No es solamente porque vengo de un patrimonio mixto y una familia dispersa por toda ex-Yugoslavia, sino porque nunca pensaba que podía haber ninguna diferencia entre mi y todos los demás vecinos que hablaban el mismo idioma que yo, jugaban los mismos juegos, vestían la misma ropa y el mismo uniforme de colegio. En fin, eramos iguales.
Entonces se empezó hablar de que había otra historia. Una que a nosotros nunca nos contaron. Para nosotros los malos del pasado eran los soldados alemanes y sus "aliados traidores", "los enemigos del pueblo, y de la fraternidad entre los pueblos hermanos yugoslavos". De repente se empezó a susurrar sobre "La Verdad". Poquito a poco desde el susurro se llegó a gritos, y las calles se llenaron de masas perfiladas entre "la verdad" y "la verdad".
Eran unos tiempos removidos que un niño inquieto difícilmente podría resistir. Los niños nos paseabamos entre los tiempos y no entendiamos nada de lo que estaba pasando. Estábamos todo el día en la calle reflectando la confusión y el miedo de nuestros padres. Notabamos que los mayores estaban cada día de peor humor, más irritados y adictoas a las telenoticias. Después de verlas se quedaban más irritados, pero no dejaban de verlas.
Los símbolos invadieron la conciencia. Y nada pudo ser interpretado fuera de la fuerte carga de la historia malinterpretada, o mejor dicho manipulada. Y todo parecía muy claro: "¡quien no está con nosotros está en contra nosotros!" y "nosotros somos los que estamos con nosotros". La gente estaba encantada de haber encontrado por fin sus "nosotros" y empezaron a salir solamente en los "nosotros" bares, comprar "nosotros" periódicos", beber "nosotros" cervezas, casarse con "nosotros" mujeres/hombres, y sobre todo ver "nosotros" telenoticias.
Y yo me infecté. Me ficharon para "nosotros". Un día encontré unos amigos leyendo el libro "Apellidos serbio en Croacia". No encontraban el mío pero me aceptaron porque era "un tío legal". Empecé a quedar más con "nosotros" que con "no-nosotros" y lo tenía muy claro yo era "un tío legal" entre "nosotros". Nadie se podía meter conmigo.
Lo tenía muy claro. Pero en casa me liaba. Mi madre no era "nosotros". Mi abuelo no era "nosotros". Mi tío no era "nosotros"...
Para demostrar mi lealtad a "nosotros" un día dibuje con un rotulador bien gordo el símbolo de "nosotros" encima del pupitre en la escuela. Cuando llegué a casa mi "no-nosotros" madre lloraba.
"Llamaron desde la escuela", me dijo y apartó su mirada. No dijo nada más.
Mi "nosotros" corazón era una mierda, y allí lo dejé. De no poder mirar mi madre a los ojos me ha devuelto el “mío”.
No es que desde entonces no volví a cometer estupideces, pero desde aquel día "para mí no hay ni patria ni ideales, todo eso no es más que el escenario para los señores que preparan la próxima carnicería" - Herman Hesse, El lobo estepario.
Me hizo mucha ilusión recibir la foto que acompaña este post. Me la enviaron de la Plataforma Editorial y muestra Cuenta siempre contigo , mi libro, destacado en la librería de la estación de Sants en Barcelona. Es allí donde bajé del tren a finales de abril de 2002 y donde empezó la bonita aventura que fueron los años vividos en España. Fue en Barcelona donde empecé a poner en orden mis recuerdos y buscar sentido a lo sucedido. En fin, es donde me convertí en el editor de mi propia vida. Donde empecé a contar conmigo. El nombre de la estación. “Sants” me daba buenas vibraciones. ¿Qué mejor que los santos para saludar y darle la bienvenida a un viajero cansado que se había cruzado media Europa? Aquella noche, al llegar a Sants, tenía una maleta, algo menos de mil euros y un Sí, el poema de Rudyard Kipling escrito en un papel. Me lo había dejado anotado Tanja, mi Preciosa Bruja de Dorćol. Con este himno estoico empezó mis odiseas ibéricas. Me lo dejó escrito en u...
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Herman Hesse. Demian.
Petonets,
L.