Fue más o menos en estas fechas del año pasado cuando Audrius y yo nos fuimos a vendimiar al Priorat. Prometía ser una experiencia bonita y lo fue.
La siguiente historia la escribí para CaféDiverso (www.cafediverso.com) y en ella describo lo que más atrajo mi atención, las raíces.
—Es esta tierra pobre la que le da la fuerza y el sol lo que le da el sabor. Las cepas tienen raíces de hasta cinco metros y por eso lo aguantan todo, el sol, el viento... Las viñas son como el hombre, la fuerza de vivir está en las raíces, son las que lo atan a uno y lo mantienen firme.
Manuel me contó que había venido para ayudar a su hijo a recoger las uvas de su pequeño viñedo. Hace menos de una década que el mercado descubrió lo que Manuel entendió hace 40 años cuando emigró desde el sur de España hasta Cataluña: estas tierras premian a los que luchan para seguir adelante. Ahora los vinos del Priorato son de los más valorados y por fin los habitantes de esta comarca sacan provecho de su trabajo.
—Antes venían los italianos. Se llevaban nuestras olivas y luego nos vendían aceite italiano. También venían los franceses a buscar estas uvas y después nos vendían vino francés. Por fin hemos empezado a aprovechar lo que tenemos nosotros mismos.
Manuel vino de Granada buscando, como muchos de sus compatriotas, trabajo y perspectivas. Los encontró en este lugar y aquí se quedó.
—Por poco no acabé en Alemania. No entré en la lista que hicieron, no me cogieron por un número. Pero todo salió bien. Ya llevó 40 años aquí y aún no hablo bien el catalán. Imagínate si me hubiesen elegido para ir a Alemania —bromea Manuel.
Cuando le pregunté qué tal el pueblo donde nació, su cara cambió.
—No lo sé.
—¿Cómo? ¿Hace tiempo que no va allí? —le pregunté.
—Hace 40 años —respondió.
No le pregunté nada más. Seguí recogiendo uvas tratando de imaginar qué motivos podría tener para no volver a ver su pueblo natal. Era joven cuando se fue. Tenía dieciocho años y sus raíces aún no habían crecido profundamente en las tierras andaluzas. Maduró bajo el plácido sol catalán y sus frutos han crecido aquí.
—Yayo*. Yayo. Vaig a portar l’aigua…
Era su pequeño nieto, que venía corriendo. Al verle, el sol volvió a brillar en su cara.
—¿Cómo voy a echar de menos mi tierra si allí no tengo nada y aquí soy el ‘yayo’? No soy el ‘abuelo’ de nadie, soy el ‘yayo’.
A pesar del origen de nuestras raíces somos nosotros quienes elegimos la tierra que nos da la vida para crecer y el sol para madurar. Luego, los frutos de nuestras raíces enriquecen la tierra en que han crecido.
* Yayo proviene de iaio, palabra catalana que coloquialmente significa abuelo.
Comentarios
Todos los que cortaban uva ese año eran polacos que dormían en los coches aparcados junto a las viñas.
Después he cogido uva en el Penedès. Allí el ambiente era bastante más relajado, pero bastante peor pagado. Compensaba el ritual de las charlas, el café del termo... Lástima de los comentarios machistas de mis "compañeros", insoportable. Imagino cómo lo deben estar pasando las polacas que recogen fresa en Huelva.
Saludos