Tenía trece o catorce años cuando hicieron el último censo de población en Croacia, que por aquel entonces aún formaba parte de Yugoslavia. Aquel fue el último en el que participé. Recuerdo que yo quería definirme como “delfín”, pero mis padres me regañaron diciendo que “era una cosa seria”, así que me declaré serbio. Mi hermano y mi padre también se declararon serbios y mi madre se declaró croata. Al mismo tiempo, en Rijeka, en el norte de la costa croata, se autodefinía la familia de mi tío. Él y su hijo se declararon serbios y su mujer e hija como croata.
La antigua Yugoslavia fue una creación artificial que buscó su propia identidad nacional a costa de los nacionalismos autóctonos. Los yugoslavos conformaban la elite de un sistema socialista que, como dijo Dejan Jovic, “no obtenía su legitimidad a partir de la interpretación de la realidad, sino a partir de la interpretación del futuro.”
Pero el futuro llegó finalmente con la caída del muro de Berlín. Las promesas no se cumplieron y el país, inmerso en una grave crisis económica, buscó nuevas promesas. Estas fueron nacionalistas. El futuro nos trajo el pasado. Éramos pocos y parió la abuela.
Todo era mucho más fácil cuando todos éramos yugoslavos o por lo menos así me lo parecía a mí. Descubrir que había “serbios” y “croatas” fue una sensación nueva para mí. Y, como a cualquier otro niño, me fascinaban las cosas nuevas. La diversión duró poco, hasta que las “cosas nuevas” se empezaron a matar.
Durante todo aquel tiempo en el que conviví con los diferentes nacionalismos, entendí que el comportamiento nacionalista es, en el fondo, infantil. Realmente no comprendo cómo alguien puede creer que la identidad nacional es más importante que la identidad personal.
Para acabar, citaré unas palabras de Predrag Matvejevic, a quien entrevistaron ayer en la Contra de La Vanguardia: “El nacionalismo es una energía colectiva que tanto puede utilizarse para el progreso y la convivencia como puede emplearse para fomentar una guerra civil."
Comentarios
Lastima que Atlantida nunca podrá hacer lo mismo. Serías el ciudadano de honor atlantidiense, Borisia!
Si no nos importan los nacionalismos, porque hablamos tanto de ellos?
Bien para ti es malo para mi. Y al revés. Esto es la experiencia nacional lituana. Lloran de alegria cuando les visita el Bush Junior. Porque si les visitaría Zar Putin, lloraríen tambien. La razón pero no sería pas la misma.