Sábado tarde. El sofá. Termino La perla y otros cuentos, de Mishima, algo agotado y decepcionado por la sobreabundancia de descripciones que, otorgando demasiada importancia al estilo y el lenguaje ("ambiguo" como lo define Murakami), distraen de la fábula. Cojo otro libro de la pila “regalos del cumpleaños”. Es El hombre que plantaba árboles, de Jean Giono.
De entrada toda mi presencia se sumergió en la Provenza; sus vientos, prados, montañas y colinas. Y como si los pies me pidiesen pisar sobre sus hierbas y heno, me quite los calcetines y le acompañe hasta el final. Hasta la muerte de Elzéard Bouffier, el “atleta de Dios” que cuidadosamente seleccionaba las mejores bellotas, subía la cresta de la loma, en el medio de los “parajes despoblados”, de tierra yerma y descolorida”, donde “nada crecía salvo el espliego”. Abría agujero en la tierra. Planteaba una bellota. La regaba. Rellenaba el agujero.
Un acto místico que Giono con maestría protege de un: “Por qué” vulgar.
Elzéard Bouffier pasó toda su vida sembrando bosques, en silencio. Como Dios.
Terminé el relato lleno de sensaciones de optimismo, coraje, bondad y generosidad. Bajé al supermercado para comprar un par de cosas. En la caja, delante mío estaba una señora muy mayor, muy delgada, pálida, con un pañuelo rosa que la cubría la cara. Pagó sus compras y con mucho esfuerzo empezó a caminar hacía la salida arrastrando el bolso de compras que desequilibraba sus pasos de modo que parecía que se iba a caer en cada instante.
Cuando terminé de pagar, me la encontré en la calle. Me ofrecí a ayudarla. Asintió con la cabeza y entendí que por algún motivo no podía hablar. Cogí su bolso y la pregunté donde vive. Indicó con la mano hacía el otro lado de la calle. Cruzamos en el semáforo y la acompañé hasta el portal. Me ofrecí a subir el bolso hasta su casa, pero desde su expresión deduje que esto la incomodaba, así que me despedí.
Regresé a mi casa. Me corté un trozo de piña y seguí leyendo el epílogo del libro.
¡¡¡¡Elzéard Bouffier nunca vivió!!!
Resultó que los editores querían que Giono escribiera un relato sobre un personaje inolvidable y real. Giono se decantó por "escribir acerca de un personaje que llegaría a ser inolvidable para él". En una ocasión explicó: “Era hacer que la gente amara a los árboles, o para ser exacto, hacer que amen a plantar árboles”.
Por segunda vez en una misma tarde me quedé “decepcionado”. Desde lo más profundo de mi deseaba que este hombre hubiera sido “real”. Pero luego entendí que si que lo era, porque la sensación de generosidad y bondad “plantada” en su historia era lo más real que sentí últimamente. Y, sus ramas salían de lo más profundo de mi conciencia recordando las palabras de otro escritor (cuyo nombre ahora no recuerdo): “Si cada uno tuviera un árbol delante de su ventana, no hubiera habido más guerras”
Cuestionario de Jean Giono:
¿Mi ideal de felicidad? La paz
¿Mis heroínas en la vida real? No hay heroínas en la vida real
De entrada toda mi presencia se sumergió en la Provenza; sus vientos, prados, montañas y colinas. Y como si los pies me pidiesen pisar sobre sus hierbas y heno, me quite los calcetines y le acompañe hasta el final. Hasta la muerte de Elzéard Bouffier, el “atleta de Dios” que cuidadosamente seleccionaba las mejores bellotas, subía la cresta de la loma, en el medio de los “parajes despoblados”, de tierra yerma y descolorida”, donde “nada crecía salvo el espliego”. Abría agujero en la tierra. Planteaba una bellota. La regaba. Rellenaba el agujero.
Un acto místico que Giono con maestría protege de un: “Por qué” vulgar.
Elzéard Bouffier pasó toda su vida sembrando bosques, en silencio. Como Dios.
Terminé el relato lleno de sensaciones de optimismo, coraje, bondad y generosidad. Bajé al supermercado para comprar un par de cosas. En la caja, delante mío estaba una señora muy mayor, muy delgada, pálida, con un pañuelo rosa que la cubría la cara. Pagó sus compras y con mucho esfuerzo empezó a caminar hacía la salida arrastrando el bolso de compras que desequilibraba sus pasos de modo que parecía que se iba a caer en cada instante.
Cuando terminé de pagar, me la encontré en la calle. Me ofrecí a ayudarla. Asintió con la cabeza y entendí que por algún motivo no podía hablar. Cogí su bolso y la pregunté donde vive. Indicó con la mano hacía el otro lado de la calle. Cruzamos en el semáforo y la acompañé hasta el portal. Me ofrecí a subir el bolso hasta su casa, pero desde su expresión deduje que esto la incomodaba, así que me despedí.
Regresé a mi casa. Me corté un trozo de piña y seguí leyendo el epílogo del libro.
¡¡¡¡Elzéard Bouffier nunca vivió!!!
Resultó que los editores querían que Giono escribiera un relato sobre un personaje inolvidable y real. Giono se decantó por "escribir acerca de un personaje que llegaría a ser inolvidable para él". En una ocasión explicó: “Era hacer que la gente amara a los árboles, o para ser exacto, hacer que amen a plantar árboles”.
Por segunda vez en una misma tarde me quedé “decepcionado”. Desde lo más profundo de mi deseaba que este hombre hubiera sido “real”. Pero luego entendí que si que lo era, porque la sensación de generosidad y bondad “plantada” en su historia era lo más real que sentí últimamente. Y, sus ramas salían de lo más profundo de mi conciencia recordando las palabras de otro escritor (cuyo nombre ahora no recuerdo): “Si cada uno tuviera un árbol delante de su ventana, no hubiera habido más guerras”
Cuestionario de Jean Giono:
¿Mi ideal de felicidad? La paz
¿Mis heroínas en la vida real? No hay heroínas en la vida real
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