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In vino veritas (2)

- Hmmmm – murmuró la jueza. - Pregúntale si ¿tiene trabajo?
- Sí. Trabajo como entrenador personal en un gimnasio de Londres – contestó D.J.
- Hmmmmmm, a ver – dijo la juez sumergiendo su mirada en la carpeta con los informes de los mossos y de la forense y como si consultase alguna autoridad invisible siguió en voz baja –…sufre el estrés postraumático y depresión,… toma antidepresivos…consumió alcohol….militar profesional… ¿desde cuando está tomando su medicación? – le preguntó finalmente a D.J.
- Desde hace unos tres meses – contestó – El año pasado me retiré del ejército australiano y decidí viajar. He vivido cosas fuertes. He visto cosas muy feas. El médico en Londres me prescribió los medicamentos.
- ¿Ha participado en el combate?
- Sí. He estado en Timor Oriental y en Iraq – contestó con un tono claro y preciso, acostumbrado a la rígida y descolorida comunicación militar.
- ¿Ministerio fiscal tiene preguntas? – dijo la jueza mirándole a D.J. intensivamente a los ojos como si esperaba que la ayudasen a tomar la decisión o que portasen algo para que la bascula de la justicia decidiera por si misma.
- No, Su Señoría – respondió el fiscal sentado al lado de la mesa de la jueza.
- Señor abogado, ¿Usted tiene alguna pregunta? – le pregunto al abogado.
- No, Su Señoría – contestó el abogado.
- Bien. Doy palabra al Ministerio Fiscal – dijo la jueza evitando el contacto con las miradas de la sala, fijadas en ella. Igual como un camarero, que estando sólo detrás de una barra llena de gente trata de evitar el contacto visual para que no le pidieran nada, la jueza fijo su mirada en la oscuridad amarillada por la luz de las farolas detrás de la ventana. Detrás de la Libertad.
El fiscal pidió que “ante la seriedad de los hechos” D.J. sea acusado de delito de lesiones y que se abriera el proceso jurídico contra él como autor de ese delito. A continuación añadió que el Ministerio Fiscal se abstenga de pedir medidas cautelares con condición de que D.J. depositara su pasaporte en el tribunal correspondiente como garantía de que se presentará para el próximo juicio. Entonces dejó de leer desde el papel que tenía delante y dijo que considera que D.J. tiene suficientemente medios para quedarse en España hasta el final del proceso, dado que declaró que llevaba un año viajando lo que indica que tiene “medios de sobra”. Cuando el fiscal terminó le tocó el turno al abogado de D.J. quien pidió la absolución de su cliente y añadió que por el hecho de que su cliente está en tratamiento médico, de que esta pendiente de sus medicamentos y que en España carece de medios de vida y servicios médicos, sería razonable permitir que D.J. regresara a su lugar de domicilio hasta el inicio del proceso.
La jueza sentenció que se le dejará en libertad una vez depositase su pasaporte. Dicho esto la juez, el abogado y el fiscal se fueron dejándolo a mí, la secretaria y los demás funcionarios que termináramos con el trámite.
El pasaporte del D.J. no estaba entre sus pertenencias depositadas en los calabozos por lo que había que localizar a su mujer y pedirla que lo trajera. Salimos delante de los juzgados donde la mujer estaba esperando toda la tarde, pero ya se había marchado. La llamo al teléfono que me había dejado el abogado pero me salta el contestador de voz. Me voy por todos los barres alrededor de los juzgados pensando que a lo mejor se fue a tomar algo. No está. Doy vuelta al edificio, subo hacía el Arco de Triunfo, bajo hacía la Ciutadella. No está. “¿Por qué lo hago? Me podría marchar tranquilamente y dejarle a D.J. que esperase en los calabozos hasta que aparezca su mujer”, me decía. Pero, sentía pena por él. Por supuesto no sentía ninguna pena por lo que hizo en la Rambla, sino por conocer las circunstancias que le condujeron hasta allí...
Las distancias son irrelevantes cuando olvido es el destino.
(continuará)

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