"Es catalán quien vive y trabaja en Cataluña y quiere serlo", Jordi Pujol, ex presidente de la Generalitat de Cataluña
Al margen de la orientación ideológica y las ideas políticas, me siento orgulloso de vivir en un país donde la integración pasa por la voluntad individual.
Mientras escribo estas líneas se está terminando el referéndum sobre la autodeterminación de Cataluña, celebrado en la localidad catalana de Arenys de Munt. Y me siento aún más orgulloso de que esta consulta se haya podido celebrar, y aún más, porque, a pesar de la manifestación organizada por la Falange, la consulta haya concurrido sin violencia.
El conflicto en mi país de origen se debe, en una gran parte, a los referéndums cuya intención nunca era expresar y conocer la voluntad popular, sino enfrentar los “pro” y los “contra”, y a base de “divide y vencerás” sumir el pueblo en la oscuridad medieval.
El problema no son los referéndums, ni las preguntas que plantean. El problema está en el estado de salud mental colectiva que se encuentra cuando estas se plantean. Y me temo que el actual €stado (leer "El paro también divide España", El País, 13.09.2009) no reúne las condiciones óptimas para debatir con madurez y seriedad los temas que implican un alto grado de (des)cargas emo(na)cionales.
Creo que, en un país donde el paro está en unos niveles altísimos y la salida de la crisis económica aún no está a la vista, no es el mejor momento para plantear la pregunta: "¿Está usted de acuerdo con que Cataluña se convierta en un Estado de Derecho independiente, democrático y social integrado en la Unión Europea?".
Me temo que en un país donde los ánimos están alterados de tal forma que la gente es capaz de “liarse a ostias” con la policía solamente por no permitirles a seguir con el botellón, no es el mejor momento para el debate sobre el futuro de Cataluña.
Creo que es el momento para unir las fuerzas y ver como salimos de esta, con la cabeza fría y serena. Así que de momento a tomar la Coca Cola sin alcohol y pensar que para los políticos es mucho más cómodo hacer discursos retóricos sobre los temas hipotéticos, que buscar las soluciones para los problemas reales.
Al margen de la orientación ideológica y las ideas políticas, me siento orgulloso de vivir en un país donde la integración pasa por la voluntad individual.
Mientras escribo estas líneas se está terminando el referéndum sobre la autodeterminación de Cataluña, celebrado en la localidad catalana de Arenys de Munt. Y me siento aún más orgulloso de que esta consulta se haya podido celebrar, y aún más, porque, a pesar de la manifestación organizada por la Falange, la consulta haya concurrido sin violencia.
El conflicto en mi país de origen se debe, en una gran parte, a los referéndums cuya intención nunca era expresar y conocer la voluntad popular, sino enfrentar los “pro” y los “contra”, y a base de “divide y vencerás” sumir el pueblo en la oscuridad medieval.
El problema no son los referéndums, ni las preguntas que plantean. El problema está en el estado de salud mental colectiva que se encuentra cuando estas se plantean. Y me temo que el actual €stado (leer "El paro también divide España", El País, 13.09.2009) no reúne las condiciones óptimas para debatir con madurez y seriedad los temas que implican un alto grado de (des)cargas emo(na)cionales.
Creo que, en un país donde el paro está en unos niveles altísimos y la salida de la crisis económica aún no está a la vista, no es el mejor momento para plantear la pregunta: "¿Está usted de acuerdo con que Cataluña se convierta en un Estado de Derecho independiente, democrático y social integrado en la Unión Europea?".
Me temo que en un país donde los ánimos están alterados de tal forma que la gente es capaz de “liarse a ostias” con la policía solamente por no permitirles a seguir con el botellón, no es el mejor momento para el debate sobre el futuro de Cataluña.
Creo que es el momento para unir las fuerzas y ver como salimos de esta, con la cabeza fría y serena. Así que de momento a tomar la Coca Cola sin alcohol y pensar que para los políticos es mucho más cómodo hacer discursos retóricos sobre los temas hipotéticos, que buscar las soluciones para los problemas reales.
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