Últimamente se escuchan muchas voces fatalistas que avisan sobre el peligro que corre España y una de las principales comparaciones que se hacen para ilustrarlo es la destrucción de la antigua Yugoslavia.
Lo que pasó en mi antiguo país no se puede describir en pocas palabras, incluso a veces creo que es imposible dar una explicación equilibrada, sobre todo para los que hemos sido parte de esa historia. Es como la película Rashomon, de Akiro Kurosawa, en la que diferentes protagonistas narran un único acontecimiento del cual todos habían sido testigos. Al hacerlo, resulta que cada uno de ellos lo vio de un modo completamente distinto a los demás.
Asimismo, quince años más tarde existen varias tesis y teorías sobre lo ocurrido. Cada uno de los bandos le echa la culpa al otro.
Yo tuve la suerte de poder observar el fin de Yugoslavia desde un lugar privilegiado. Lo viví observando las reacciones de mis familiares y de los amigos de mis padres, que pertenecían a diferentes ideologías y grupos. Entre ellos había nacionalistas y no nacionalistas. Mi padre es periodista y las noticias eran una especie de sermón inevitable en nuestra casa. Como también lo eran las pilas de periódicos que se amontaban junto a la tele. Mi padre los compraba todos, serbios, croatas y eslovenos, y de todas las tendencias políticas, para, como él decía, “estar informado”.
A mi madre, farmacéutica, no le interesaba la política, pero sí el orden y la limpieza, por lo que se volvía loca con los montones de prensa acumulada, que nunca iban a parar a la basura porque, según mi padre, eran documentos históricos.
Los niños “no sabíamos nada” de lo que pasaba porque todo aquello “eran cosas de adultos”. Por eso, permanecía callado y me hacía el “niño”.
Nuestra casa siempre estaba abierta para todo el mundo y parecía que todo el mundo lo sabía porque la habitación de los invitados y demás camas auxiliares que se improvisaban por toda la casa nunca pasaban mucho tiempo sin ser ocupadas. A mí me encantaba tener gente en casa, sobre todo por las historias y travesuras que traían, y muy especialmente, disfrutaba cuando mi numerosa familia venía de todas partes a visitar a los abuelos y se quedaba en nuestra casa.
Somos quince nietos por parte de mi familia paterna y cinco más por la materna y en aquella época todos vivíamos en diferentes repúblicas yugoslavas. Nos veíamos poco, pero aprovechábamos cada momento quemando muchísima energía infantil, lo cual puede resultar agotador para los adultos. Sin embargo, durante los últimos años de Yugoslavia, nuestros padres estaban pendientes las noticias y no nos prestaban ninguna atención, por lo que podríamos haber hecho volar la casa sin ser castigados.
Las noticias decían cosas importantes y estaban llenas de caras serias, igual que las que se podían ver en el sofá delante de nuestra tele.
La noticia del 22 de enero de 1990 mostraba el IX Congreso del Partido Comunista de Yugoslavia y el momento en que la delegación eslovena se levantó y abandonó la sala. Poco después abandonaría el país. Ese invierno fue el último que los familiares y amigos de las diferentes partes de nuestro país pasamos juntos. De repente, la casa se hizo grande y silenciosa y las noticias comenzaron a empeorar cada vez más.
Lo que pasó en mi antiguo país no se puede describir en pocas palabras, incluso a veces creo que es imposible dar una explicación equilibrada, sobre todo para los que hemos sido parte de esa historia. Es como la película Rashomon, de Akiro Kurosawa, en la que diferentes protagonistas narran un único acontecimiento del cual todos habían sido testigos. Al hacerlo, resulta que cada uno de ellos lo vio de un modo completamente distinto a los demás.
Asimismo, quince años más tarde existen varias tesis y teorías sobre lo ocurrido. Cada uno de los bandos le echa la culpa al otro.
Yo tuve la suerte de poder observar el fin de Yugoslavia desde un lugar privilegiado. Lo viví observando las reacciones de mis familiares y de los amigos de mis padres, que pertenecían a diferentes ideologías y grupos. Entre ellos había nacionalistas y no nacionalistas. Mi padre es periodista y las noticias eran una especie de sermón inevitable en nuestra casa. Como también lo eran las pilas de periódicos que se amontaban junto a la tele. Mi padre los compraba todos, serbios, croatas y eslovenos, y de todas las tendencias políticas, para, como él decía, “estar informado”.
A mi madre, farmacéutica, no le interesaba la política, pero sí el orden y la limpieza, por lo que se volvía loca con los montones de prensa acumulada, que nunca iban a parar a la basura porque, según mi padre, eran documentos históricos.
Los niños “no sabíamos nada” de lo que pasaba porque todo aquello “eran cosas de adultos”. Por eso, permanecía callado y me hacía el “niño”.
Nuestra casa siempre estaba abierta para todo el mundo y parecía que todo el mundo lo sabía porque la habitación de los invitados y demás camas auxiliares que se improvisaban por toda la casa nunca pasaban mucho tiempo sin ser ocupadas. A mí me encantaba tener gente en casa, sobre todo por las historias y travesuras que traían, y muy especialmente, disfrutaba cuando mi numerosa familia venía de todas partes a visitar a los abuelos y se quedaba en nuestra casa.
Somos quince nietos por parte de mi familia paterna y cinco más por la materna y en aquella época todos vivíamos en diferentes repúblicas yugoslavas. Nos veíamos poco, pero aprovechábamos cada momento quemando muchísima energía infantil, lo cual puede resultar agotador para los adultos. Sin embargo, durante los últimos años de Yugoslavia, nuestros padres estaban pendientes las noticias y no nos prestaban ninguna atención, por lo que podríamos haber hecho volar la casa sin ser castigados.
Las noticias decían cosas importantes y estaban llenas de caras serias, igual que las que se podían ver en el sofá delante de nuestra tele.
La noticia del 22 de enero de 1990 mostraba el IX Congreso del Partido Comunista de Yugoslavia y el momento en que la delegación eslovena se levantó y abandonó la sala. Poco después abandonaría el país. Ese invierno fue el último que los familiares y amigos de las diferentes partes de nuestro país pasamos juntos. De repente, la casa se hizo grande y silenciosa y las noticias comenzaron a empeorar cada vez más.
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