- ¡Despierta tío! – interrumpió la voz de Moustafa, el compañero de trabajo de Enrique quien se quedó pensativo por un momento. – Son las cinco de la mañana y aún nos queda por recoger toda ésta mierda. – decía indicando las mesas juntadas para el banquete y cubiertas con manteles y copas sucias, decoración austera, platos, ceniceros y botellas vacias.
- Joder, que cansado estoy. Esto no es vivir. – suspiraba Enrique.
- Deja de quejarte, y échame una mano.
- Ya no aguanto a esta gente ni sus putas fiestas. Esos hipócritas vienen aquí con sus sonrisas falsas. Se toman un par de copas y cuando se sueltan comienzan a dar por el culo,… se creen ser reyes. Creen que por ser camarero soy su esclavo o algo así…. – entonces miró a Moustafa y se le dibujó una sonrisa cansada en la cara - Jejejeje… bueno tu con este traje lo pareces... Por favor ¡mírate! Pareces haber salido de una granja de algodón de Virginia. Jo, ¡que suerte tengo de ser blanco – dijo Enrique con ironía respeto al traje tipo botónes que vestía Moustafa.
- Tu la suerte que tienes es de no tener el cerebro. De que coño hablas tío. – contestó su compañero africano - Aquí no hay rasismo. Les da lo mismo si fueras negro, rojo o azul. Aquí lo que hay es el clasismo. Si tienes pasta no pasa nada, pero si no te jodes, y ya está.
- Sí, y me jode. Yo, aquí no me siento nada cómodo andar por las calles. Siento como si todo el mundo me mirara raro por mi color de piel.
- Hay que saber mentalizarse. – le interrumpió Moustafa - Cuando sales por las calles y alguien te grita “¡Ey blanco!” tu no hace falta que prestes la atención porque ya sabes que eres blanco y punto. Igual que yo sé que soy negro. Lo que tienes que hacer es pasar de las provocaciones y seguir adelante.
- Sí, como una amiga nigeriana que una vez me dijo que cuando llegó aquí la molestaba que la gente la mirara tanto. No lo entendía. Hasta que decidiera cambiar el chip y pensar positivo. Y me dijo: “Ahora he mentalizado que me miran porque estoy buena.”
- Jajaja, y ¿está buena?
- No sé. No me van las negras. Jejejeje. Mentira, ¡está buenísima!
- Que capullo eres. Pero lo cierto es que aquí no están acostumbrados a los inmigrantes ni a ver la gente de otro color de piel.
- Claro que no. Eso es todo muy nuevo para ellos.
- Sí, tío. Hace solo unos treinta años esto era un país jodido. Y ahora medio Mundo celebra su Año Nuevo. ¡Quien lo iba a imaginar!
- Sí tío. Mi padre me contaba como millones y millones de ellos llegaban buscándose la vida en nuestro país.
- Ya… y ahora todo el mundo intenta venir a trabajar aquí. ¡Vaya! Lo que es la vida. – dijo Moustafa bajando la mirada buscando por donde comenzar a recoger las mesas.
- ¡Yo estoy harto de este puto país! – soltó Enrique - Aguantaré un par de años más para ahorrar pasta y luego me vuelvo pa’ casa. Abriré un bar en Teruel, en mi pueblo y ¡a vivir la vida! Un par de años más… Un par de años más…– repetía entre suspiros y por un momento se paró mirando por la ventana como el Sol naciente iluminaba Beijing.
- En siete horas éste mismo Sol estará sobre mi pueblo... ¿Cómo sería verlo? – preguntó el maño y, sin esperar la respuesta, continuó recogiendo los platos y cubiertos que los comensales del hotel “Mao Palace Regency” usaron durante la cena de celebración del Año Nuevo 4734.
O, durante la cena de noche de 17 de febrero de 2038, según el calendario de Enrique.
- Joder, que cansado estoy. Esto no es vivir. – suspiraba Enrique.
- Deja de quejarte, y échame una mano.
- Ya no aguanto a esta gente ni sus putas fiestas. Esos hipócritas vienen aquí con sus sonrisas falsas. Se toman un par de copas y cuando se sueltan comienzan a dar por el culo,… se creen ser reyes. Creen que por ser camarero soy su esclavo o algo así…. – entonces miró a Moustafa y se le dibujó una sonrisa cansada en la cara - Jejejeje… bueno tu con este traje lo pareces... Por favor ¡mírate! Pareces haber salido de una granja de algodón de Virginia. Jo, ¡que suerte tengo de ser blanco – dijo Enrique con ironía respeto al traje tipo botónes que vestía Moustafa.
- Tu la suerte que tienes es de no tener el cerebro. De que coño hablas tío. – contestó su compañero africano - Aquí no hay rasismo. Les da lo mismo si fueras negro, rojo o azul. Aquí lo que hay es el clasismo. Si tienes pasta no pasa nada, pero si no te jodes, y ya está.
- Sí, y me jode. Yo, aquí no me siento nada cómodo andar por las calles. Siento como si todo el mundo me mirara raro por mi color de piel.
- Hay que saber mentalizarse. – le interrumpió Moustafa - Cuando sales por las calles y alguien te grita “¡Ey blanco!” tu no hace falta que prestes la atención porque ya sabes que eres blanco y punto. Igual que yo sé que soy negro. Lo que tienes que hacer es pasar de las provocaciones y seguir adelante.
- Sí, como una amiga nigeriana que una vez me dijo que cuando llegó aquí la molestaba que la gente la mirara tanto. No lo entendía. Hasta que decidiera cambiar el chip y pensar positivo. Y me dijo: “Ahora he mentalizado que me miran porque estoy buena.”
- Jajaja, y ¿está buena?
- No sé. No me van las negras. Jejejeje. Mentira, ¡está buenísima!
- Que capullo eres. Pero lo cierto es que aquí no están acostumbrados a los inmigrantes ni a ver la gente de otro color de piel.
- Claro que no. Eso es todo muy nuevo para ellos.
- Sí, tío. Hace solo unos treinta años esto era un país jodido. Y ahora medio Mundo celebra su Año Nuevo. ¡Quien lo iba a imaginar!
- Sí tío. Mi padre me contaba como millones y millones de ellos llegaban buscándose la vida en nuestro país.
- Ya… y ahora todo el mundo intenta venir a trabajar aquí. ¡Vaya! Lo que es la vida. – dijo Moustafa bajando la mirada buscando por donde comenzar a recoger las mesas.
- ¡Yo estoy harto de este puto país! – soltó Enrique - Aguantaré un par de años más para ahorrar pasta y luego me vuelvo pa’ casa. Abriré un bar en Teruel, en mi pueblo y ¡a vivir la vida! Un par de años más… Un par de años más…– repetía entre suspiros y por un momento se paró mirando por la ventana como el Sol naciente iluminaba Beijing.
- En siete horas éste mismo Sol estará sobre mi pueblo... ¿Cómo sería verlo? – preguntó el maño y, sin esperar la respuesta, continuó recogiendo los platos y cubiertos que los comensales del hotel “Mao Palace Regency” usaron durante la cena de celebración del Año Nuevo 4734.
O, durante la cena de noche de 17 de febrero de 2038, según el calendario de Enrique.
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