- Estaba en Alemania, era invierno, hacía mucho frío y tenía poco trabajo, cuando alguien me dijo: “¿Y por qué no te vas a España?” y pensé “¡¿por qué no!?”. Al día siguiente cogí el autobús y llegué a Barcelona. Nada más salir empecé tocar y aquí estoy. Barcelona muy bien.
La historia que me contó Dimitri le supuso a este músico gitano de Bulgaria ganarse el mote de “Colón”. Él fue quien descubrió Barcelona y en seguida llamó a los amigos de su pueblo en el Mar Negro. Al cabo de pocos días ya habían montado una orquesta que cada día tocaba en la Plaza Catalunya. Un día les oyó el dueño del Harlem Jazz Club y les propuso que tocaran en su local. Desde la primera noche que actuaron se vio que tenían buena onda y que a la gente les gustaba la espontaneidad y la alegría con que tocan.
Cada vez que actuaban en Harlem, el club se llenaba e incluso empezaron a salirse bolos para tocar en bodas y fiestas de cumpleaños. En breve, las cosas empezaron a ir bien en el Nuevo Mundo que había descubierto Dimitri. Desconocer el castellano no les ocasionaba el más mínimo problema, aunque sólo podían pronunciar un par de palabras sueltas cada uno de ellos. Pero conocían los números, sobre todo cuando estos precedían a la palabra “euro”. Algunos ya pensaban en todas las cosas que se podrían permitir cuando volvieran a su pueblo “como reyes”, decían. Pero más que el dinero era la fama la que les daba alas. Cuando subían al escenario se les veía contentísimos y, sobre todo, que se divertían mucho.
Pero si uno no está preparado para el éxito, este se le puede subir a la cabeza.
Pronto empezaron a beber más de la cuenta y a conocer mujeres más exóticas que las que tenían en casa, Una mujer ucraniana se coló en el grupo y empezó a cantar con ellos. Se veía que la música no era su talento natural. Su canto sólo le parecía una maravilla a su amante. Los demás músicos compartían la opinión del público, que la expresó dejando de asistir a sus conciertos.
En mismas fechas un cantante famoso en Catalunya que es asiduo al Harlem preparaba su concierto de despedida. Cuando les oyó tocar le pareció una buena idea invitarles a tocar como invitados en la noche en que pensaba retirarse de los escenarios. El concierto iba tener lugar nada menos que en el Teatre Nacional de Catalunya. A mí me llamaron para que les explicara la propuesta. Más de una vez les he hecho de traductor ya que el búlgaro y el serbocroata son idiomas muy similares.
- ¿Cuánto pagan? –fue lo primero que me preguntó el músico enamorado del canto de la ucraniana. Él era el encargado de negociar los bolos.
- No lo sé exactamente pero seguro que será más de lo que cobras en la calle. ¡Además, hombre, te invitan a tocar en el Teatro Nacional de Catalunya! –dije yo emocionado.
A él, el nombre de Teatro Nacional de Catalunya le entusiasmaba tanto como el nombre del Corte Inglés, donde tocaban cada día.
- Te diré algo estos días. Tengo que consultar a los demás –me dijo. Los demás resultaron ser “la cantante” y la respuesta fue:
- Vale. Con una condición, que ella cante.
- Pero el que canta es el que organiza todo el evento ¿para qué la necesita a ella? –dije intentando explicarle de la manera más diplomática posible que las probabilidades de que su amante cantara en ese concierto eran más que mínimas. Pero no me sirvió mucho:
- O ella o nada. – me dijo él.
Y así fue. Nada.
Desde entonces les he perdido la pista. La orquesta se desmanteló, algunos volvieron a Bulgaria y otros se quedaron aquí tocando por su cuenta. La tripulación de Colón del Mar Negro no aguantó el canto de las Sirenas y se encalló en los acantilados del Nuevo Mundo.
La historia que me contó Dimitri le supuso a este músico gitano de Bulgaria ganarse el mote de “Colón”. Él fue quien descubrió Barcelona y en seguida llamó a los amigos de su pueblo en el Mar Negro. Al cabo de pocos días ya habían montado una orquesta que cada día tocaba en la Plaza Catalunya. Un día les oyó el dueño del Harlem Jazz Club y les propuso que tocaran en su local. Desde la primera noche que actuaron se vio que tenían buena onda y que a la gente les gustaba la espontaneidad y la alegría con que tocan.
Cada vez que actuaban en Harlem, el club se llenaba e incluso empezaron a salirse bolos para tocar en bodas y fiestas de cumpleaños. En breve, las cosas empezaron a ir bien en el Nuevo Mundo que había descubierto Dimitri. Desconocer el castellano no les ocasionaba el más mínimo problema, aunque sólo podían pronunciar un par de palabras sueltas cada uno de ellos. Pero conocían los números, sobre todo cuando estos precedían a la palabra “euro”. Algunos ya pensaban en todas las cosas que se podrían permitir cuando volvieran a su pueblo “como reyes”, decían. Pero más que el dinero era la fama la que les daba alas. Cuando subían al escenario se les veía contentísimos y, sobre todo, que se divertían mucho.
Pero si uno no está preparado para el éxito, este se le puede subir a la cabeza.
Pronto empezaron a beber más de la cuenta y a conocer mujeres más exóticas que las que tenían en casa, Una mujer ucraniana se coló en el grupo y empezó a cantar con ellos. Se veía que la música no era su talento natural. Su canto sólo le parecía una maravilla a su amante. Los demás músicos compartían la opinión del público, que la expresó dejando de asistir a sus conciertos.
En mismas fechas un cantante famoso en Catalunya que es asiduo al Harlem preparaba su concierto de despedida. Cuando les oyó tocar le pareció una buena idea invitarles a tocar como invitados en la noche en que pensaba retirarse de los escenarios. El concierto iba tener lugar nada menos que en el Teatre Nacional de Catalunya. A mí me llamaron para que les explicara la propuesta. Más de una vez les he hecho de traductor ya que el búlgaro y el serbocroata son idiomas muy similares.
- ¿Cuánto pagan? –fue lo primero que me preguntó el músico enamorado del canto de la ucraniana. Él era el encargado de negociar los bolos.
- No lo sé exactamente pero seguro que será más de lo que cobras en la calle. ¡Además, hombre, te invitan a tocar en el Teatro Nacional de Catalunya! –dije yo emocionado.
A él, el nombre de Teatro Nacional de Catalunya le entusiasmaba tanto como el nombre del Corte Inglés, donde tocaban cada día.
- Te diré algo estos días. Tengo que consultar a los demás –me dijo. Los demás resultaron ser “la cantante” y la respuesta fue:
- Vale. Con una condición, que ella cante.
- Pero el que canta es el que organiza todo el evento ¿para qué la necesita a ella? –dije intentando explicarle de la manera más diplomática posible que las probabilidades de que su amante cantara en ese concierto eran más que mínimas. Pero no me sirvió mucho:
- O ella o nada. – me dijo él.
Y así fue. Nada.
Desde entonces les he perdido la pista. La orquesta se desmanteló, algunos volvieron a Bulgaria y otros se quedaron aquí tocando por su cuenta. La tripulación de Colón del Mar Negro no aguantó el canto de las Sirenas y se encalló en los acantilados del Nuevo Mundo.
Comentarios
Alguien sabe algo? van a volver a la puerta del Corte Inglés? no puedo creer que una cantante mediocre haga tanto daño...