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In vino veritas (1)

Eran las seis de la tarde y me estaba preparando para hacer nada con nadie, cuando sonó mi móvil. Llamaban desde la empresa de traductores para pedir que me vaya “URGENTEMENTE” a los juzgados de guardia para hacer un servicio de inglés. Como vivo muy cerca de los juzgados llegué allí en 5-10 minutos, pero parece ser que la juez y el abogado no recibieron el mensaje “URGENTEMENTE” por lo que me fui a tomar un café hasta que llegasen.

Unos veinte minutos después los funcionarios me avisaron de que estaban llegando y que mientras tanto podría bajar con la medico forense a los calabozos para hablar con el detenido. Mientras íbamos por los pasillos la forense me explicó de que se trataba “de un caso de lesiones que el detenido causo a un paquistaní,… o un indio”, no me sabía decir. Al entrar en los calabozos nos sentamos en una mesa hasta cual los mossos acompañaron a un joven de unos treinta años, rubio y con ojos azules llenos de interrogantes. Es australiano, altísimo, y de evidentemente muy buen estado físico, algo completamente contrario a su estado psíquico. Se llama D.J.
- Pregúntale si sabe porque fue detenido – me dijo la forense dando el comienzo a una larga, quizá la más larga traducción que hice hasta ahora.
- Pues,… me lo explicaron en la comisaría. Pero la verdad es que no me acuerdo de nada – dijo D.J.
- Nada de nada – insistió la forense. D.J. me ahorró las palabras moviendo la cabeza de un lado a otro, mirando al suelo. – Pues dile que está aquí porque esta madrugada agredió a una persona causándole serias lesiones.
- Lo siento – contestó D.J. con una voz de tristeza y ganas de poder recordar. Entonces la forense le hizo varias preguntas sobre su origen, sobre su familia, sus padres, su mujer, lugar de residencia y qué hacia en Barcelona. A todo ello D. contestaba con claridad, sin pausas. Sus padres se divorciaron cuando él tenía dos años, tiene dos hermanas y un hermano y se lleva muy bien con ellos, lleva casado con su mujer desde hace un año, trabaja como entrenador personal en un gimnasio en Londres y que vino en Barcelona para pasar las vacaciones.
- ¿Está actualmente en algún tratamiento médico? y ¿si toma algún tipo de medicamentos? – siguió la forense sin subir la mirada de sus apuntes en forma de esquema que situaba a D.J. dentro de todas esas respuestas.
- Sí. Sufro de la depresión clínica, y estoy tomando valium y “proxiten” (o algun otro medicamento cuyo nombre no recuerdo).
- ¿Desde hace cuanto tiempo?
- Desde hace unos tres meses. Me lo prescribieron porque sufría ataques de pánico y ansiedad.
- ¿Desde hace cuanto tiempo que tiene estos ataques?
- Desde hace unos años… no sé decir exactamente. Todo comenzó con las pesadillas que empecé a tener en el ejército.
- ¿Estuvo en el ejército?
- Sí. En el Ejército de Australia, durante once años. Me he retirada hace un año.
- Me puede decir algo más sobre cómo empezaron las pesadillas.
- He visto cosas muy malas… Guerra… Cosas muy malas... El año pasado me diagnosticaron el estrés postraumático, y empecé a tomar valium. No me ayudaba y ahora tomó “praxiten”.
- ¿Había bebido alcohol en la noche del incidente? – preguntó la doctora sin dejar de hacer flechas, cuadros, círculos y triángulos mutuamente relacionados. Mientras le hablaba dibujaba formas de lo que a D.J. le llevó hacía la madrugada pasada cuando todo su pasado juntado en el puño conoció a quien no debería haber estado allí. A su daño colateral, personal.
- Sí. He tomado unas cuatro cañas - contestó.
- Sabe que no debe tomar alcohol con estos medicamentos.
- Lo sabía pero creía que un par de cervezas no me iban a causar daño.
- ¡Ya! Bueno, dile que ahora subirá para declarar delante del juez.

Subimos junto a dos mossos que acompañaban a D.J. esposado y, antes de entrar a declarar, el abogado le informó de que su mujer estaba bien y que le estaba esperando fuera. Esta misma noche tenían el vuelo de vuelta a Londres.
- Se pueden sentar – dijo la jueza con la cara hinchada del descontento por la “imprevista” llegada a su lugar de trabajo. A pesar de que este día estaba de guardia los juzgados no la parecían el lugar donde debería estar. – Pregúntale a señor J. si es cierto que en la madrugada de hoy en la Rambla agredió a X, causándole la ruptura de hueso “?” y que a causa de golpe sufrió la caída del palpado izquierdo (me tendrán que perdonar, pero no he podido memorizar exactamente las lesiones que D.J. causó a X). ¿Son ciertas estos hechos?
- Lo siento, pero no la puedo contestar – dijo D. con una voz asustada y con cara de alguien que se arrepienta de algo que no va con él pero se siente responsable de ello. – No me recuerdo de nada – añadió al final.
- No se recuerda de que iba gritando por la calle y que en un momento se dirigió a señor X diciéndole “¡Qué me miras!” y a continuación le golpeó en la cabeza varias veces – esta vez el silencio fue la respuesta que no requería mi interpretación.
- Solamente recuerdo el momento en que me desperté en los calabozos – añadió D.
- A ver si se acuerda que en la comisaría llamó a los policías desde su celda, diciéndoles que necesitaba ir al baño. Y que una vez le llevaron allí defecó al lado del water, burlándose de los agentes.
- Lo siento…pero no… no me acuerdo de nada - dijo D. - Yo solamente quería venir a Barcelona y disfrutar con mi mujer. Alejarnos de todo…
Las distancias son irrelevantes cuando olvido es el destino.
(continuará)

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