Cuando se cayó el muro de Berlín yo estaba demasiado preocupado con las explosiones hormonales que mi recién llegada pubertad me provocaba. Y para nada me importaba ese pedazo de muro, miles de kilómetros lejos de mí. En aquellas fechas el único muro que me preocupaba era el que me separaba del corazón de Tanja, la chica de la que estaba locamente enamorado. Los fallidos intentos de conquistarla no me dejaron otra alternativa que practicar los primeros besos con las chicas menos amuralladas. Y mientras los alemanes de un lado y otro se abrazaban entre los escombros del muro caído, yo descubría que sí que había juegos que se podían jugar con las chicas.
Vivíamos en la sombra del muro. Su caída trajo una nueva luz de nuevos tiempos. Pero había demasiada oscuridad. La luz era demasiado intensa y cegó los espíritus adormecidos por las décadas de mentiras. Nuestros viejos bajaron la vista y se dejaron llevar en filas por los mismos asesinos que les contaban los cuentos utópicos. Tenían las chaquetas diferentes pero las mismas ganas de matar. Finalmente, en vez de seguir la luz de los tiempos nuevos, ciegos se dejaron llevar por la niebla nacionalista medieval y con sus cuchillos sangrientes escribieron otro capitulo de nuestra historia misantrope.
_____
Nota: Esto lo escribí hace unos dos años después de mi primera visita a Berlin
Vivíamos en la sombra del muro. Su caída trajo una nueva luz de nuevos tiempos. Pero había demasiada oscuridad. La luz era demasiado intensa y cegó los espíritus adormecidos por las décadas de mentiras. Nuestros viejos bajaron la vista y se dejaron llevar en filas por los mismos asesinos que les contaban los cuentos utópicos. Tenían las chaquetas diferentes pero las mismas ganas de matar. Finalmente, en vez de seguir la luz de los tiempos nuevos, ciegos se dejaron llevar por la niebla nacionalista medieval y con sus cuchillos sangrientes escribieron otro capitulo de nuestra historia misantrope.
_____
Nota: Esto lo escribí hace unos dos años después de mi primera visita a Berlin
Comentarios