El otro día hablaba con Amelie sobre la vida y sus suplementos, y la decía que, desde que tengo un trabajo estable y un sueldo fijo, escribo poco. También, la decía que en cierto modo echaba de menos el trabajo de intérprete, porque cuando lo hacía estaba en contacto directo con la gente y presenciaba las historias únicas.
El día siguiente me llamaron desde la empresa de intérpretes, donde trabajaba y me encargaron un servicio en los juzgados de guardia. A pesar de que era domingo y de que no había dormido mucho, no me ha costado demasiado levantarme y venir allí.
El cliente era V. S., una vieja conocida a la que había traducido en los juicios un par de veces antes por diferentes hurtos. Cuando los policías la subieron esposada desde los calabozos, me saludó y, sin el menor signo de tensión en su voz, me preguntó si sabía si la iban a dejar en libertad. La dije que no lo sabía y que había que ver que dirá el juez. Entonces uno de los policías la preguntó:
- Oye. El otro día pasó por aquí otra compañera tuya. Bika. ¿La conoces?
- Sí, conozco – dijo V.S. que, como la mayoría de las gitanas carteristas de la Rambla, entiende perfectamente todo lo que la preguntan. Siempre cuando les interesa entender.
- Pues estuvo aquí. ¡Anda con la esta! – decía el poli entre risas – está es una crack. Te lo juro. Tendrá unas cincuenta, o sesenta detenciones – se lo decía a su compañero, pero sin ironía o cinismo muy habitual entre sus compañeros que suelen a tratar a los detenidos con bastante desprecio.
- Y tú ¿donde trabajas? ¿En la plaza España? – la preguntó a mi clienta.
- No. Catalunya – contestó V.S. riéndose, igual que yo y su abogada, los que presenciábamos ese curioso dialogo.
El juez la tomó la declaración y la dejó en libertad hasta el juicio.
Dos días después era el Día de Trabajador. Y que mejor manera de conmemorarlo que trabajando. Me llamaron otra vez para el mismo juzgado. Esta vez era R.D. Un señor bosnio-musulmán, de unos cincuenta años acusado de haber intentado sustraer la cartera de una señora en una tienda de peletería en la Rambla. El juez escuchó su declaración y dijo que le dejará en libertad por esta causa pero que tenía una orden de busca y captura por un casó anterior y que iba ser ingresado en prisión hasta que pague la multa.
Salimos fuera y R.D. me explicaba que él quería pagar la multa pero que no llevaba suficiente dinero consigo. Se lo dije a la secretaria y esta me contestó que esto no es problema suyo y que cuando lo tenga podrá salir. “Pero me falta sólo dieciséis euros” sulicaba R.D. “pregúntale que me de un número de cuenta y diré a alguien que lo ingresara hoy mismo”
- Hoy es un día festivo y los bancos están cerrados – le contestó la secretaria.
- ¿Puedo llamar a alguien que me lo trajera?
- Bueno, sí. Que me escriba el teléfono y yo llamaré.
- El teléfono lo tengo abajo (en los calabozos) entre mis cosas. Puedo ir a buscarlo.
- Ay, que plasta es este hombre… Bueno te acompañamos –dijo la funcionaria.
Bajamos a los calabozos y los guardias trajeron el bolso con las cosas de R.D. Empezó a remover el contenido del bolso y encontró una pequeña agenda. La sacó y empezó a mover las páginas. Cuando llegó hasta la zeta, volvió a empezar como si pensaba “tengo una llamada, a quien puedo confiar” El hombre tenía una libreta llena de nombres sin apellidos, ni confianza. No encontraba a nadie a quien pedir los dieciséis euros que le separaban de la cárcel. Finalmente dejó la libreta y me dijo:
- ¿Me lo prestas tú?, por favor. Te daré veinte.
- Lo siento. No puedo hacerlo – le contesté. Era un ladrón, sin familia, sin amigos. De estos que no dejan rasgos en la vida de nadie. Salvo en la vida de los que roban. Pero me daba pena y le quería ayudar. Y mientras dudaba si dejarle o no el dinero, de repente escuché a alguien diciendo en bosnio:
- ¿Oye, qué pasó? – era Bika. Estaba sentada en un bancillo al lado nuestro con otra chica gitana. Esperaban que les devuelvan sus cosas para salir fuera.
- Nada. Que necesita dieciséis euros para salir. ¿Le conoces? –la pregunté.
- Sí. Yo se lo dejaré – me contestó la compañera de trabajo de R.D.
- ¡Silencio! – gritó un guardia.
- Perdona, - me acerque al guardia gritón - soy intérprete de este señor. Necesita el dinero para salir y esta chica es su amiga y se lo quiere prestar. Podrían traerla sus cosas, por favor.
- Espere aquí. Tengo que hablar con mi superior.
Mientras tanto yo me acerque a la secretaria y la explique que la chica le iba a prestar dinero y la pedí si podría hablar con los policías para que se lo permitan. Se fue y en un par de minutos volvió acompañada por un policía que traía dos bolsas de plástico, el de Bika y de su amiga. Cada una sacó su cartera y entre dos juntaron dieciséis euros. Se lo entregaron a la secretaria. “Dile, que en una media hora voy a bajar con su “puesta en libertad” - dijo la secretaria - "y que solo me la tendrá que firmar. Así tu te podrás ir”
Y me fui contentó como un personaje principal de un cómic, escrito por alguien quien sepa hacer que los deseos se cumplen sin que su personaje se enterase cómo.
El día siguiente me llamaron desde la empresa de intérpretes, donde trabajaba y me encargaron un servicio en los juzgados de guardia. A pesar de que era domingo y de que no había dormido mucho, no me ha costado demasiado levantarme y venir allí.
El cliente era V. S., una vieja conocida a la que había traducido en los juicios un par de veces antes por diferentes hurtos. Cuando los policías la subieron esposada desde los calabozos, me saludó y, sin el menor signo de tensión en su voz, me preguntó si sabía si la iban a dejar en libertad. La dije que no lo sabía y que había que ver que dirá el juez. Entonces uno de los policías la preguntó:
- Oye. El otro día pasó por aquí otra compañera tuya. Bika. ¿La conoces?
- Sí, conozco – dijo V.S. que, como la mayoría de las gitanas carteristas de la Rambla, entiende perfectamente todo lo que la preguntan. Siempre cuando les interesa entender.
- Pues estuvo aquí. ¡Anda con la esta! – decía el poli entre risas – está es una crack. Te lo juro. Tendrá unas cincuenta, o sesenta detenciones – se lo decía a su compañero, pero sin ironía o cinismo muy habitual entre sus compañeros que suelen a tratar a los detenidos con bastante desprecio.
- Y tú ¿donde trabajas? ¿En la plaza España? – la preguntó a mi clienta.
- No. Catalunya – contestó V.S. riéndose, igual que yo y su abogada, los que presenciábamos ese curioso dialogo.
El juez la tomó la declaración y la dejó en libertad hasta el juicio.
Dos días después era el Día de Trabajador. Y que mejor manera de conmemorarlo que trabajando. Me llamaron otra vez para el mismo juzgado. Esta vez era R.D. Un señor bosnio-musulmán, de unos cincuenta años acusado de haber intentado sustraer la cartera de una señora en una tienda de peletería en la Rambla. El juez escuchó su declaración y dijo que le dejará en libertad por esta causa pero que tenía una orden de busca y captura por un casó anterior y que iba ser ingresado en prisión hasta que pague la multa.
Salimos fuera y R.D. me explicaba que él quería pagar la multa pero que no llevaba suficiente dinero consigo. Se lo dije a la secretaria y esta me contestó que esto no es problema suyo y que cuando lo tenga podrá salir. “Pero me falta sólo dieciséis euros” sulicaba R.D. “pregúntale que me de un número de cuenta y diré a alguien que lo ingresara hoy mismo”
- Hoy es un día festivo y los bancos están cerrados – le contestó la secretaria.
- ¿Puedo llamar a alguien que me lo trajera?
- Bueno, sí. Que me escriba el teléfono y yo llamaré.
- El teléfono lo tengo abajo (en los calabozos) entre mis cosas. Puedo ir a buscarlo.
- Ay, que plasta es este hombre… Bueno te acompañamos –dijo la funcionaria.
Bajamos a los calabozos y los guardias trajeron el bolso con las cosas de R.D. Empezó a remover el contenido del bolso y encontró una pequeña agenda. La sacó y empezó a mover las páginas. Cuando llegó hasta la zeta, volvió a empezar como si pensaba “tengo una llamada, a quien puedo confiar” El hombre tenía una libreta llena de nombres sin apellidos, ni confianza. No encontraba a nadie a quien pedir los dieciséis euros que le separaban de la cárcel. Finalmente dejó la libreta y me dijo:
- ¿Me lo prestas tú?, por favor. Te daré veinte.
- Lo siento. No puedo hacerlo – le contesté. Era un ladrón, sin familia, sin amigos. De estos que no dejan rasgos en la vida de nadie. Salvo en la vida de los que roban. Pero me daba pena y le quería ayudar. Y mientras dudaba si dejarle o no el dinero, de repente escuché a alguien diciendo en bosnio:
- ¿Oye, qué pasó? – era Bika. Estaba sentada en un bancillo al lado nuestro con otra chica gitana. Esperaban que les devuelvan sus cosas para salir fuera.
- Nada. Que necesita dieciséis euros para salir. ¿Le conoces? –la pregunté.
- Sí. Yo se lo dejaré – me contestó la compañera de trabajo de R.D.
- ¡Silencio! – gritó un guardia.
- Perdona, - me acerque al guardia gritón - soy intérprete de este señor. Necesita el dinero para salir y esta chica es su amiga y se lo quiere prestar. Podrían traerla sus cosas, por favor.
- Espere aquí. Tengo que hablar con mi superior.
Mientras tanto yo me acerque a la secretaria y la explique que la chica le iba a prestar dinero y la pedí si podría hablar con los policías para que se lo permitan. Se fue y en un par de minutos volvió acompañada por un policía que traía dos bolsas de plástico, el de Bika y de su amiga. Cada una sacó su cartera y entre dos juntaron dieciséis euros. Se lo entregaron a la secretaria. “Dile, que en una media hora voy a bajar con su “puesta en libertad” - dijo la secretaria - "y que solo me la tendrá que firmar. Así tu te podrás ir”
Y me fui contentó como un personaje principal de un cómic, escrito por alguien quien sepa hacer que los deseos se cumplen sin que su personaje se enterase cómo.
Comentarios
besos
siloam
pero sobornar alcaldes para recalificar terrenos&robar fondos públicos uno es calificado como espabilado empresario emprendedor&superstar
me hizo sonreir.
un beso y un sueño ladrón.
Estamos a 9 de mayo, y el último post es del 2... Tío, va...
Petonets,
L.