Los hocicos se asomaron por el borde del hoyo, allí hasta donde la luz avanza. Los siguieron los ojos, la frente, las orejas,…. Poco a poco las criaturas salieron recobrando la compostura con la confianza que les inspiraba la majestuosidad de la bestia caída que yacía ante ellos. Al lado del cuerpo sin vida del dragón que les hacía temblar durante tantos años, estaba el joven caballero. Las gotas de sangre de su espada hicieron un pequeño charco al lado de los pies que sostenían su postura triunfal. Estaba listo para recibir el reconocimiento. Pero no hubo alegría, entre las criaturas que durante años entregaban corderos y hermanos a cambio de sus vidas. La bestia, ahora muerta, los aceptaba gustosamente. El dragón nunca se lo había pedido. Simplemente hacía lo suyo. Cazaba de forma aleatoria, hasta que las criaturas decidieron intervenir y empezaron a entregarle la comida debajo de la sombra del rosal donde tanto le gustaba descansar. Calculaban que con el tiempo los se...
Diario de un emigrante balcánico en la Península Ibérica