Eduardo nunca creía que la imaginación tenía algo que ver con la vida. De hecho, consideraba de cobardes todos los artistas, y los únicos libros que había leído en toda su vida eran los libros técnicos. “Los prácticos”, como los solía llamar.
Para Eduardo todo era blanco o negro, y gracias a su trabajo no tenía que dudar de ello. Era el máximo (y único) accionista, y el único empleado del negocio familiar “Tintorería Eduardo”.
Antiguamente la tienda se llamaba “Tintorería Eduardo”, por su padre Eduardo, pero al morir “el Viejo”, Eduardo decidió, ponerle el sello propio al negocio. Lo primero que hizo era cambiarle el nombre en: “Tintorería Eduardo”.
“Empieza mi era”, decía orgulloso de si, en silencio. Tampoco hubiera cambiado algo si lo hubiera gritado a todo pulmón, ya que, salvo los clientes y los proveedores, no tenía con quien a hablar. Pintó las paredes blancas en blanco, cambió las cortinas blancas por unas blancas, y puso sobre el mostrador blanco el letrero que decía “Adiós a las manchas”.
Desde muy pequeño Eduardo sabía mucho sobre las manchas. Conocía hasta la perfección la composición química de cada ingrediente y sus efectos sobre la superficie del tejido afectado. En su pueblo no había nadie quien sabía tanto sobre las manchas. Y como no tenía otros intereses en la vida, no tenía a nadie con quien hablar. El termino “Socializarse” le parecía algo muy vulgar y agresivo. No es que no tenía con quien a hablar, sino que no tenía por que hablar con nadie.
Hasta que un día apareció un joven gitano que quiso que le limpiara el traje de boda.
- Es mi primera boda- le dijo – y me gustaría que el traje fuera impecable.
- Pues, has tenido suerte. Estás en el mejor sitio. Desde el mil nueve ciento treinta y cuatro, desde aquí no ha salido ni una sola mancha. – dijo con un doloroso ejercicio facial en forma de una sonrisa.
El día siguiente el gitano regresó con el traje. Lo sacó de la funda y se lo entregó a Eduardo.
- Aquí está
Eduardo cogió el traje y lo repasó desde arriba hasta abajo buscando manchas.
- Disculpe, pero este traje está limpio - dijo sorprendido.
- ¡¡¡¡Limpio!!!! – gritó el joven - Y tu te llamas el mejor tintorero del pueblo. ¿Me estás tomando el pelo? ¿¡¡¡Porque soy gitano!!!? ¡¿Quien te has creído que eres!? El traje está lleno de manchas.
- Discúlpeme, no ha sido mi intención en ningún momento insultarle. No es la política de “Tintorería Eduardo” hacerlo. Pero, yo simplemente no veo ninguna mancha en su traje. Al contrario, diría que es un traje impecablemente limpio.
- Entonces tú no eres el mejor tintorero del pueblo.
- Perdona pero usted no tiene ni derecho, ni la preparación profesional de decir tal cosa.
- Este traje está lleno de manchas blancas – seguía el cliente.
- Señor, yo no veo ninguna mancha en su traje – decía Eduardo con la voz alterada.
- Esto no quiere decir que no los haya – contestó el joven gitano – ¡Tu no eres el mejor! ¡Eres un farsante! – cogió el traje del mostrador y salió golpeando la puerta.
Eduardo se quedó sin palabras. Su mirada perdida empezó a flotar sobre las paredes blancas, los muebles blancos y las cortinas blancas de la “Tintorería Eduardo”. Todo estaba cubierto de manchas blancas.
Salió de la tienda. Bajó la persiana y por la primera vez en su vida entró en el bar que estaba al lado de la “Tintorería Eduardo”.
- Buenos días. Soy Eduardo, de la tienda de al lado. Un café por favor – le dijo al camarero.
- ¿Sólo? – preguntó el camarero.
- ¿Perdona? – dijo Eduardo sorprendido porque la pregunta del camarero le parecía un comentario.
- El café. ¿Lo quiere sólo? - repetió el camarero.
- ¡No! Sólo no, por favor. Con leche – reclamó, y cuando el jóven le puso el café delante Eduardo añadió:
- ¡¿Y, qué hay?!
Para Eduardo todo era blanco o negro, y gracias a su trabajo no tenía que dudar de ello. Era el máximo (y único) accionista, y el único empleado del negocio familiar “Tintorería Eduardo”.
Antiguamente la tienda se llamaba “Tintorería Eduardo”, por su padre Eduardo, pero al morir “el Viejo”, Eduardo decidió, ponerle el sello propio al negocio. Lo primero que hizo era cambiarle el nombre en: “Tintorería Eduardo”.
“Empieza mi era”, decía orgulloso de si, en silencio. Tampoco hubiera cambiado algo si lo hubiera gritado a todo pulmón, ya que, salvo los clientes y los proveedores, no tenía con quien a hablar. Pintó las paredes blancas en blanco, cambió las cortinas blancas por unas blancas, y puso sobre el mostrador blanco el letrero que decía “Adiós a las manchas”.
Desde muy pequeño Eduardo sabía mucho sobre las manchas. Conocía hasta la perfección la composición química de cada ingrediente y sus efectos sobre la superficie del tejido afectado. En su pueblo no había nadie quien sabía tanto sobre las manchas. Y como no tenía otros intereses en la vida, no tenía a nadie con quien hablar. El termino “Socializarse” le parecía algo muy vulgar y agresivo. No es que no tenía con quien a hablar, sino que no tenía por que hablar con nadie.
Hasta que un día apareció un joven gitano que quiso que le limpiara el traje de boda.
- Es mi primera boda- le dijo – y me gustaría que el traje fuera impecable.
- Pues, has tenido suerte. Estás en el mejor sitio. Desde el mil nueve ciento treinta y cuatro, desde aquí no ha salido ni una sola mancha. – dijo con un doloroso ejercicio facial en forma de una sonrisa.
El día siguiente el gitano regresó con el traje. Lo sacó de la funda y se lo entregó a Eduardo.
- Aquí está
Eduardo cogió el traje y lo repasó desde arriba hasta abajo buscando manchas.
- Disculpe, pero este traje está limpio - dijo sorprendido.
- ¡¡¡¡Limpio!!!! – gritó el joven - Y tu te llamas el mejor tintorero del pueblo. ¿Me estás tomando el pelo? ¿¡¡¡Porque soy gitano!!!? ¡¿Quien te has creído que eres!? El traje está lleno de manchas.
- Discúlpeme, no ha sido mi intención en ningún momento insultarle. No es la política de “Tintorería Eduardo” hacerlo. Pero, yo simplemente no veo ninguna mancha en su traje. Al contrario, diría que es un traje impecablemente limpio.
- Entonces tú no eres el mejor tintorero del pueblo.
- Perdona pero usted no tiene ni derecho, ni la preparación profesional de decir tal cosa.
- Este traje está lleno de manchas blancas – seguía el cliente.
- Señor, yo no veo ninguna mancha en su traje – decía Eduardo con la voz alterada.
- Esto no quiere decir que no los haya – contestó el joven gitano – ¡Tu no eres el mejor! ¡Eres un farsante! – cogió el traje del mostrador y salió golpeando la puerta.
Eduardo se quedó sin palabras. Su mirada perdida empezó a flotar sobre las paredes blancas, los muebles blancos y las cortinas blancas de la “Tintorería Eduardo”. Todo estaba cubierto de manchas blancas.
Salió de la tienda. Bajó la persiana y por la primera vez en su vida entró en el bar que estaba al lado de la “Tintorería Eduardo”.
- Buenos días. Soy Eduardo, de la tienda de al lado. Un café por favor – le dijo al camarero.
- ¿Sólo? – preguntó el camarero.
- ¿Perdona? – dijo Eduardo sorprendido porque la pregunta del camarero le parecía un comentario.
- El café. ¿Lo quiere sólo? - repetió el camarero.
- ¡No! Sólo no, por favor. Con leche – reclamó, y cuando el jóven le puso el café delante Eduardo añadió:
- ¡¿Y, qué hay?!
Comentarios
Un abrazo, Boris
Muchas gracias&abrazos
lo pragm�tico, vale, hace falta, pero sin imaginaci�n se llega a eso, al ostracismo, a no interesarse por los dem�s, a no tener curiosidad.
me gust�.
besi�s.
Petonets,
L.