Tengo un trauma con la administración española. Lo sé porque siempre que me toca hacer algún trámite sufro. Es todo tan lento y absurdo que realmente siento una pena inmensa por todas las horas perdidas en las colas ante las instituciones del Gobierno.
Ayer finalicé una parte del trámite de renovación de la tarjeta de residencia. Después de cinco horas en la cola conseguí entrar y presentar los documentos que llevaba esperando nueve meses. Ahora solo hace falta esperar otro mes más para tener la tarjeta físicamente, pero eso ya no me importa.
Lo que más me molesta de todo este rollo es la actitud de los burócratas y la falta de buena educación que muchos de ellos demuestran al tratar con todas esas personas que, igual que ellos y todos los españoles, viven y pagan sus impuestos en España.
En la sala donde atienden al público, había ayer varios burócratas en sus respectivas mesas. Con solo mirar sus caras se podía adivinar cómo eran. Cuando deduces que un funcionario está de mala leche siempre es recomendable evitar que te atienda, porque se le puede ocurrir pedir algún requisito inmerso en el mar de las incógnitas administrativas relacionadas con el pesado proceso del largo trámite y decirte algo del tipo “esto es la copia del sello y nosotros pedimos el original” o “el fondo de estas fotos no parece suficientemente blanco”, etc y obligarte a volver otro día.
Ayer había una burócrata que tenía muy, pero que muy mala leche, una cualidad que expresaba en la manera en que se dirigía a una chica china que entró antes de mi grupo. Tenía tanta mala leche que la chica a la que le tocaba ser atendida antes que yo me cedió su turno solo para evitar que le tocara aquella funcionaria.
Pese a todo, me senté y le presenté todos los documentos bien ordenados limitándome a no expresar ninguna emoción o inquietud. Por su parte, ella se limitó a repasar el listado de los documentos requeridos y cuando vio que estaba todo en orden dijo “siguiente” lanzándome, con mala leche, el resguardo con el que dentro de un mes tengo que ir a buscar la tarjeta. Lo cogí y le deseé que tuviera “buen día” con una sonrisa. Salí de la sala sabiendo que era difícil que lo tuviera mientras estuviera haciendo su trabajo, pero contento de saber que durante los próximos 365 días no tendré que ver su cara, lo cual ya es mucho para mí.
Ayer finalicé una parte del trámite de renovación de la tarjeta de residencia. Después de cinco horas en la cola conseguí entrar y presentar los documentos que llevaba esperando nueve meses. Ahora solo hace falta esperar otro mes más para tener la tarjeta físicamente, pero eso ya no me importa.
Lo que más me molesta de todo este rollo es la actitud de los burócratas y la falta de buena educación que muchos de ellos demuestran al tratar con todas esas personas que, igual que ellos y todos los españoles, viven y pagan sus impuestos en España.
En la sala donde atienden al público, había ayer varios burócratas en sus respectivas mesas. Con solo mirar sus caras se podía adivinar cómo eran. Cuando deduces que un funcionario está de mala leche siempre es recomendable evitar que te atienda, porque se le puede ocurrir pedir algún requisito inmerso en el mar de las incógnitas administrativas relacionadas con el pesado proceso del largo trámite y decirte algo del tipo “esto es la copia del sello y nosotros pedimos el original” o “el fondo de estas fotos no parece suficientemente blanco”, etc y obligarte a volver otro día.
Ayer había una burócrata que tenía muy, pero que muy mala leche, una cualidad que expresaba en la manera en que se dirigía a una chica china que entró antes de mi grupo. Tenía tanta mala leche que la chica a la que le tocaba ser atendida antes que yo me cedió su turno solo para evitar que le tocara aquella funcionaria.
Pese a todo, me senté y le presenté todos los documentos bien ordenados limitándome a no expresar ninguna emoción o inquietud. Por su parte, ella se limitó a repasar el listado de los documentos requeridos y cuando vio que estaba todo en orden dijo “siguiente” lanzándome, con mala leche, el resguardo con el que dentro de un mes tengo que ir a buscar la tarjeta. Lo cogí y le deseé que tuviera “buen día” con una sonrisa. Salí de la sala sabiendo que era difícil que lo tuviera mientras estuviera haciendo su trabajo, pero contento de saber que durante los próximos 365 días no tendré que ver su cara, lo cual ya es mucho para mí.
Comentarios