Yo tenía unos diez años y el teléfono era el objeto central de la casa. Mi padre se fue a Rijeka a ser operado. Le iban a hacer el trasplante de un riñón. “Suyos no iban”, me trataba de explicar mi madre. No tenía ni idea de lo que era pero según la cara que ponía me imaginaba que no era nada bueno.
Tío Branko, el hermano de mi padre, fue el donante. La casa estaba muy silenciosa, como si todos los sonidos fueron callados por el teléfono que asumía la importancia del papel que le fue otorgado. Cuando sonaba lo hacía de un modo pausado, igual que los movimientos de los que lo contestaban. Serio. Como si fuera sumergido a una sustancia espesa donde la luz no podía respirar. Se esperaba la noticia. Este día llegó. La operación ha sido ¡un éxito! El teléfono empezó a sonar alegremente. La luz volvió a respirar. Todo empezó de nuevo.
Días después nos fuimos a visitarles al hospital. Toda la familia estaba allí. Hasta mi abuelo quien la última vez que viajó por estas tierras fue con los partisan durante la 2º Guerra Mundia quienes le llevaron a “liberar a Trieste””.
Recuerdo de unos pasillos verdes. Una pared de cristal. De dos camas. De dos hermanos.
La ternura y la valentía de esta imagen es un valor para toda la vida. Es lo que alimenta un amor incondicional hacía mi familia.
“Dos hermanos” salieron en las revistas. Eran entre los primeros a los que se hizo este tipo de operación en toda la ex Yugoslavia. “Con un riñón sano una persona vive perfectamente normal”, decía mi tío. El hombre más grande del mundo. Un héroe.
Cinco años después empezó la guerra. Dos hermanos se separaron. Mi tío se quedó en Rijeka y mi padre en Knin. Durante los primeros meses de la guerra la única comunicación con el mundo exterior, desde nuestro pueblo era a través de un estrecho corredor en Bosnia, hacía Serbia. Durante unos meses este fue cortado. No llegaba nada. Ni comida ni medicamentos. No había nada. Para no hablar de constantes restricciones de luz y agua. El estrés, la falta de atención médica y medicamentos, hizo que el riñón que mi tío dio a mi padre se parara… Yo creo que se paró por la tristeza.
El pasado martes me llamó mi hermano. Mi tío ha muerto.
Hacía muchos años que no iba a Rijeka, y muchos más que toda mi familia no estuvo junto.
Mi padre leyó el último adiós. La klapa cantó las canciones de nuestra Dalmacia. Con el ataúd sobre el hombro volví a recordar unos tiempos felices que ahora me parecen lejanos, como si fuesen una película olvidada.
Al volver a Barcelona me sentí muy lejos.
Entonces me acordé de las palabras que decían que la familia feliz es el paraíso anticipado y que el recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados. El paraíso va donde yo voy y en él entra el quien yo quiero que entrara.
Zbogom striče, vječno si u raju.
Diario de un emigrante balcánico en la Península Ibérica
Comentarios
Venga, bon cap de 7mana !