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In vino veritas (4)

En el agosto de 1995 el ejército croata, efectuó la acción militar llamada “Oluja”, y saltando se los acuerdos de paz y la resolución de la ONU, expulsó fuera de sus fronteras a más de 250.000 de sus ciudadanos de étnia serbia. Entre ellos estábamos Kole, un amigo de mi infancia, e yo. El camino nos llevó como refugiados a Serbia y allí se dividió. A cada uno nos tocó crecer inesperadamente en unos tiempos sin muchos ejemplos positivos que seguir. Kole se metió en una mala dinámica de vida, que le llevó a la cárcel. Condenado a un año de cárcel por el tráfico de drogas, le trasladaron en el “CZ”, la cárcel de máxima seguridad, donde las autoridades serbias almacenaban los asesinos, violadores y ladrones, de los cuales la mayoría anteriormente combatía a en los frentes de Bosnia y Croacia. Kole salió seis meses antes de lo previsto por el “buen comportamiento”. Me contó que en la cárcel no había tenido problemas, que se pasaba todo el día leyendo y que trataba de evitar, lo máximo posible, a los demás presos. Hablábamos toda la noche, y todavía recuerdo algo que me decía: “Un tío muy loco. Uno de estos con los que no te metes, un asesino, me dijo un día:
- Hermano, ¿tú sabes que es lo qué dispara? (a una pistola, un rifle, etc)
- No hermano. No lo sé – le contesté temiendo que cualquier respuesta podría ser malinterpretada.
- Miedo, hermano. ¡Miedo, es lo que dispara!

Dos días después de mi primer encuentro con D.J. llegué a la Clínica Médico Forense a las nueve cuando fue citado. Desde lejos reconocí la cara de D. Sus casi dos metros de altura destacaban su cabeza rubia entre otras personas que se encontraban allí en la calle, esperando que la clínica abriera. Nos saludamos, me explicó que ayer se fue a depositar su pasaporte a los juzgados, que, el otro día, su mujer le estaba esperando en el hostal y que se encuentra mucho mejor. Lo que más le preocupaba era que el medicamento que tomaba se le terminaba y que no sabía cómo conseguirlo.

La psicóloga de la clínica que le iba a examinar era una mujer joven y muy simpática. Cuando nos vio entrar en su despacho puso cara de sorpresa como si no pudiera creer que la persona que iba a examinar tuviera algo que ver con el informe de la policía y los juzgados que tenía en su mesa.
- Buenas días. Explícale por favor, que está aquí a petición de los Jugados de guardia que pidieron esta evaluación y que hoy le voy a hacer un pequeño test para determinar su estado psíquico. – Una vez se lo expliqué a D. la doctora siguió. - Bueno primero le voy a hacer un par de preguntas personales que necesito que me contestara – y empezó a hacer las mismas preguntas y el esquema que hacía la forense en los calabozos. Pero está vez las respuestas eran más largas y más detalladas.

D.J. nos contó que a pesar de que sus padres vivían separados tenían una buena relación, y que se llevaba muy bien con sus hermanos. Nos dijo que su tío sufre la depresión manica (manic depresión), y que su padre también está tomando los antidepresivos. Que no era un buen alumno, ni tampoco un niño hiperactivo, pero que se llevaba bien con los demás compañeros de la clase. Nos explicó que se alistó en el ejército por la tradición familiar y el orgullo patriota. Entonces la doctora le pidió que la dijera algo más sobre las experiencias malas que tuvo en el ejército de las que habló en su declaración ante la juez. D., sin buscar palabras siguió como si le conciliase tener a alguien a quien podía soltar todo lo que llevaba por dentro. Nos habló de la disciplina y los entrenamientos que le daban sentido en la vida, sobre los compañeros y los viajes. Sobre el orgullo y la fe, y entonces dijo:
- Estuvimos en Timor Oriental. El ejército indonesio mató mucha gente. Muchas mujeres y niños. Un día teníamos que intervenir en una zona de combate… Luego, nos encargaron a sacar… de un pozo… había niños… - a D. le empezó temblar la voz y su hablar era cada vez más interrumpido. La doctora tomaba apuntes y no decía nada e yo traducía sus palabras. – En un pozo… Teníamos que bajar en un pozo para sacar cuerpos… niños…. – Entonces se puso a llorar y ya no decía nada más, solamente repetía “lo siento, lo siento” como si se avergonzara de sus lagrimas. Yo tampoco podía más. Tenía la boca seca, me sudaban las manos y se me creó un nudo en la garganta que no me dejaba hablar.

- No tienes que seguir hablando de ello, si no quieres. Podemos cambiar el tema – le dijo la doctora y se levantó para coger unos pañuelos que tenía en la mesita de al lado y pasárselos a D. cuyos ojos llenos de lagrimas refinaban el dolor que llevaba durante muchos años.
Esperamos unos minutos a que se calmara y entonces la doctora le preguntó sobre la relación con su mujer. D. la describió como muy buena, igual que las relaciones sexuales y que ella es la única que le entiende, pero que ella también sufre la ansiedad:
- Sobre todo desde que perdimos el bebe – otra vez D. hizo una pausa larga pero ya no lloraba. Parecía como si estuviera ante algo que ya había asumido y que por el amor que sentía por su mujer sabía que todo se iba a arreglar.
- ¿Has sufrido más ataques, como el que habías sufrido el día de las lesiones?
- Sí, una vez cuando salí con mis compañeros de trabajo de Londres me perdí. Pero, no hubo violencia. Dicen que estaba perdido y que chillaba pero que no había agredido a nadie. Después de esto me fui a ver el médico – bajó su mirada hacía el suelo y después de una pequeña pausa añadió – Lo siento mucho por lo que hice…Me gustaría poder recordarme de algo, pero…
- No te preocupes – dijo la doctora - ¿A veces te sientes como si estuvieras fuera de si, fuera de lugar?
- Sí. A veces.
- ¿Sientes algún tipo de miedo?
- Tengo miedo de perder a mi mujer... A mis amigos... A veces siento pánico.
- ¿Te sientes cómo si estuvieras flotando? ¿Cómo si tu alma saliera de tu cuerpo?
- Sí. Pero desde que estoy tomando los medicamentos estoy mucho mejor. Por cierto me quedan sólo cuatro pastillas de mi medicamento. ¿Usted me podría prescribir más? – la preguntó D. a la doctora.
- Lo siento. Yo no lo puedo hacer. Lo mejor sería que se vaya a las urgencias y que lo pregunte allí – le contestó la doctora con mucha empatía y siguió - Bueno, ahora le voy a dejar que me conteste estás preguntas – y le paso unas hojas con preguntas en inglés – me tiene que contestar hasta aquí – dijo subrayando el numero 370 en una hoja – pero si puede llegar hasta el final sería mejor para él, porque desde la pregunta 370 hasta el final está la parte que está relacionada con el estrés postraumático. Dile por favor, que se quedará aquí en mi despacho y que yo estaré saliendo y entrando, pero que él esté tranquilo, y que lo haga sin ninguna prisa – le miró a D. con mucha ternura y me dijo – Parece ser muy buena persona,… por favor, esto no se lo traduces.

Yo me tenía que ir a hacer otra traducción en los juzgados así que le explique a D. que estará sólo en el despacho y que tendrá todo el día para contestar las preguntas. Al salir cerré la puerta dejándolos a D. hombre y D. niño, a D. hijo y hermano a D. soldado y marido, que contestaran las más de 500 preguntas que intentarán a construir su perfil psicológico.

Los miedos condicionan toda nuestra existencia y mejor que las cartas astrales cumplen nuestro destino.

(Mañana estoy citado de nuevo para acompañarle a otro Médico Forense que tiene que hacer el último informe antes de pasarlo a los juzgados.)

Las distancias son irrelevantes cuando olvido es el destino.
(continuará)

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