- Hola de nuevo. ¿Tú ya debes de conocerle bien? – dijo sonriendo la doctora forense que iba a atender a D. está mañana. Era la misma que bajó conmigo a los calabozos el primer día. – Bueno,… dile por favor que yo ya tengo el informe de la psicóloga que le visitó el otro día, y que hoy solamente vamos a repasarlo todo para que quede bien claro. – Primero, ¿me podría decir, cómo se encuentra?
- Mal. Estoy muy ansioso. Desde hace dos días que tomo sólo medía pastilla de proxiten, porque se me está acabando.
- Sí, ya le veo – dijo la doctora y le cogió por la muñeca para medir el pulso. – Hmmm... voy a mirar después si le podemos conseguir más.
Entonces le preguntó a D. sobre su padre. Nos contó que sufre la depresión desde hace unos dos años y que se medica. Luego le preguntó sobre su mujer y D. la respondió que llevan un año juntos y que ella también sufre la ansiedad social, pero que está en el tratamiento desde sus 18 años y que ahora lo lleva muy bien. Entonces le preguntó sobre sus años en el ejército.
- ¿Tenía 18 años cuando se alistó en el ejército?
- Sí. Entre un poco antes de mi 19º cumpleaño.
- Según dijo, se alistó por el orgullo y la tradición familiar. ¿Fue de algún modo presionado para hacerlo?
- No. Entre en el ejército por voluntad propia porque veía una buena oportunidad de carrera.
- Aquí pone que ya había estado casado una vez antes de conocer a su esposa actual.
- Sí. Oficialmente me he divorciado el año pasado pero nos habíamos separado un año antes.
- ¿Por qué no funcionó su matrimonio anterior?
- Por mi trabajo. Pasaba largas estancias fuera de casa,… - enhumedeció sus labios y después de una pequeña pausa continuó - y finalmente mi ex mujer me dejó.
- ¿Qué fue lo que le pasó en el ejército? ¿Me podría hablar un poco más sobre la experiencia en Timor?
La expresión de cara de D. decía que no le hacía ninguna gracia volver a hablar de ello, pero recuperó las ganas y empezó:
- En el año 2002 fuimos destinados a Timor Oriental. Cuando las fuerzas del ejército indonesio se retiraron dejaron atrás las milicias locales que para vengarse de la población empezaron a matar a los civiles. Mujeres. Niños. Monjes. – seguía D. muy concentrado y hablando muy lentamente para que pudiera traducir todo lo que decía. – En una casa del pueblo encontramos más de 30 cadáveres, todos civiles. Les metieron dentro de la casa, cerraron las puertas y ventanas y echaron granadas. Finalmente encendieron la casa… - se paró para seguir hablandio unos momentos después - Para destruir las pruebas les enteraban en fosas comunes, o les tiraban en pozos. Mi unidad formaba parte del comando central. Después de un ataque de las milicias locales entramos en un pueblo,… estaba todo quemado,…Nos informaron que en un pozo había cadáveres…fuimos a evacuarlos,… eran niños… - D. ya no podía seguir más. Las lágrimas no le dejaban de caer y solamente logró a pedir un poco de agua. Me levanté para traérselo y también para despejar un poco, porque no podía más. Al estar en el medio traduciendo uno se carga y es imposible evitar que los sentimientos propios no se involucran en lo que estás traduciendo. Sobre todo, cuando la traducción es simultánea y tienes la persona de carne y huesos a tu lado contándolo.
En el año 2001 estaba trabajando en Kosovo y traducía en una conferencia organizada por “International Trauma Studies Program” de la Universidad de Nueva York. Los invitados eran los periodistas albaneses, serbios y bosnios de Kosovo y el tema de la conferencia era el estrés postraumático. Traducía simultáneamente, del serbio a inglés y al revés, desde la cabina de traducciones. Tenía puestos los auriculares y el micrófono así que podía escuchar lo que decía la persona que tenía la palabra y traducirlo directamente al micrófono para todos que lo escuchaban en la sala. Un periodista serbio tenía la palabra y hablaba de la intervención militar de la OTAN y de la situación que se vivía en Gnjilane, su ciudad natal. Hablaba de los aviones, de las bombas, del miedo y del pánico que se vivía en la calle, e yo lo traducía mecánicamente al inglés para los ponentes estadounidenses. Entonces el periodista dijo “Estaba todo en oscuras, había mucho humo, y mucha gente en la calle. El tráfico estaba atascado y nadie se movía. E yo,… yo estaba en media calle llevando mi hijo muerto en mis brazos…” Cuando dijo esto yo ya no podía seguir traduciendo y pedí una pausa…
La doctora le dijo a D. que esté tranquilo y que no tiene que seguir hablando de ello si no quiere. No quiso. Luego nos explicó que desde aquel día en Timor nada volvió a ser como antes. Empezaron las pesadillas, tenía cada vez más problemas para relacionarse con la gente, y mantener amigos. Después de Timor pidió que le trasladaran a la guardia donde entrenaba los nuevos reclusos pero no podía más. Conoció a su mujer. Ella fue la primera persona a la que contó todo lo que vio y cómo lo vivió.
Decidieron irse de Australia. Hicieron las maletas y empezaron el largo viaje, olvidando que sus recuerdos embarcaron con ellos. Un día les sorprendieron en Londres, pero no pasó nada. Ese día D. no agredió a nadie. La segunda vez fue Barcelona.
- Quería escribir una carta al hombre que había atacado – me dijo D.mientras salíamos del despacho de la doctora - Quiero pedirle disculpas. Pero, lo peor de todo es que ni siquiera recuerdo lo que le había hecho – me dijo e yo le creo.
Mañana le devolverán su pasaporte y podrá volver a Londres, hasta que le notificaran para el juicio. Allí podrá seguir con la terapia e intentar soterrar el pozo que le llena de fantasmas. Me dio la mano y con un fuerte apretón me dio las gracias y prometió llamarme la próxima vez que esté en Barcelona. Le deseé todo lo mejor y volví andando hacía mi casa por las calles llenas de gente, pensando en que cualquier podría ser D., si las condiciones le llevasen por ese camino. ¿Cuántos D. andan sueltos?, hasta encontrarse con sus victimas. Igual que D., todos son los “daños colaterales” del pasado continuo.
Las distancias son irrelevantes cuando olvido es el destino. Y, no hay vuelos baratos, ni ofertas.
- Mal. Estoy muy ansioso. Desde hace dos días que tomo sólo medía pastilla de proxiten, porque se me está acabando.
- Sí, ya le veo – dijo la doctora y le cogió por la muñeca para medir el pulso. – Hmmm... voy a mirar después si le podemos conseguir más.
Entonces le preguntó a D. sobre su padre. Nos contó que sufre la depresión desde hace unos dos años y que se medica. Luego le preguntó sobre su mujer y D. la respondió que llevan un año juntos y que ella también sufre la ansiedad social, pero que está en el tratamiento desde sus 18 años y que ahora lo lleva muy bien. Entonces le preguntó sobre sus años en el ejército.
- ¿Tenía 18 años cuando se alistó en el ejército?
- Sí. Entre un poco antes de mi 19º cumpleaño.
- Según dijo, se alistó por el orgullo y la tradición familiar. ¿Fue de algún modo presionado para hacerlo?
- No. Entre en el ejército por voluntad propia porque veía una buena oportunidad de carrera.
- Aquí pone que ya había estado casado una vez antes de conocer a su esposa actual.
- Sí. Oficialmente me he divorciado el año pasado pero nos habíamos separado un año antes.
- ¿Por qué no funcionó su matrimonio anterior?
- Por mi trabajo. Pasaba largas estancias fuera de casa,… - enhumedeció sus labios y después de una pequeña pausa continuó - y finalmente mi ex mujer me dejó.
- ¿Qué fue lo que le pasó en el ejército? ¿Me podría hablar un poco más sobre la experiencia en Timor?
La expresión de cara de D. decía que no le hacía ninguna gracia volver a hablar de ello, pero recuperó las ganas y empezó:
- En el año 2002 fuimos destinados a Timor Oriental. Cuando las fuerzas del ejército indonesio se retiraron dejaron atrás las milicias locales que para vengarse de la población empezaron a matar a los civiles. Mujeres. Niños. Monjes. – seguía D. muy concentrado y hablando muy lentamente para que pudiera traducir todo lo que decía. – En una casa del pueblo encontramos más de 30 cadáveres, todos civiles. Les metieron dentro de la casa, cerraron las puertas y ventanas y echaron granadas. Finalmente encendieron la casa… - se paró para seguir hablandio unos momentos después - Para destruir las pruebas les enteraban en fosas comunes, o les tiraban en pozos. Mi unidad formaba parte del comando central. Después de un ataque de las milicias locales entramos en un pueblo,… estaba todo quemado,…Nos informaron que en un pozo había cadáveres…fuimos a evacuarlos,… eran niños… - D. ya no podía seguir más. Las lágrimas no le dejaban de caer y solamente logró a pedir un poco de agua. Me levanté para traérselo y también para despejar un poco, porque no podía más. Al estar en el medio traduciendo uno se carga y es imposible evitar que los sentimientos propios no se involucran en lo que estás traduciendo. Sobre todo, cuando la traducción es simultánea y tienes la persona de carne y huesos a tu lado contándolo.
En el año 2001 estaba trabajando en Kosovo y traducía en una conferencia organizada por “International Trauma Studies Program” de la Universidad de Nueva York. Los invitados eran los periodistas albaneses, serbios y bosnios de Kosovo y el tema de la conferencia era el estrés postraumático. Traducía simultáneamente, del serbio a inglés y al revés, desde la cabina de traducciones. Tenía puestos los auriculares y el micrófono así que podía escuchar lo que decía la persona que tenía la palabra y traducirlo directamente al micrófono para todos que lo escuchaban en la sala. Un periodista serbio tenía la palabra y hablaba de la intervención militar de la OTAN y de la situación que se vivía en Gnjilane, su ciudad natal. Hablaba de los aviones, de las bombas, del miedo y del pánico que se vivía en la calle, e yo lo traducía mecánicamente al inglés para los ponentes estadounidenses. Entonces el periodista dijo “Estaba todo en oscuras, había mucho humo, y mucha gente en la calle. El tráfico estaba atascado y nadie se movía. E yo,… yo estaba en media calle llevando mi hijo muerto en mis brazos…” Cuando dijo esto yo ya no podía seguir traduciendo y pedí una pausa…
La doctora le dijo a D. que esté tranquilo y que no tiene que seguir hablando de ello si no quiere. No quiso. Luego nos explicó que desde aquel día en Timor nada volvió a ser como antes. Empezaron las pesadillas, tenía cada vez más problemas para relacionarse con la gente, y mantener amigos. Después de Timor pidió que le trasladaran a la guardia donde entrenaba los nuevos reclusos pero no podía más. Conoció a su mujer. Ella fue la primera persona a la que contó todo lo que vio y cómo lo vivió.
Decidieron irse de Australia. Hicieron las maletas y empezaron el largo viaje, olvidando que sus recuerdos embarcaron con ellos. Un día les sorprendieron en Londres, pero no pasó nada. Ese día D. no agredió a nadie. La segunda vez fue Barcelona.
- Quería escribir una carta al hombre que había atacado – me dijo D.mientras salíamos del despacho de la doctora - Quiero pedirle disculpas. Pero, lo peor de todo es que ni siquiera recuerdo lo que le había hecho – me dijo e yo le creo.
Mañana le devolverán su pasaporte y podrá volver a Londres, hasta que le notificaran para el juicio. Allí podrá seguir con la terapia e intentar soterrar el pozo que le llena de fantasmas. Me dio la mano y con un fuerte apretón me dio las gracias y prometió llamarme la próxima vez que esté en Barcelona. Le deseé todo lo mejor y volví andando hacía mi casa por las calles llenas de gente, pensando en que cualquier podría ser D., si las condiciones le llevasen por ese camino. ¿Cuántos D. andan sueltos?, hasta encontrarse con sus victimas. Igual que D., todos son los “daños colaterales” del pasado continuo.
Las distancias son irrelevantes cuando olvido es el destino. Y, no hay vuelos baratos, ni ofertas.
Comentarios
gracias por contarlo, de corazón.
(se lo voy a enviar a mi hermano, que aunque ahora tiene menos tiempo, es traductor voluntario de zNet.
abrazos
siloam
Hvala, que vagi bé!
Realmente han causado efecto... todos en la circunstancia adecuada podemos llegar a ser algo que no queremos...
Da que pensar.
Gracias.