Algunos dirán “¡Por qué no te calles! si ni siquiera eres de aquí”, pero, estoy aquí y esto de callarme no se me da muy bien. Pero, esta vez quizá me hubiera callado si no fuera por haber escuchado al “mataor” Joselito llamar a la práctica taurina, “Fiesta de Toros”.
Poner nombre de “Fiesta de Toros”, a un evento sádico que consiste en pinchar a un pobre animal hasta agotarle las últimas neuronas y clavarle la espada al cuello para terminar, es como llamar al Holocausto: “Fiesta de Judíos”. (El concepto de fiesta, en mi entender, es un evento lúdico en el cual todos los seres presentes disfrutan (incluso los camareros))
Y, una vez más (como siempre que surja la polémica en la relación Madrid-Barcelona), gracias al oportunismo de los políticos que usan la identidad nacional para canalizar las energías y los ánimos de sus votantes, se levantó la polémica alrededor de un tema periférico. Ya les viene bien para distraernos de su incapacidad de actuar como seres responsables y consientes, y buscar acuerdos para solucionar los temas de mucha mayor importancia.
Yo no veo el tema de la propuesta de la prohibición de la práctica taurina como un problema identitario. Vivo en Cataluña y no recuerdo haber tenido, o escuchado, ninguna conversación que pusiera la afición, o el rechazo, por la tauromaquia en relación con la identidad catalana.
Personalmente, no estoy de acuerdo con la iniciativa de llevar la propuesta hasta el Parlament (creo que hay temas mucho más importantes que debatir allí) y la prohibición, en mi entender, debería ser el último recurso que emplee una democracia.
Creo en el progreso de la conciencia humana y, aunque la humanidad no progresara a mismas velocidades, esperaría a que esta práctica se extinguiese por falta de interés. Es cuestión de poco tiempo.
La tauromaquia es una actividad que tiene antecedentes que se remontan a la Edad de Bronce y, como tal, merece tener su lugar en la historia y en la memoria, como un motivo folclórico para las fiestas sin sangre.
(Las luchas de los gladiadores también eran consideradas una “fiesta”, pero con el tiempo evolucionaron en competiciones deportivas donde no es necesario quedarse con las orejas de nadie.)
Poner nombre de “Fiesta de Toros”, a un evento sádico que consiste en pinchar a un pobre animal hasta agotarle las últimas neuronas y clavarle la espada al cuello para terminar, es como llamar al Holocausto: “Fiesta de Judíos”. (El concepto de fiesta, en mi entender, es un evento lúdico en el cual todos los seres presentes disfrutan (incluso los camareros))
Y, una vez más (como siempre que surja la polémica en la relación Madrid-Barcelona), gracias al oportunismo de los políticos que usan la identidad nacional para canalizar las energías y los ánimos de sus votantes, se levantó la polémica alrededor de un tema periférico. Ya les viene bien para distraernos de su incapacidad de actuar como seres responsables y consientes, y buscar acuerdos para solucionar los temas de mucha mayor importancia.
Yo no veo el tema de la propuesta de la prohibición de la práctica taurina como un problema identitario. Vivo en Cataluña y no recuerdo haber tenido, o escuchado, ninguna conversación que pusiera la afición, o el rechazo, por la tauromaquia en relación con la identidad catalana.
Personalmente, no estoy de acuerdo con la iniciativa de llevar la propuesta hasta el Parlament (creo que hay temas mucho más importantes que debatir allí) y la prohibición, en mi entender, debería ser el último recurso que emplee una democracia.
Creo en el progreso de la conciencia humana y, aunque la humanidad no progresara a mismas velocidades, esperaría a que esta práctica se extinguiese por falta de interés. Es cuestión de poco tiempo.
La tauromaquia es una actividad que tiene antecedentes que se remontan a la Edad de Bronce y, como tal, merece tener su lugar en la historia y en la memoria, como un motivo folclórico para las fiestas sin sangre.
(Las luchas de los gladiadores también eran consideradas una “fiesta”, pero con el tiempo evolucionaron en competiciones deportivas donde no es necesario quedarse con las orejas de nadie.)
Comentarios
La excitación de mi familia contagiaba tal entusiasmo que me integré rápidamente en aquella agitación popular. Además, a esa edad (alrededor de 11 años) uno piensa: "si lo hacen los mayores, debe ser bueno".
Cuando estaba a punto de finalizar una de las "faenas", el toro se retiró de la lucha. Leno de sangre y goteando la poca que le quedaba, se encaminó hacia el centro de la plaza y empezó a mugir, mirando al público.
Aún hoy, cuando lo recuerdo, resuena en mis entrañas aquella llamada de socorro, mezcla horror e impotencia.
No he vuelto a presenciar una corrida de toros. Para una familia taurina como la mía soy considerado un rebelde. Pero prefiero estar a gusto con mi conciencia.
"Si os gustan los animales, ¿por qué les haceis esto?"
Tienes exactamente el mismo derecho a hablar sobre este tema (y cualquiera que te apetezca) que un español, que éso te quede claro :) y me alegra leer que tú también eres antitaurino.
Esta tortura animal es propia de salvajes y para mi inconcebible que un ser humano disfrute viendo como un toro tiene una muerte tan cruel :S
Me ha impactado muchísimo lo que ha dicho Javier; de la forma que lo ha contado he podido casi hasta ver las imágenes en mi mente. Pobre animal.
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