“No somos seres físicos que tienen una experiencia espiritual, somos seres espirituales que tienen una experiencia física.” - Maestro Jordi Calvet
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"Cogito ergo sum." - René Descartes
Cuando fue escrita, la frase cayó como un rayo entre las mentes adormecidas en los establos del dogma inspirado en el Milagro, y encendió la antorcha de la Ciencia y Libertad, que desde hace más de tres siglos ilumina la búsqueda. En el fondo la frase buscaba las mismas respuestas que plantean casi todas las religiones humanas, pero por otras vías.
Desde que René Descartes, el padre de la modernidad, instaló la Duda y construyó el Método, los cimientos del poder social (del mundo occidental) basados en el Milagro se empezaron a tambalear desvelando al Hombre los secretos de la materia. Una cadena que desde el Prometeo nutre nuestra curiosidad y evolución.
Consciente del peligro que suponía la Duda, el clero quiso protegerse contraatacando y prohibiendo el cartesianismo, (aunque Descartes durante toda su vida se declaraba católico devoto). La principal preocupación del clero “era que las perspectivas de Descartes acerca de la materia y el mundo material pudiera socavar la doctrina de la eucaristía y la presencia real de Jesucristo en el pan eucarístico”, según afirma en “Los huesos de Descartes” (editorial Duomo) su autor Russell Shorto. El libro es una inspiradísima “aventura histórica que ilustra el eterno debate entre fe y razón”, y uno de los mejores lecturas que he tenido últimamente.
Es realmente fascinante leer cómo un debate, aparentemente benigno, sobre la eucaristía, comenzó la búsqueda que llevó la humanidad a adentrarse en la materia dando una mayor esperanza al ser humano de mejorar sus condiciones de vida, en esta y no en la vida póstuma.
Pero “el reino” de la razón no ha librado al hombre, sino solamente ha sustituido el fundamentalismo religioso por el fundamentalismo científico. El dualismo entre fe y razón, entre mente y cuerpo, entre alma y materia ha dividido nuestro ser, separando nuestras experiencias en físicas y espirituales. Es aquí donde se pone de manifiesto la importancia del gran olvidado de la historia: el corazón.
El corazón es el órgano de la conciencia y el vehículo de nuestras emociones, y sin él no sería posible experimentar tanto la existencia física, como la espiritual.
Es el músculo de la libertad. Y como cualquier otro músculo necesita ejercitarse y desarrollarse en un entorno estimulante. En esto estoy completamente de acuerdo con Eduard Punset cuando dice que la nueva revolución no será la fusión de la biología y la tecnología, sino la educación, porque como bien dice: “Los esfuerzos venideros en materia educativa apuntarán a reformar los corazones de la infancia y la juventud, olvidados por la obsesión exclusiva en los contenidos académicos”.
¡A reformar los corazones!
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"Cogito ergo sum." - René Descartes
Cuando fue escrita, la frase cayó como un rayo entre las mentes adormecidas en los establos del dogma inspirado en el Milagro, y encendió la antorcha de la Ciencia y Libertad, que desde hace más de tres siglos ilumina la búsqueda. En el fondo la frase buscaba las mismas respuestas que plantean casi todas las religiones humanas, pero por otras vías.
Desde que René Descartes, el padre de la modernidad, instaló la Duda y construyó el Método, los cimientos del poder social (del mundo occidental) basados en el Milagro se empezaron a tambalear desvelando al Hombre los secretos de la materia. Una cadena que desde el Prometeo nutre nuestra curiosidad y evolución.
Consciente del peligro que suponía la Duda, el clero quiso protegerse contraatacando y prohibiendo el cartesianismo, (aunque Descartes durante toda su vida se declaraba católico devoto). La principal preocupación del clero “era que las perspectivas de Descartes acerca de la materia y el mundo material pudiera socavar la doctrina de la eucaristía y la presencia real de Jesucristo en el pan eucarístico”, según afirma en “Los huesos de Descartes” (editorial Duomo) su autor Russell Shorto. El libro es una inspiradísima “aventura histórica que ilustra el eterno debate entre fe y razón”, y uno de los mejores lecturas que he tenido últimamente.
Es realmente fascinante leer cómo un debate, aparentemente benigno, sobre la eucaristía, comenzó la búsqueda que llevó la humanidad a adentrarse en la materia dando una mayor esperanza al ser humano de mejorar sus condiciones de vida, en esta y no en la vida póstuma.
Pero “el reino” de la razón no ha librado al hombre, sino solamente ha sustituido el fundamentalismo religioso por el fundamentalismo científico. El dualismo entre fe y razón, entre mente y cuerpo, entre alma y materia ha dividido nuestro ser, separando nuestras experiencias en físicas y espirituales. Es aquí donde se pone de manifiesto la importancia del gran olvidado de la historia: el corazón.
El corazón es el órgano de la conciencia y el vehículo de nuestras emociones, y sin él no sería posible experimentar tanto la existencia física, como la espiritual.
Es el músculo de la libertad. Y como cualquier otro músculo necesita ejercitarse y desarrollarse en un entorno estimulante. En esto estoy completamente de acuerdo con Eduard Punset cuando dice que la nueva revolución no será la fusión de la biología y la tecnología, sino la educación, porque como bien dice: “Los esfuerzos venideros en materia educativa apuntarán a reformar los corazones de la infancia y la juventud, olvidados por la obsesión exclusiva en los contenidos académicos”.
¡A reformar los corazones!
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