“¡Esto se parece a cuando un ejército ganador celebra la victoria después de una batalla!”, fue el primer comentario que hizo Audrius al ver Guca.
Hace un par de semanas, Audrius, Amélie y yo fuimos a visitar este pueblo del centro de Serbia conocido por su famoso festival de trompetas. Cada agosto, desde hace 45 años, las mejores orquestas de Serbia compiten en Guca para obtener los prestigiosos premios que, además de fama, hará que consigan los mejores bolos para tocar en bodas y funerales.
Para comprender mejor la sensación que provocó tal reacción en Audrius hay que entender que este pueblo tiene unos cinco mil habitantes, pero durante el fin de semana del festival reúne a más de 200.000 personas. La mayoría son jóvenes, bebedores y carnívoros. Hay que subrayar esta última caracterísitca porque en Guca es casi imposible encontrar algún tipo de comida que no sangre y que no haya tenido una madre. Pese a todo, a Amélie le sorprendió comprobar que a pesar de todo hay algún sentido y organización detrás de tanto jaleo.
En pocas palabras, Guca es un caos organizado en el que dominan los ritmos frenéticos de las trompetas –célebres desde las películas de Emir Kusturica-, el alcohol y las barbacoas. Durante los días en que transcurre la fiesta, todo está lleno de carpas que hacen las veces de bares. En cada una de ellas toca una orquesta que se esfuerza para atraer al máximo de gente para así ganarse un jornal. Lo consiguen haciendo más ruido que las orquestas rivales y tocando sin pausa.
La música hace que el público baile por todas partes, pero lo más común es que lo hagan encima de las mesas. En las mismas en las que la gente sigue comiendo sin dar mucha importancia a los zapatos que saltan a su alrededor y hacen tambalear platos y vasos.
En principio, todo esto es sólo la iniciación al acontecimiento principal, la competición de 20 orquestas que suben al escenario una tras otra. Cada una de ellas toca dos piezas y el jurado elige cuáles son las mejores. La exhibición empieza y acaba con todas las orquestas participantes tocando una conocida melodía popular de Serbia de forma sorprendentemente sincronizada. Digo sorprendente porque no es ningún secreto que la gran mayoría de los músicos no sabe leer notas. No las necesitan.
A lo largo de toda su vida no hacen otra cosa más que tocar y quizá con las notas no serían capaces de hacer que la gente se suba a las mesas y baile en estado de trance durante noches enteras. Hace algún tiempo un músico gitano se lo explicó a mi padre del siguiente modo:
-¡Si tocásemos con notas ¿para qué íbamos a necesitar el alma!?
Hace un par de semanas, Audrius, Amélie y yo fuimos a visitar este pueblo del centro de Serbia conocido por su famoso festival de trompetas. Cada agosto, desde hace 45 años, las mejores orquestas de Serbia compiten en Guca para obtener los prestigiosos premios que, además de fama, hará que consigan los mejores bolos para tocar en bodas y funerales.
Para comprender mejor la sensación que provocó tal reacción en Audrius hay que entender que este pueblo tiene unos cinco mil habitantes, pero durante el fin de semana del festival reúne a más de 200.000 personas. La mayoría son jóvenes, bebedores y carnívoros. Hay que subrayar esta última caracterísitca porque en Guca es casi imposible encontrar algún tipo de comida que no sangre y que no haya tenido una madre. Pese a todo, a Amélie le sorprendió comprobar que a pesar de todo hay algún sentido y organización detrás de tanto jaleo.
En pocas palabras, Guca es un caos organizado en el que dominan los ritmos frenéticos de las trompetas –célebres desde las películas de Emir Kusturica-, el alcohol y las barbacoas. Durante los días en que transcurre la fiesta, todo está lleno de carpas que hacen las veces de bares. En cada una de ellas toca una orquesta que se esfuerza para atraer al máximo de gente para así ganarse un jornal. Lo consiguen haciendo más ruido que las orquestas rivales y tocando sin pausa.
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Comentarios
Hay muchas fotos bonitas de Guca! un abrazo muy fuerte, Borisin!!! hasta pronto!!!
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