Lunes
“¡Como odio esta puta canción!”
pensaba en voz alta empujando el carrito de compras, mientras el sonido
electrónico del último éxito de Miley Cyrus le rompía los tímpanos acompañado del ritmo de las ruedas rebotando sobre las juntas de las baldosas en el suelo.
Los lunes por la mañana normalmente
había poca gente en el supermercado y había muchos espacios desocupados por los
productos que había que reponer.
Conocía muy bien el orden de los
productos y su separación por categorías. Él lo hubiera hecho diferente. Por
ejemplo, ¿qué hacen las pastas junto a la harina? ¡Ey! ¡Ya está hecha! Para qué entonces poner
la harina. La pasta hay que ponerla entre el vino tinto y los productos
cárnicos, al lado de la pescadería. Y voilá, uno ya tiene el segundo plato. La
harina ha de estar entre los huevos, agua, levadura y leche, y uno mismo pueda
elegir. Pan, pasta, postre,… ¡es que no puede ser tan difícil! Solamente hay
que pensar un poco. Pero no. La gente se agarra a los manuales y todos los
supermercados se parecen iguales.
¡Que rabia! Pero, él ya hacía tiempo había decidido no
cambiar el mundo. No fue por voluntad propia. Fue impuesto por las circunstancias.
Ha dado batalla y perdió. Pero por lo que a él le concierne el mundo perdió. ¡Que
se joda!
En el apartado de ofertas
encontró un paquete de carpacho de ternera, pero no había rúcula fresca. No
pasa nada en casa quedan algunos canónigos, ya se apañará. Con una copa del
Bordeaux que se lleva será suficiente. Tampoco tenía mucha hambre.
Martes
“¿Cómo era la receta?”,…
intentaba rescatar el recuerdo de los ingredientes que su madre usaba para
hacer la salsa para los gnocchi que le volvían loco. ¿Cómo lograba este toque agridulce que
activaba todos los puntos sensoriales de la lengua uno tras otro y guardaban
este sabor redondo, plano pero fresco? Vinagre, harina, cebollino, pimienta,
laurel, limón…. ¡¿Y qué más?! ¡¡¡¡¡Aghhhhhhhhhhrrrr!!!! Ojalá pudiera llamarla.
Al recordar que no podía hacerlo
un pedazo de tristeza se desprendió del corazón y cayó con fuerza en el
abdomen. Un golpe de amargura estremeció todo su cuerpo. Empujo el carrito
hasta la sección de chocolates, encontró la Lindt de chocolate negro con sal
marina, la abrió y devoró dos trozos. El resto lo puso en el carrito al lado de
dos latas de atún, un bote de garbanzos, tofú, yogurt griego, pack de cervezas,
tortitas de maíz, tiras de algas, jamón serrano, queso bola y el quitamanchas.
Algo saldrá de todo esto, pensó empujando el
carrito hacía la salida.
Miércoles
Parrado ante una mancha de grasa
en el suelo, empezó a recordar las comidas familiares. Le costaba mucho admitir
que le encantaban.
“Hay dos tipos de hombres”, decía
su padre, “los que empiezan o aceptan la pelea y los que tratan de separar o
simplemente huir”. No hacia la diferencia entre los que empezaban o aceptaban y los que
apaciguaban o huían. Era un hombre de acción, igual que su padre y el padre de
su padre.
Él era de los segundos y como era
de entender no era el preferido del padre. Su hermano por otro lado lo era.
Entraría en un bar y la primera mirada ajena que no fuera de su agrado acabaría
con el puño metido hasta sentir el crujir del hueso del desafortunado
propietario de la misma. “Ese es mi chico”, decía el padre orgulloso.
¿Qué pensaría mi padre si me
viera hoy aquí empujando el carrito de compras entre las filas de productos?
Ya no importa.
Lo que importa es la fecha de
caducidad.
Jueves
Las luces de neón palpitaban acompañadas
del crujido mecánico que hacían varias bombillas fundidas. Le dolía la vista y
le costaba distinguir las marcas de productos en las estanterías. Por un lado
columnas de rojos-amarillos, por el otro azul-verdes, ocre-marrones y
naranja-rosados. Un instante después volvían a aparecer las Barilla, Nestlé,
Danone, Torres y Proctor&Gamble y apretujadas entre ellas las Roshen,
Mivina, Doma y Stama.
Le entretenían los cambios de la
luminosidad, aunque nunca le gustaban los conciertos y sobre todo no los clubs
de esta música chumba, chumba que le ponía más nervioso de los que normalmente
estaba.
Entonces, en un instante la vio.
Su rostro de líneas perfectamente
enmarcadas entre el pelo liso, largo y castaño que caía ligeramente sobre los
hombros, labios tipo Jessica Rabbit, la bella pareja de Roger, de natural color
cereza, los ojos verdes,… hasta aquí su timidez ha permitido la observación. En
seguida desvió la mirada hacía la información del valor energético y
nutricional de los pepinillos en vinagre por 100 g de producto escurrido:
Enargía: 46 Kj (11kcal), Proteinas 0,6 g, Hidratos de carbóno: 1,3 g (de los
cuales azúcares: 0,9g) Grasas,….
Al levantar la mirada, ella ya se
había ido.
Devolvió el bote de pepinillos en
vinagre en la estantería y con el paso acelerado empujó el carrito hacía la
salida.
Viernes
¿Volveré a verla? ¿Quizá no viene
todos los días? Puede ser. Seguro que hay gente que no va todos los días al
súper. Y no pasa nada. Quien soy yo para juzgarles.
Cada paso era una sensación de
mezcla de miedo e ilusión por volver a verla. Como la miel y limón, separados,
sin té.
Aun así sus pasos iban solos
hacia la estantería de los pepinillos en vinagre. Grasas: 0,1 g (de las cuales
saturadas: trazas) Fibra alimentaría,…
Hola.
Una voz dulce resonó entre las
estanterías haciendo vibrar cada molécula de sus sentidos. Como un soplo cálido
de aire en el Bosque Rojo donde iba a pasear los largos meses de verano
esperando encontrar valor para la vida que le esperaba al regresar a casa.
Entonces, igual que el viento
cambiaba en el bosque, la sensación cambió. El “Hola” era un hola del “otro
lado”. Era el hola que decían “ellos”.
¡Los rusos!
¡No puede ser! Maldita sea la
suerte que tengo. ¿Por qué estas cosas solo me pasan a mí? Esta gente mató a mi
padre y mi hermano. Y ahora ella,… Hola…. A mí,…. ¡Já!
Sin decir nada, y sin levantar la
mirada, continuó leyendo: Fibra alimentaria: 1,2 g, Sodio: 0,8 g, Sal: 2 g
Con mucho aplomo, guardo el bote
de pepinillos en vinagre en el carrito de compras y a paso lento, demostrando
su indignación y reproche por todo lo que este “hola” traía consigo. Sin dirigirla ni una sola mirada, ni un solo sílaba, se fue
hacia las cajas,
El
cuerpo de la cajera ya empezó a cambiar de color hacía unos tonos morados. Su
cabeza yacía apoyada sobre la caja de registro que marcaba 3,777777777777777777
grivnas.
Pasó al lado suyo empujando el
carrito entre otros carritos y cadáveres y salió por la puerta automática
haciendo pitar el alarma. Igual que lo hacía durante las dos semanas anteriores
desde que los ataques, primero el químico de la OTAN seguido de atómico de
Rusia, “¿o fue a revés?”, da igual, lo que es importante es que los ataques
liberaron Ucrania,... de su gente.
“So la da di da di, we like to party
Dancing with Miley
Doing whatever we want
This is our house
This is our rules
And we can’t stop
And we won’t stop”…. Salía de los
altavoces.
¡La puta canción!…. Puede ser que
ella y yo fuéramos los últimos supervivientes en toda la ciudad, o incluso en
todo el país, pero no voy a ser un cobarde. Voy a demostrarles a mi padre y mi
hermano que yo también puedo ser del primer grupo. Aceptaré la pelea. No
volveré aquí nunca más. Que se jodan todos,…. Y la rusa esa.
Mientras fruncía la frente los
pedazos de piel se desprendía de ella. Sin darle importancia, empujaba el
carrito entre los coches apilados en la rampa de salida del parquin. A sus
ocupantes ya no les importaba ni él, ni Miley, ni Ucrania, ni la rusa,…. Pero a
mi si,… ahora sí,…. enfurruñaba.
¡Seguro que caducará antes que
yo! La rusa esa.
Uffff, menos mal que viene el finde.
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