Hace unos meses le pregunté a
Jordi, mi maestro de aikido (y de otra infinidad de cosas más), por qué una
técnica que hace un tiempo hacíamos de una forma ahora nos la hacía
aprender de otra.
“Esto te pasa por tener un
maestro vivo”, me contestó con esa carcajada tan característica que tienen los
que no temen y que directamente incide en tu campo de gravedad haciendo que ya nada
parezca tan grave.
Ayer fui a ver La sal de la
Tierra y me vinieron a la mente las palabras de Jordi.
Todo aquello que este increíble
testigo de la condición humana, como bien lo define Wenders a Salgado, tras haber
presenciado los más bajos fondos de la condición humana en las guerras de Ruanda
y los Balcanes,… todo aquello que quedó expuesto con esta ténue luz brutal y con tanto interés
por el detalle estremecedor, presentado en su obra,…todas aquellas muertes sin
sentido y las vidas destrozadas porque sí, son el producto de las lecturas e
interpretaciones de los maestros muertos.
No pongo en duda la mejor
intencionalidad de sus enseñanzas. Todas son válidas y todas son grandes. Lo que
pongo en duda son sus interpretaciones.
Estamos en manos de unos intérpretes
miopes que desde hace mucho tiempo recopilan las enseñanzas de los maestros muertos. Les ponen sellos
de las leyes eternas y desde entonces unas castas de intérpretes van evolucionando
hasta llegar a nuestros días donde les conocemos como la administración.
Es la necrofilia organizada que desde
hace ya varios milenios va evolucionando mediante la simbiosis que integra en
un mismo organizamo los distintos maestros muertos. Moises, Platón, Séneca, Cristo, Decartes, Nietzsche,… se
usan principalmente para defender las leyes creadas por unos interpretes miopes
que para ponerse al día leen textos escritos en pergamino. Como estos van
retrasados interpretando los maestros muertos y todavía no llegan hasta los textos
donde se habla de las mujeres que trabajan, los hombres que se besan, los niños
que aprenden jugando, las empresas que ganan compartiendo,… mientras tanto, unos
cuantos caraduras se prestan para “echarles una mano” por un simbólico “tresporciento”
de propina.
Si algunos protestan “es la Ley”,
contestan. “Todo que no está permitido será prohibido”
Solamente hay una cosa que temen es la ética.
Comprendida esta como el conjunto
de normas morales que rigen la conducta humana, está por
encima de la Ley.
En el fondo se trata de vivir honradamente.
Pero por arriba esto no cuela. Por arriba rige la misma idea que dice un
mafioso al otro en la serie Gotham: “No te puedes fiar de un hombre honesto”.
La ética es el maestro vivo. Es
vivir en el ahora y aquí anteponiendo una acción correcta ante una creencia
perfecta. Es tener la conciencia de que todos tus actos tienen consecuencias y
el valor por asumirlas. Es saber que el purgatorio, si existe, está aquí y lo
estás viviendo. Es creer que nada y nadie es perfecto y que solamente te puedes
fiar de los que saben que no saben nada y no tienen miedo de confesarlo. Es ver
más allá de tu obligo.
Así que amigo, búscate un maestro
vivo y siga tu conciencia, porque la única certeza que encontrás es que no hay
certezas que duran más que el tiempo que las borra.
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