Tenía trece años cuando por primera vez oí la palabra boicot. En aquel momento la asocié a rebelión, a que alguien decida hacer justicia. No sé por qué, pero me sonaba a algo relacionado con el proletariado y las barricadas, a gente valiente, orgullosa y unida por un ideal supremo.
“Boicot” fue la primera palabra en la lista de mi nuevo vocabulario. Siguieron otras como, por ejemplo, masacre, genocidio, sanciones, los diferentes calibres de armas y los nombres de las distintas instituciones internacionales que venían a mediar en nuestro conflicto.
Por primera vez, oí hablar de un boicot en 1989, cuando los líderes políticos de Eslovenia prohibieron la manifestación de los nacionalistas serbios en Ljubljana, la capital de esta república. Estos se querían manifestar contra el apoyo que daban los líderes eslovenos a los albaneses en Kosovo. Todo ocurría en una situación ya bastante tensa a causa de las negociaciones dentro del Partido Comunista sobre las nuevas vías de organización de la Federación Yugoslava. Eslovenia pedía cambios estructurales y anunciaba que dejaría de pagar a la caja común, descontenta por los resultados de las reformas del mercado que pretendía llevar a cabo el gobierno federal. Por otro lado crecía el mito de Milosevic como líder nacional, quien, a través de una retórica barata y falsas promesas, inflaba los espíritus nacionalistas en Serbia.
Cuando el Gobierno esloveno prohibió la manifestación, el ejecutivo de Serbia llamó inmediatamente al boicot de todos los productos eslovenos e hizo público un comunicado en el que se pronunciaba del siguiente modo:
“Decimos claramente que ningún ciudadano de Serbia va a rogar a Eslovenia que se quede en Yugoslavia”.
En los meses siguientes más de cien empresas serbias rompieron sus relaciones con compañías eslovenas. Por su parte, los medios de comunicación en manos del régimen de Milosevic atacaron sin clemencia a todos los que se atrevieron desobedecer la orden y hacer negocios con Eslovenia.
“Boicot” inauguró ese nuevo diccionario y nos cambió la vida a todos los que la escuchamos. Parecía ser sólo una palabra nueva, pero fue toda una vida nueva.
En el principio fue la palabra.
“Boicot” fue la primera palabra en la lista de mi nuevo vocabulario. Siguieron otras como, por ejemplo, masacre, genocidio, sanciones, los diferentes calibres de armas y los nombres de las distintas instituciones internacionales que venían a mediar en nuestro conflicto.
Por primera vez, oí hablar de un boicot en 1989, cuando los líderes políticos de Eslovenia prohibieron la manifestación de los nacionalistas serbios en Ljubljana, la capital de esta república. Estos se querían manifestar contra el apoyo que daban los líderes eslovenos a los albaneses en Kosovo. Todo ocurría en una situación ya bastante tensa a causa de las negociaciones dentro del Partido Comunista sobre las nuevas vías de organización de la Federación Yugoslava. Eslovenia pedía cambios estructurales y anunciaba que dejaría de pagar a la caja común, descontenta por los resultados de las reformas del mercado que pretendía llevar a cabo el gobierno federal. Por otro lado crecía el mito de Milosevic como líder nacional, quien, a través de una retórica barata y falsas promesas, inflaba los espíritus nacionalistas en Serbia.
Cuando el Gobierno esloveno prohibió la manifestación, el ejecutivo de Serbia llamó inmediatamente al boicot de todos los productos eslovenos e hizo público un comunicado en el que se pronunciaba del siguiente modo:
“Decimos claramente que ningún ciudadano de Serbia va a rogar a Eslovenia que se quede en Yugoslavia”.
En los meses siguientes más de cien empresas serbias rompieron sus relaciones con compañías eslovenas. Por su parte, los medios de comunicación en manos del régimen de Milosevic atacaron sin clemencia a todos los que se atrevieron desobedecer la orden y hacer negocios con Eslovenia.
“Boicot” inauguró ese nuevo diccionario y nos cambió la vida a todos los que la escuchamos. Parecía ser sólo una palabra nueva, pero fue toda una vida nueva.
En el principio fue la palabra.
Comentarios
Las palabras son un arma tan o mas poderosa que la espada... cuando se daran cuenta que las palabras incendian mas que el propio fuego.
El boicot favorece a los extremistas de cualquier lado.
Eres un gran articulista. Te felicito de nuevo.