Vuelvo de una semana de retiro en un lugar precioso, donde estuve rodeado de girasoles y de gente mágica, haciendo aikido y creciendo. Igual que el año pasado nos fuimos a un curso de Aiam Aikido y, una vez más, el maestro nos ha regalado unas experiencias inolvidables.
Una de ellas fue vivir con los ojos vendados 24 horas seguidas. Desayuno, pelar y rallar zanahorias, aikido, hacer fotos, comida, lavabo, taichi, trompeta, danza, ducha, cena,… hasta el despertar del día siguiente, todo sin poder ver. Me deje llevar confiando en los compañer@s y Anahit, mi ángel guía encargada de ayudarme a encontrar cosas y apartarme de los caminos peligrosos. Me dejé llevar olvidándome de la vista. Olvidándome de la vista me libré de los prejuicios, comparaciones y otras basuras que la vista deposita en mi mente. Me dejé llevar por el corazón. Aprendí a escuchar.
De vuelta a Barcelona me encontré con la violencia, y la noticia: “Durante los meses de agosto, desde 2003 a 2008, 44 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas, lo cual sitúa la media de homicidios en el mes de agosto en 7,3, la más elevada de todos los meses y con prácticamente dos puntos de diferencia respecto al resto del año, cuya media es de 5,4.”. De todas las formas que la violencia acoge para manifestarse, la violencia machista es la más cobarde, la más miserable.
Imaginad cómo sería el mundo si cada ser humano a cierta edad cambiara de sexo. En otras palabras si al cumplir por ejemplo los 33 años los hombres se conviertiesen en mujeres y viceversa. ¿Levantaría la mano el “macho” para pegar a su pareja sabiendo que a los 33 años le tocaría a él mismo estar en su sitio?
De momento ésta posibilidad queda muy remota, pero está a nuestro alcance un remedio poderosísimo; el Amor. “¿Por qué en lugar de enseñar primero a los niños como leer y escribir, no les enseñáramos a amar?”, nos decía el maestro. Pero no enseñarles el amor que se usa para vender productos, coches y viajes. Ese amor mutante producto de la “oversexed” sociedad moderna, sino el amor de compasión y empatía. El amor que cura. El amor que aparta los miedos cuando andamos con los ojos cerrados.
Una de ellas fue vivir con los ojos vendados 24 horas seguidas. Desayuno, pelar y rallar zanahorias, aikido, hacer fotos, comida, lavabo, taichi, trompeta, danza, ducha, cena,… hasta el despertar del día siguiente, todo sin poder ver. Me deje llevar confiando en los compañer@s y Anahit, mi ángel guía encargada de ayudarme a encontrar cosas y apartarme de los caminos peligrosos. Me dejé llevar olvidándome de la vista. Olvidándome de la vista me libré de los prejuicios, comparaciones y otras basuras que la vista deposita en mi mente. Me dejé llevar por el corazón. Aprendí a escuchar.
De vuelta a Barcelona me encontré con la violencia, y la noticia: “Durante los meses de agosto, desde 2003 a 2008, 44 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas, lo cual sitúa la media de homicidios en el mes de agosto en 7,3, la más elevada de todos los meses y con prácticamente dos puntos de diferencia respecto al resto del año, cuya media es de 5,4.”. De todas las formas que la violencia acoge para manifestarse, la violencia machista es la más cobarde, la más miserable.
Imaginad cómo sería el mundo si cada ser humano a cierta edad cambiara de sexo.
Imaginad cómo sería el mundo si cada ser humano a cierta edad cambiara de sexo. En otras palabras si al cumplir por ejemplo los 33 años los hombres se conviertiesen en mujeres y viceversa. ¿Levantaría la mano el “macho” para pegar a su pareja sabiendo que a los 33 años le tocaría a él mismo estar en su sitio?
De momento ésta posibilidad queda muy remota, pero está a nuestro alcance un remedio poderosísimo; el Amor. “¿Por qué en lugar de enseñar primero a los niños como leer y escribir, no les enseñáramos a amar?”, nos decía el maestro. Pero no enseñarles el amor que se usa para vender productos, coches y viajes. Ese amor mutante producto de la “oversexed” sociedad moderna, sino el amor de compasión y empatía. El amor que cura. El amor que aparta los miedos cuando andamos con los ojos cerrados.
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