Tiho era mi vecino del barrio. Vivía en la casa de al lado, era un poco regordete y de mirada traviesa. Le entusismaban el hard rock y los pechos grandes. Mišo era alto, rubio, y algo más tímido, pero más espabilado y deportivo.
Tiho y Mišo eran los mayores de nuestra peña. Eran los que lideraban las iniciativas, que radicaban entre jugar el fútbol o baloncesto; pelear con los Spužvari (nuestros vecinos “enemigos ancestrales”); seguir, escondidos en los arbustos, la silueta de la vecina mientras se cambiaba la ropa en su dormitorio; navegar bajo el río montados en un neumático inflado para el camión; inventar los diálogos de los paseantes que andaban por las calles u otras muchas cosas que se pueden hacer en un pueblo donde parecía que no había mucho que hacer.
Los dos hicieron la mili juntos un año antes de que empezara la guerra. Los dos regresaron juntos y enseguida fueron movilizados al principio de la guerra y distribuidos en diferentes unidades. Meses después, el ejército croata aprovechó un alto el fuego y, en la madrugada de 21 de junio de 1992, atacó el ejército serbio, dormido y confiado en el alto el fuego pactado. Mišo estuvo allí. Unos meses después, su cadáver fue escavado de una fosa común, junto con otros cuarenta y seis. Su funeral era el primero. Luego dejamos de contar. La última vez que había visto a la madre de Mišo fue durante el funeral. Después, dejó de salir de casa. De los recuerdos.
El otro día me encontré con Tiho. Hacía más de diez años que no le había visto. Vive en Belgrado. Creía que se había ido fuera, pero resultó que fue su hermano mayor el que se fue. Tiho está esperando a que nazca su primera hija.
- Cada vez que voy, lo primero que hago es irme a la tumba de Mišo – me dice cuando tocamos el tema de nuestro pueblo natal.
- Yo también – le digo.
- Lo peor de todo es ver su foto... Era tan joven... – dice tragando saliva, con un nudo en la garganta y baja la mirada triste, pero no puede esconder las canas.
¿Mišo hubiera tenido canas? ¿Hubiera tenido hijos? ¿Hubiera vivido aquí? ¿O en Australia?
Me da tanta rabia ver la tele estos días en Belgrado (tanto la tele serbia, como la croata) y ver todos estos programas que hablan sobre la guerra y “las verdades”, “los motivos” y “los culpables”. Sin hablar con las víctimas.
Es como si viera la autopsia en directo, conducida en un cadáver con vida, que intenta contar lo que pasó, pero al que siguen callando con anestesia, porque lo que dice no sostiene el resultado que esperan obtener.
El día 5 de agosto se cumplieron 12 años desde que casi la totalidad de la población serbia fue expulsada de Croacia. Ahora se ve claramente que éste era el único propósito de la guerra. Una guerra a la que en Croacia todavía no se atreven a llamar guerra civil. Temen tener que explicar cómo puede ser que un pueblo que llevaba seis siglos viviendo en un territorio puede ser su propio agresor.
La tumba de Mišo está en el mismo cementerio en el que está la tumba de mi abuelo materno. Mišo era serbio ortodoxo y mi abuelo croata católico. Sus restos yacen en la misma tierra que tanta ignorancia ha de soportar.
Tiho y Mišo eran los mayores de nuestra peña. Eran los que lideraban las iniciativas, que radicaban entre jugar el fútbol o baloncesto; pelear con los Spužvari (nuestros vecinos “enemigos ancestrales”); seguir, escondidos en los arbustos, la silueta de la vecina mientras se cambiaba la ropa en su dormitorio; navegar bajo el río montados en un neumático inflado para el camión; inventar los diálogos de los paseantes que andaban por las calles u otras muchas cosas que se pueden hacer en un pueblo donde parecía que no había mucho que hacer.
Los dos hicieron la mili juntos un año antes de que empezara la guerra. Los dos regresaron juntos y enseguida fueron movilizados al principio de la guerra y distribuidos en diferentes unidades. Meses después, el ejército croata aprovechó un alto el fuego y, en la madrugada de 21 de junio de 1992, atacó el ejército serbio, dormido y confiado en el alto el fuego pactado. Mišo estuvo allí. Unos meses después, su cadáver fue escavado de una fosa común, junto con otros cuarenta y seis. Su funeral era el primero. Luego dejamos de contar. La última vez que había visto a la madre de Mišo fue durante el funeral. Después, dejó de salir de casa. De los recuerdos.
El otro día me encontré con Tiho. Hacía más de diez años que no le había visto. Vive en Belgrado. Creía que se había ido fuera, pero resultó que fue su hermano mayor el que se fue. Tiho está esperando a que nazca su primera hija.
- Cada vez que voy, lo primero que hago es irme a la tumba de Mišo – me dice cuando tocamos el tema de nuestro pueblo natal.
- Yo también – le digo.
- Lo peor de todo es ver su foto... Era tan joven... – dice tragando saliva, con un nudo en la garganta y baja la mirada triste, pero no puede esconder las canas.
¿Mišo hubiera tenido canas? ¿Hubiera tenido hijos? ¿Hubiera vivido aquí? ¿O en Australia?
Me da tanta rabia ver la tele estos días en Belgrado (tanto la tele serbia, como la croata) y ver todos estos programas que hablan sobre la guerra y “las verdades”, “los motivos” y “los culpables”. Sin hablar con las víctimas.
Es como si viera la autopsia en directo, conducida en un cadáver con vida, que intenta contar lo que pasó, pero al que siguen callando con anestesia, porque lo que dice no sostiene el resultado que esperan obtener.
El día 5 de agosto se cumplieron 12 años desde que casi la totalidad de la población serbia fue expulsada de Croacia. Ahora se ve claramente que éste era el único propósito de la guerra. Una guerra a la que en Croacia todavía no se atreven a llamar guerra civil. Temen tener que explicar cómo puede ser que un pueblo que llevaba seis siglos viviendo en un territorio puede ser su propio agresor.
La tumba de Mišo está en el mismo cementerio en el que está la tumba de mi abuelo materno. Mišo era serbio ortodoxo y mi abuelo croata católico. Sus restos yacen en la misma tierra que tanta ignorancia ha de soportar.
Comentarios
El ser humano tiende a maximizar su problema mínimo. Frente a ésto me doy cuenta de que hay que gente que no puede elegir su camino.
Hace unas semanas me han diagnosticado una enfermedad, todavia estoy a punto de pararla.
Leer esto me ayudo mucho, fue como una cachetada, nada de lástima. Por suerte todavia tengo la libertad de elegir caminos en mi vida.
Que bueno fue leer ésto.. mas que un abrazo, fue un empujón.
Confieso que me daba verguenza escribir un comentario, así, pero eso sumergió en mi.
Hace 6 años fui turista en Barcelona, de las que hacen fotos en el raval... me enamore de la ciudad y hace 5 que vivo aquí, no te imaginas con las ganas que me he leído todo tu blog, lo identificada que me siento en cada entrada, he tenido mucha suerte, porque tengo una “nacionalidad” privilegiada, y eso me ha abierto muchas puertas en el ámbito laboral, pero las colas y los tramites son los mismos... y los encuentros con los funcionarios que no funcionan... TAMBIEN!
Tenia mi blog solo abierto a los mas cercanos y después de leerte he abierto uno publico, en parte a ver si alguien se identifica con mi vivencias, y por otro lado porque tengo dos sobrinos hermosos que están muy lejos y que quiero que cuando aprendan a leer puedan saber al menos quien soy... que no soy solo una voz detrás del auricular, la chica que viene una semana y a la siguiente se larga dejándolos sin mimitos....
Y nada mas… que la entrada de hoy la dedico a alguien que no conozco pero que noto muy cerca...
Besazos.
(y disfruta de tu gente, ya se que que ser´´a dificil, pero no te envenes)
siloam
estoy de nuevo en Barcelona y sigo con el viaje hacia el Norte
un abrazo&Todos para Uno y Uno para Todos
Desde la primera vez que he leido tus blogs, desde que te conozco, vuelvo regularmente para leer tus relatos y consentir emociones.
Buen viaje Boris!
Nadja
espero que la historia no la condicionará