"Para ser libre tienes que luchar" dijo Inmaculada Echevarría, antes de dormirse. Hoy por fin despertará sin vida que no quería.
No es tan difícil de entender.
Hace un par de años he escrito para http://www.cafediverso.com/ un relato sobre un muy querido amigo mío, que tomó la misma decisión, utilizando diferentes medios para conseguirlo.
Teniendo en cuenta dónde están mis amigos, la guerra podría considerarse una agencia de viajes que nos distribuyó por lugares diferentes, respetando más o menos nuestros deseos o preferencias…
Durante la década en que coincidí con dos guerras en el mismo espacio me “escapaba” a un lugar cálido, en el sur, cerca del mar…
Años después vivo en España pero “vuelo” a menudo allí donde mis recuerdos cultivan mi paz.
Estoy sentado con Draško…
Estamos sentados a la sombra de un viejo árbol que no volveré a ver nunca. No estamos solos y, de repente, nos veo desde arriba, desde encima de la copa del árbol…
—No tiene nada de raro —dice Draško, riéndose de mi punto de vista elevado.
Yo también me río, aunque, a decir verdad, me resultaba chocante verme a mí mismo con mis propios ojos. Ahora bien, no era una cosa tan excepcional, ya que había algo en Drasko que nunca llegué a comprender. Mi curiosidad y sus peculiaridades nos hicieron amigos.
Nunca he cuestionado sus creencias, al igual que nunca pusimos en duda que, en tiempos de guerra, la realidad otorga un mayor protagonismo a las creencias de cada uno. Saca lo mejor y lo peor de las personas y hace que se refleje en sus actos.
Nos pusimos a hablar de un árbol en el que alguien había grabado unas iniciales. Aquello disgustó a Draško, porque era un “árbol especial”, como solía decir. Neno y él solían llevar comida y bebida de vez en cuando y dejarla junto al tronco “para los duendes que vivían ahí”.
Los duendes nunca hablaron con ellos, pero conocían a la anciana que vivía en una choza cercana y que, a veces, les transmitía algún recado suyo.
—Sólo quieren hablar con ella… Nosotros hacemos lo que tenemos que hacer. – me dice y continúa dibujando esquemas de pirámides egipcias mientras yo contemplo a la camarera que pasa al lado de nuestra mesa.
Después me habla sobre una habitación con una mesa y un amigo al otro lado, cuya voz le impele a abandonarlo todo. Luego, sobre un lugar sin espacio, sin color, sin sensaciones.
—Sin nada de nada—dice.
No había nada y entonces, uno a uno, el amigo, la mesa, la habitación y la voz volvieron.
Se ríe de nuevo diciendo que recuerda cómo le clavaron un cuchillo de pescador en el mercado de una pequeña ciudad costera. Y que lo último que recuerda es estar desangrándose.
Más tarde, remamos río arriba hacia la cascada. De bajada, me cuenta un deseo:
—Quiero morir con mucha gente alrededor. Estar allí para ayudarles —dice.
Y entonces me explicó que quería estar junto a toda esa gente que se pregunta qué hacer y adónde ir, y que él acabaría con la confusión sonriendo, diría “¡Por aquí!” y los guiaría.
La última vez que supe de Draško fue cuando vi a Nikola tratando de ocultar las lágrimas tras su uniforme de combate. ¡Qué raro ver a un hombre tan grande derramar lágrimas tan pequeñas! Las lágrimas le suavizaban el semblante mientras decía:
—…y Draško se levantó, dejó el rifle y el casco y sobrepasó la primera línea... Cayó cerca de los demás...
Meses después, desde “el otro lado”, trajeron el cuerpo de Draško para enterrarlo…
“La muerte debe ser un sitio raro”, he pensado al rememorar cómo flotaba lentamente corriente abajo junto a un amigo cuyo deseo iba a verse cumplido.
La tierra cae sobre su ataúd, y mis recuerdos regresan con migo.
Existe un criterio extraño para decidir qué deseos se harán realidad.
Comentarios
y de fondo la guerra,hoy q es un triste aniversario.
abrazos
los votos, me interesa más tu opinión sobre mi bitácora. Un saludo
Gracias por tu blog, Boris.
Ro.