Protegido con mi manto de
invisibilidad, observaba una mujer pasar al lado del perro que justo acaba de cagar
en el césped al lado del supermecado. Embutida en unos tejanos bien apretados y
una corta chaqueta de cuero la mujer de aspecto subsahariano, iba pronunciando
unos sonidos inteligibles y tras pasar un par de metros del perro, se bajó el
pantalón y se agachó para soltar un sonorro chorro de mierda y meado, acompañado de
sus correspondientes pedos.
Prefiero creer que tengo el don
de invisibilidad que pensar que la presencia de un tío de 1.80 y bien cabezota que sujetaba la
correa del perro no tenía importancia alguna para para la mujer. Pero por mucho
que me hubiera gustado, no tengo el don
de invisibilidad y lo que en realidad pasó fue que a la mujer mi presencia le importaba una
mierda (nunca mejor dicho).
La escena sucedió ayer en Valence, un
pequeño pueblo de Francia, seguramente conocido por algo pero ahora me da pereza googlearlo. Cecilia, Diego y yo llegamos allí de paso hacía Suecia y el único motivo por elegir aquel lugar fue que nos pilla de paso y
tienen un hotel que acepta perros. Llegamos
allí sobre las cinco de la tarde y como el restaurante del hotel no abría hasta
las siete nos aconsejaron ir al supermercado para pillar algo de picar mientras tanto.
Tras presenciar la actuación de la mujer en toda su gloria, me giré a recoger la mierda del perro y sin más me marché hacia la entrada del supermercado dejando a la mujer terminar la
faina. Mientras me acercaba a la entrada, para buscar a Cecilia que hacia las compras allí dentro, escuché sus pasos por detrás. La
notaba acercándose cada vez más y en un momento decidí pararme y dejar que pasara. Mientras pasaba al lado mío pude
percatarme algo mejor en su cara (el
culo ya lo conocía). Tenía unos 45-50 años, el pelo pintado de mechas recien salidas de una peluquería. Caminaba con
la cabeza bien alta, desprendiendo alrededor suyo un aire de orgullo y soberbia,
en el intento de hacerme saber que si hubiera algo que avergonzarse tendría que
ser yo que lo hiciera por presenciar un acto tan íntimo y no ella por presentarlo.
La verdad es que lejos de
juzgarla, la escena me ha parecido graciosa y en cierto sentido simbólica. Estaba yo partiendo hacia el norte
donde el efecto de la llamada hace saturar el modelo de integración y
replantear los valores fundamentales de la sociedad sueca. Mi próximo destino migratorio es entre los países que un mayor
número de inmigrantes recoge, y la causalidad quiso que de camino allí en la Francia "profunda" me encontrara con el gran culo de la señora diciéndome
que la cosa no va ser tan fácil.
Para la integración no basta que
la sociedad de acogida dijera “Intégrate”. En primer lugar se han de crear condiciones
para que la integración sea una elección personal y no un trámite
administrativo. Ha de haber un contexto que permita la igualdad de
oportunidades. Y para ello hay que empezar desde el principio y
explicar ya en los países de origen que el Occidente soñado no es un ningún paraíso.
Es cierto que aquí hay más oportunidades, pero si algo los más de veinte años experimentando todo
tipo de migraciones me hayan enseñado es que las oportunidades no se dan, se
ganan.
Pero para ganarlas uno ha de entender
el contexto en el cual está y que cagar al lado del supermercado no ayuda.
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