«!Quedaos aqui! El sol de las tierras lejanas nunca os calentará como este nuestro» –decía Aleksa Santic, un poeta romántico serbio del siglo XIX en el primer estribillo de su poema “Patria”. Esta estrofa es una de las más emblemáticas para las distintas oleadas migratorias que desde siempre han caracterizado estas tierras. Me acordé de él porque nada más llegar a Belgrado he pillado un resfriado del carajo. Ya me estoy haciendo ibérico. He sido víctima de la integración térmica.
Desde hace años, mi familia vive en Belgrado. Esta ciudad es el principio de mis distintos síndromes de Ulises y de alguna manera la tengo como referencia para ver lo cambiado que estoy. Ahora hablo un nuevo idioma y llevo una vida bien distinta a la que tenía cuando vivía aquí. Veo las cosas desde una perspectiva diferente, más distanciada. Más de visitante. De observador.
Lo que observo no es muy distinto a lo que dejé cuatro años atrás. El país sigue viviendo una catarsis nacional al enfrentarse al doloroso proceso de la reconciliación con el pasado reciente. Se está descubriendo que los héroes nacionales no eran nada más que asesinos crueles que amasaban sus fortunas bajo la protección del régimen de Milosevic.
El país necesita inversiones urgentemente y también abrirse a un mundo que aún es visto por la gran mayoría de la población con una serie de prejuicios que no hacen más que incrementarse a medida que lo hace la presión de Occidente, muchas veces de un modo desproporcionado.
En Serbia hay 232.925 analfabetos de todas las edades, lo que representa un 3,45% de la población total. La imposibilidad de moverse fuera de las fronteras es realmente deprimente. Algunos de mis amigos llevan casi dos décadas sin haber cruzado la frontera. Por el contrario, los centenares de miles de jóvenes que han logrado salir no vuelven.
Yo no soy de aquí, pero en cierto modo lo considero mi casa mucho más que mi pueblo natal en Croacia. Casi toda mi familia vive aquí y Lana, mi sobrina, ha nacido aquí. Las primeras palabras que pronuncia tienen acento de Serbia. Una de las primeras que ha aprendido es “pila”. Se ha dado cuenta de que las cosas para funcionen y la diviertan necesitan tener las pilas puestas.
Vienen nuevas generaciones y espero que ayudarán a que Serbia se ponga las pilas.
Desde hace años, mi familia vive en Belgrado. Esta ciudad es el principio de mis distintos síndromes de Ulises y de alguna manera la tengo como referencia para ver lo cambiado que estoy. Ahora hablo un nuevo idioma y llevo una vida bien distinta a la que tenía cuando vivía aquí. Veo las cosas desde una perspectiva diferente, más distanciada. Más de visitante. De observador.
Lo que observo no es muy distinto a lo que dejé cuatro años atrás. El país sigue viviendo una catarsis nacional al enfrentarse al doloroso proceso de la reconciliación con el pasado reciente. Se está descubriendo que los héroes nacionales no eran nada más que asesinos crueles que amasaban sus fortunas bajo la protección del régimen de Milosevic.
El país necesita inversiones urgentemente y también abrirse a un mundo que aún es visto por la gran mayoría de la población con una serie de prejuicios que no hacen más que incrementarse a medida que lo hace la presión de Occidente, muchas veces de un modo desproporcionado.
En Serbia hay 232.925 analfabetos de todas las edades, lo que representa un 3,45% de la población total. La imposibilidad de moverse fuera de las fronteras es realmente deprimente. Algunos de mis amigos llevan casi dos décadas sin haber cruzado la frontera. Por el contrario, los centenares de miles de jóvenes que han logrado salir no vuelven.
Yo no soy de aquí, pero en cierto modo lo considero mi casa mucho más que mi pueblo natal en Croacia. Casi toda mi familia vive aquí y Lana, mi sobrina, ha nacido aquí. Las primeras palabras que pronuncia tienen acento de Serbia. Una de las primeras que ha aprendido es “pila”. Se ha dado cuenta de que las cosas para funcionen y la diviertan necesitan tener las pilas puestas.
Vienen nuevas generaciones y espero que ayudarán a que Serbia se ponga las pilas.
Comentarios
Abrir las fronteras, invertir fuerte en el futuro del pais y tender una mano amiga es la unica forma de que los perjuicios se vayan olvidando y que las nuevas generaciones carezcan de ellos ante la perspectiva de un futuro prometedor e integrador. De otra manera las nuevas generaciones solo veran alimentado su resentimiento ante la falta de horizontes.
Si el pueblo serbio necesita ponerse las pilas Europa necesita conectar las centrales electricas... esto no es solo cosa de uno.
Un saludo y disfruta de tu famila, amigo.