de mi padre que le acompañaba en el viaje, pidió si tenían palillos de dientes. El camarero, y probablemente dueño del restaurante, le contestó: “Teníamos muchísimos, pero los conductores de camión… ya sabes cómo son,… los cogen, los utilizan y no los devuelven,… así que decidí dejar de ponerlos”.
A Drago esta respuesta no le sentó nada bien y, preocupado por la calidad higiénica de la comida que se encontraba en sus intestinos, salió a coger aire. Mi padre se acercó a la barra para pagar la factura y allí vio un cartel que ponía: “¡Prohibido jugar al ajedrez!”.
“Disculpe señor, pero ¿por qué está prohibido jugar a ajedrez?” –le preguntó al camarero.
“Para evitar peleas” –contestó y le explicó que la gente solía ir a jugar y acababan pegándose y en algunos casos incluso había habido heridos por navajazos.
Si el ajedrez provocaba esta violencia, os podéis imaginar el comportamiento que provoca una guerra.
Siempre que pienso en el ajedrez me acuerdo de un cartel que vio mi padre en un bar-restaurante de una carretera del sur de Bosnia. Se ve que el sitio era realmente auténtico. Lo comprobaron después de comer cuando Drago, el compañero de trabajo de mi padre que le acompañaba en el viaje, pidió si tenían palillos de dientes. El camarero, y probablemente dueño del restaurante, le contestó: “Teníamos muchísimos, pero los conductores de camión… ya sabes cómo son,… los cogen, los utilizan y no los devuelven,… así que decidí dejar de ponerlos”.
A Drago esta respuesta no le sentó nada bien y, preocupado por la calidad higiénica de la comida que se encontraba en sus intestinos, salió a coger aire. Mi padre se acercó a la barra para pagar la factura y allí vio un cartel que ponía: “¡Prohibido jugar al ajedrez!”.
“Disculpe señor, pero ¿por qué está prohibido jugar a ajedrez?” –le preguntó al camarero.
“Para evitar peleas” –contestó y le explicó que la gente solía ir a jugar y acababan pegándose y en algunos casos incluso había habido heridos por navajazos.
Si el ajedrez provocaba esta violencia, os podéis imaginar el comportamiento que provoca una guerra.
Comentarios
la sociededad en la que vivimos nos obliga a competir unos con otros, en vez de estimular la interacción como el medio de crecimiento personal.
Gracias por las felicitaciones. Me alegré muchísimo cuando vi el libro de CaféDiverso y mis historias publicadas. Ha sido un proyecto muy bonito
un abrazo