Ayer fui a ver la exposición “Literatures de l’exili” en el CCCB. Las imágenes de los exiliados catalanes después de la Guerra Civil me recordaron a los primeros días después de la “Oluja”*.
Fue raro encontrar en esas imágenes en blanco y negro la luz que había desaparecido de mis propios recuerdos en blanco y negro. O, mejor dicho, los que fueron víctimas de mi memoria selectiva. Ayer volví a vivir los primeros días de mi exilio de Croacia.
Nada más entrar en la exposición una foto de Carles Pi i Sunyer titulada “Armamento requisado a los soldados republicanos en la frontera francesa” me hizo recordar la imagen de una cola que medía decenas de kilómetros a lo largo de la carretera hacia la frontera entre Bosnia y Serbia, donde las armas estaban tiradas en la cuneta. En las miradas de la gente se mezclaban dos pensamientos: “Se acabó!” y “Acaba de empezar”.
Yo ocupé un lugar privilegiado. Desde la parte trasera de una furgoneta roja observaba la historia en directo. La veía con sus propios ojos. La desesperación, la humillación y la tristeza cabalgaban a paso lento junto a la caravana. Centenares de miles de historias formaban parte de un único acontecimiento, de una noticia, de una clase de historia. De mi memoria histórica.
En aquel momento no era consciente de lo que estaba viendo. Durante este tiempo no lo he sido hasta que ayer unas fotos en blanco y negro me volvieron a meter en esa furgoneta roja. Entonces recordé cómo mi amigo Pitro, mi compañero de viaje, y yo comentábamos las cosas que nos contaba la gente por el camino. Durante el trayecto también oímos que los aviones del ejército croata estaban bombardeando el convoy de refugiados y que mucha gente había sido reclutada para seguir luchando en Bosnia. Asimismo, supimos que en la frontera con Serbia se formaban atascos porque las autoridades cerraban el paso. Al cruzar la frontera, muchos de los refugiados eran desviados hacia Kosovo, donde ya se preparaba la futura masacre.
Lo primero que recuerdo de mi llegada a Belgrado es la alegría de ver reunida a mi familia y el silencio que la acompañaba. No fuimos capaces de asumir lo que acabábamos de experimentar. De repente, las cosas parecían mucho más básicas y el papel que cada uno de nosotros había desempeñado hasta entonces ya no valía. La vida hizo un nuevo reparto. Había que despabilar.
Recuerdo los paquetes de ayuda humanitaria y los cartones blancos en los que se apuntaban las raciones de alimentos y los productos de higiene que le correspondía a cada familia. A veces también llegaba ropa. A mis compatriotas se les podía reconocer fácilmente entre la multitud por su andar desorientado y sin sentido a lo largo de la avenida Knez Mihajlova en búsqueda de “alguien conocido”. Cuando lo encontraban, las primeras preguntas que se hacían eran “¿Cómo están todos?” y “¿Dónde duermes?”. Era como si preguntar “¿Dónde vives? no fuese una frase apropiada para describir aquella situación.
A muchos otros también se les distinguía por su indumentaria. No sé por qué razón repartieron muchos abrigos y gorros con el emblema de los “Chicago Bulls”, el equipo triunfador. Entre la multitud no era muy difícil distinguir un refugiado vestido de triunfador.
El exilio es un círculo perfecto. Empieza justo cuando crees que todo se acaba.
* Oluja significa Tormenta. Con este nombre fue bautizada la operación militar del Ejército croata que entre el 4 y el 7 de agosto de 1995 concluyó con la derrota de las tropas serbias. Fue la operación militar más grande acontecida en Europa desde el fin de la II Guerra Mundial y supuso el final de la República Serbia de Krajina. Intervinieron en ella 150.000 soldados croatas y 30 aviones, entre otros. Unos 200.000 civiles serbios tuvieron que abandonar sus hogares y convertirse en refugiados.
Comentarios
Tu, Boris, no eras en nada diferente a uno de esos españoles saliendo de su pais en guerra civil que, de pronto, dejo de ser su pais. Un inmigrante africano en Ceuta o Melilla no es en nada diferente a tantos cientos de miles emigrantes españoles de los años 50 y 60.
La historia se repite una y otra vez y nos empeñamos en mirar a los demas como si sus realidades fueran de otro planeta, totalmente ajenas, desconocidas e imposibles para nosotros.
El dia que aprendamos a ver en cada inmigrante, en cada desplazado por la guerra a nuestro padre o abuelo y hasta a nosotros mismos, tal vez logremos que el mundo cambie.
Un saludo.
Recuerdo una exposición que ví hace unos días,"El esplendor de las ruinas", en La Pedrera, hasta el 30 de octubre, que recomiendo.
Un abrazo, Nacho
Durante la guerra de los Balcanes pensaba en lo que debíais estar pasando la gente de mi edad allí. Me imagino que no se puede explicar con palabras.
Ánimos en todo!