El 7 de julio de 2005, cuatro jóvenes, que, según los testimonios de sus vecinos eran ”chicos normales”, entraron en unos trenes llenos de gente con mochilas llenas de explosivos y se inmolaron. Una de las estaciones era la de Kings Cross, la misma en la cual, paradójicamente, Harry Poter cogía el tren para irse a la escuela de magia. Para poder llegar a su tren mágico Harry tenía que estrellarse contra la pared que separa dos andenes. Allí se abría un paso sólo para los que creían en la existencia del tren y el mundo mágicos. En esa misma estación los cuatro terroristas cogieron los trenes y activaron sus cargas mortales creyendo que emprendían su particular viaje al paraíso.
Harry Poter cogía el tren sintiéndose incomprendido por la sociedad de los “normales” (así se llaman los que no son magos en el libro). No sabemos como se sentían los cuatro jóvenes británicos de origen paquistaní, pero algo se puede intuir si se leen las estadísticas publicadas en El País (La célula durmiente del barrio de Beeston, 17/7/05). Según estas, “el Ministerio del Interior británico revelaba en 2004 que el paro de larga duración era mucho más elevado entre los 1,6 millones de musulmanes que entre el resto de las comunidades: un 24% frente a 5%”. Tal vez los “chicos normales” sintieron que el país en el que nacieron ya no era suyo, cargaron toda su rabia en las mochilas, subieron a sus trenes en Kings Cross y llamaron la atención de todo el mundo.
El 20 de agosto de 1999, dos jóvenes entraron en “Columbine”, un colegio público lleno de niños normales, y mataron a sangre fría a 13 de sus compañeros. Después se quitaron la vida. Esos jóvenes no buscaban el paraíso y no reivindicaban ninguna ideología, solo querían llamar la atención.
Parece ser que en la civilización globalizada la manera más eficaz de llamar la atención es la violencia. Espero que haya alternativas, porque cada vez quedan menos normales.
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Gracias, Boris