Eran las tres de la madrugada cuando S. entró por la puerta del único bar, del pequeño pueblo en el norte de Dalmacia en el que recientemente la vida acaba de regresar… (después de que su población entera se había exiliado, tras la ofensiva militar del ejército croata en el agosto del año 1995.) El bar era el centro de la vida social, y el único lugar donde los pocos jóvenes serbios que regresaron después de la guerra podrían suavizar la fuerza de la gravedad. El bar lo llevaba J. La vida de J. eran los bares. A parte de llevar su propio bar, desde muy joven, también frecuentaba la mayoría de los bares de la comarca, impregnando con su nombre, y una buena parte de sus ingresos, las leyendas etílicas que caracterizaban este tipo de lugares. Después de cinco años de vida de exilio en Serbia, J. decidió regresar, con su mujer e hijo, al pueblo. Abrió el bar, y con él la vida social del pueblo. O, por lo menos, la hizo parecer más visible. El bar funcionó bien, y con que el pueblo se iba r...
Diario de un emigrante balcánico en la Península Ibérica