Escondidos en una trinchera oíamos las detonaciones cada vez más cerca. El miedo se había apoderado de todos nosotros y lo único que nos distinguía era la manera en que cada uno lo manifestaba. Un compañero que estaba a mi lado tuvo un ataque de pánico y empezó a gritar incontroladamente. Sin pensar le cogí por los hombros y le pegué dos hostias pidiéndole que se calmara y dejara de gritar. En seguida se calmó y me dio las gracias.
Han pasado diez años desde aquel episodio y desde entonces mi vida ha ido tomando, poquito a poco, un rumbo más tranquilo y mis experiencias se han hecho cada vez más plácidas.
Ahora, cuando desde esta distancia me observo a mí mismo en situaciones como, por ejemplo, cuando el ordenador se me ha estropeado o he perdido el móvil, cuando falla alguna cosa burocrática o no se me cumple algún plan previsto, y eso me vuelve loco, histérico e insoportable, veo cuánto he cambiado y siento que me irían bien un par de hostias.
Han pasado diez años desde aquel episodio y desde entonces mi vida ha ido tomando, poquito a poco, un rumbo más tranquilo y mis experiencias se han hecho cada vez más plácidas.
Ahora, cuando desde esta distancia me observo a mí mismo en situaciones como, por ejemplo, cuando el ordenador se me ha estropeado o he perdido el móvil, cuando falla alguna cosa burocrática o no se me cumple algún plan previsto, y eso me vuelve loco, histérico e insoportable, veo cuánto he cambiado y siento que me irían bien un par de hostias.
Comentarios
la cara de su agredido/a con un
lirio que utilizaba como si
fuera una falsa fusta.
El día que quieras, me pongo a la
cola. Lirio incluído.