Desde siempre he disfrutado escribiendo. De dotar las sensaciones de palabras. De pequeño (tenía unos 8-9 años) incluso llegué a ganar un concurso regional para un trabajo sobre el día de la liberación de nuestro pueblo de los nazis y la heroica lucha antifascista de nuestros antepasados. Desgraciadamente, como la gran parte de los recuerdos familiares, el trabajo y la medalla que me dieron, se han quedado en nuestro piso, saqueado y ocupado por militares croatas. Me haría mucha ilusión volver a encontrarlos.
De momento me quedan unos pálidos recuerdos de la alegría del profesor del instituto cuando trataba de explicarme lo importante que había sido para todos el premio que me dieron a mi, de la cara de emoción de mis padres y la cara de miedo que tenía cuando me pusieron (repeinado y vestido de niño bueno) a leerlo delante de una sala llena de “personas importantes”, transmitido en directo por la radio local. Solamente quería que se acabara pronto y que volviera a la vida normal.
Ni siquiera me gustó la medalla que me dieron. Preferiría que me la hubieran dado por estar todo el día jugando en el patio, por creer firmemente que Spiderman era más fuerte que Superman, que mi primo Branko podría chutar la pelota por encima de las nubes, y que Hajduk (Split) iba a ser el campeón del mundo. Una medalla por trepar todo lo que se podía trepar (o no), un premio por tratar a los objetos como objetos y a los seres como seres, por aguantar las broncas de mi madre que intentaba convencerme de que no siempre podría salirme con la mía. Un premio por la ilusión. Un premio por crecer sin la gravedad.
Incluso estaba dispuesto de cambiar mi medalla por la medalla que en estas fechas le dierona mi abuelo, por no sé cuantas décadas de servicio, en la empresa de transportes en la que trabajaba. A mi me parecía más chula la suya, pero resultó que el abuelo opinó lo mismo y finalmente me quedé con la mía.
Me parece todo tan lejano como si no tuviera nada que ver conmigo. Pero, el hueco lo llenan las palabras con sed del sentido.
...
Una vez salía del taxi algo más despistado de lo habitual y pensando que el importe era algo por debajo de 5 euros le deje un billete al taxista rondando el importe. Cuando salí fuera algo me decía que el billete que le había dejado no era de cinco euros sino más. Por suerte el taxista todavía estaba aparcado esperando que entrara otro cliente. Abrí la puerta y vi que estaba guardando un billete de 20 en su cartera.
- Me parece que me había equivocado. ¿Cuánto te he dejado? – le pregunté.
- Veinte – me contestó tranquilamente.
- ¿¡Y pensabas que te iba a dejar quince de propina!? Pues mira no soy de aquí pero tampoco soy guirri. Pensaba que te había dejado un billete de cinco. Devuelve me el cambio.
El taxista se lo pensó por un momento y me devolvió el cambio. Mientras tanto Judith me estaba esperando fuera y cuando volví me preguntó que había pasado. La explique la conversación que tuve con taxista y ella dijo:
- ¡Que cabrón! Y se quedó tan ancho, sin decir nada,…
- No pasa nada. Es un cabrón, pero yo prefiero llamarlo el material literario.
De momento me quedan unos pálidos recuerdos de la alegría del profesor del instituto cuando trataba de explicarme lo importante que había sido para todos el premio que me dieron a mi, de la cara de emoción de mis padres y la cara de miedo que tenía cuando me pusieron (repeinado y vestido de niño bueno) a leerlo delante de una sala llena de “personas importantes”, transmitido en directo por la radio local. Solamente quería que se acabara pronto y que volviera a la vida normal.
Ni siquiera me gustó la medalla que me dieron. Preferiría que me la hubieran dado por estar todo el día jugando en el patio, por creer firmemente que Spiderman era más fuerte que Superman, que mi primo Branko podría chutar la pelota por encima de las nubes, y que Hajduk (Split) iba a ser el campeón del mundo. Una medalla por trepar todo lo que se podía trepar (o no), un premio por tratar a los objetos como objetos y a los seres como seres, por aguantar las broncas de mi madre que intentaba convencerme de que no siempre podría salirme con la mía. Un premio por la ilusión. Un premio por crecer sin la gravedad.
Incluso estaba dispuesto de cambiar mi medalla por la medalla que en estas fechas le dierona mi abuelo, por no sé cuantas décadas de servicio, en la empresa de transportes en la que trabajaba. A mi me parecía más chula la suya, pero resultó que el abuelo opinó lo mismo y finalmente me quedé con la mía.
Me parece todo tan lejano como si no tuviera nada que ver conmigo. Pero, el hueco lo llenan las palabras con sed del sentido.
...
Una vez salía del taxi algo más despistado de lo habitual y pensando que el importe era algo por debajo de 5 euros le deje un billete al taxista rondando el importe. Cuando salí fuera algo me decía que el billete que le había dejado no era de cinco euros sino más. Por suerte el taxista todavía estaba aparcado esperando que entrara otro cliente. Abrí la puerta y vi que estaba guardando un billete de 20 en su cartera.
- Me parece que me había equivocado. ¿Cuánto te he dejado? – le pregunté.
- Veinte – me contestó tranquilamente.
- ¿¡Y pensabas que te iba a dejar quince de propina!? Pues mira no soy de aquí pero tampoco soy guirri. Pensaba que te había dejado un billete de cinco. Devuelve me el cambio.
El taxista se lo pensó por un momento y me devolvió el cambio. Mientras tanto Judith me estaba esperando fuera y cuando volví me preguntó que había pasado. La explique la conversación que tuve con taxista y ella dijo:
- ¡Que cabrón! Y se quedó tan ancho, sin decir nada,…
- No pasa nada. Es un cabrón, pero yo prefiero llamarlo el material literario.
Comentarios
Lisa