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Mostrando entradas de agosto, 2007

La rueda

Eran las tres de la madrugada cuando S. entró por la puerta del único bar, del pequeño pueblo en el norte de Dalmacia en el que recientemente la vida acaba de regresar… (después de que su población entera se había exiliado, tras la ofensiva militar del ejército croata en el agosto del año 1995.) El bar era el centro de la vida social, y el único lugar donde los pocos jóvenes serbios que regresaron después de la guerra podrían suavizar la fuerza de la gravedad. El bar lo llevaba J. La vida de J. eran los bares. A parte de llevar su propio bar, desde muy joven, también frecuentaba la mayoría de los bares de la comarca, impregnando con su nombre, y una buena parte de sus ingresos, las leyendas etílicas que caracterizaban este tipo de lugares. Después de cinco años de vida de exilio en Serbia, J. decidió regresar, con su mujer e hijo, al pueblo. Abrió el bar, y con él la vida social del pueblo. O, por lo menos, la hizo parecer más visible. El bar funcionó bien, y con que el pueblo se iba r...

Entre los pedazos de la sombra

Cuando se cayó el muro de Berlín yo estaba demasiado preocupado con las explosiones hormonales que mi recién llegada pubertad me provocaba. Y para nada me importaba ese pedazo de muro, miles de kilómetros lejos de mí. En aquellas fechas el único muro que me preocupaba era el del corazón de Tanja, la chica de la que estaba locamente enamorado. Los fallidos intentos de conquistarla no me dejaron otra alternativa que practicar los primeros besos con las chicas menos amuralladas. Y mientras los alemanes de un lado y otro se abrazaban entre los escombros del muro caído, yo descubría que sí que había juegos que se podían hacer con las chicas. Mientras caía el muro, los lados opuestos, unos por motivos ideológicos otros por los del género, nos entregábamos a aprovechar todo el tiempo perdido por culpa de la ignorancia. Vivíamos en la sombra del muro. Su caída trajo una nueva luz de nuevos tiempos. Pero había demasiada oscuridad. La luz era demasiado intensa y cegó los espíritus adormecidos ...

El arte dramático

La capacidad de expresar los sentimientos, sin muchos filtros es algo que realmente me fascina en el pueblo gitano. La foto fue tomada entre risas y lagrimas en un autobús de Belgrado.

Terra Nostra

Tiho era mi vecino del barrio. Vivía en la casa de al lado, era un poco regordete y de mirada traviesa. Le entusismaban el hard rock y los pechos grandes. Mišo era alto, rubio, y algo más tímido, pero más espabilado y deportivo. Tiho y Mišo eran los mayores de nuestra peña. Eran los que lideraban las iniciativas, que radicaban entre jugar el fútbol o baloncesto; pelear con los Spužvari (nuestros vecinos “enemigos ancestrales”); seguir, escondidos en los arbustos, la silueta de la vecina mientras se cambiaba la ropa en su dormitorio; navegar bajo el río montados en un neumático inflado para el camión; inventar los diálogos de los paseantes que andaban por las calles u otras muchas cosas que se pueden hacer en un pueblo donde parecía que no había mucho que hacer. Los dos hicieron la mili juntos un año antes de que empezara la guerra. Los dos regresaron juntos y enseguida fueron movilizados al principio de la guerra y distribuidos en diferentes unidades. Meses después, el ejército croata...

El infierno

Una de las cosas que más disfruto de Serbia es la capacidad que tiene su gente para generar lo absurdo. Este verano Serbia, igual que el resto de los Balcanes, ha sufrido una ola de calor, de hasta 45 grados centígrados. En un pueblo, cerca de Nis (Serbia central), la gente esperaba delante de la iglesia local para asistir al sermón por un santo y encender velas, según es costumbre. La iglesia ya estaba llena y, con las velas encendidas, el calor allí dentro era insoportable, lo que obligó al cura a salir y avisar a la gente que había alli fuera para que no entrara. El cura les dijo: "Por favor, no entréis" y añadió, sin premeditar la metáfora que iba a implementar: "Allí dentro es el infierno". Y, al igual que hacen con la vida, la gente lo tomó con humor.