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Buenos viejos tiempos

Cuando una sociedad llega al punto de que para sus ciudadanos es más importante odiar el equipo rival que amar a su propio equipo quiere decir que la cosa pinta mal. Ante esa situación, quienes se encargan de la esfera pública deberían tomar conciencia de la responsabilidad que detentan y actuar para mantener la paz y el bienestar.

El fútbol quizá sea el mejor reflejo de una sociedad y la rivalidad que siempre existe entre dos equipos suele ser una buena manera de conocer el estado de ánimo de la población. Si no fuese por su contexto histórico-político, un Barça-Madrid sería solo un partido más de la Liga y, por otra parte, la Liga no sería lo que es sin un Barça-Madrid.

Algo parecido ocurría en la antigua Yugoslavia donde el fútbol tenía un papel muy importante para vigilar de cerca que el nivel de los diferentes nacionalismos no excediera los límites permitidos. A través de los servicios secretos, el Partido Comunista aplastaba cualquier intento de manifestación chovinista en los estadios. Aun así, dentro de los equipos directivos de los grandes equipos se gestaban los núcleos del futuro “despertar de los pueblos”.

Los equipos más emblemáticos durante esa época fueron el Estrella Roja de Belgrado como núcleo del nacionalismo serbio y el Dínamo de Zagreb, con el que se identificaba el nacionalismo croata. Los dos eran grandes equipos y el título de la liga nacional yugoslava casi siempre se jugaba entre ambos. La rivalidad entre ellos reflejaba la rivalidad histórica y política que había entre los dos pueblos que predominaban demográficamente en Yugoslavia.

La culminación de esta rivalidad tuvo lugar durante el último partido que jugaron estos dos equipos durante el encuentro de la Liga jugado en Zagreb en 1990. En aquella ocasión, los ultras de los dos equipos se enfrentaron con suma violencia y los veintidós millones de habitantes de la antigua Yugoslavia fueron testigos directos del principio del fin de la Yugoslavia multinacional.

La sangre que cayó aquel día en el césped del estadio del Dinamo se derramó por todo el país y la memoria histórica despertó la sed de violencia que pronto acabó convirtiéndose en una nueva masacre. Ya no había vuelta atrás. Los que se pegaron en el estadio se convirtieron en nuevos héroes nacionales y pronto cambiaron las bufandas y gorros de sus equipos por los uniformes militares.

Rápidamente un país grande se desmembró en muchos países pequeños, cada uno de ellos con su pequeña liga y sus pequeños equipos. Todo era más pequeño, pero parecía que eso era lo que quería la gente, tener sus pequeños países, espacios propios en los que sólo cabrían “los nuestros”. Y quizá todo se habría quedado así, si no hubiera aparecido la nostalgia.

Después de tantos años, el equipo del Estrella Roja volvió a jugar en Zagreb hace unas semanas, esta vez en la UEFA. Todos esperaban que hubiera violencia y la presencia de la policía superó en número la de los aficionados del equipo serbio. Los ultras fueron al estadio, pero no emitieron los gritos de odio que todo el mundo esperaba oír. Por el contrario, empezaron a cantar una canción muy conocida de un grupo croata muy cursi de los años ochenta. La letra dice:

“¡Qué bueno volverte a ver,

poner mis brazos sobre tus hombros.

Como antes, besarte suavemente.

Por los buenos viejos tiempos”

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Segurament ja no hi ha violència quan s'enfronten els dos equips perquè ja no hi ha motiu per haver-la-hi. Ja són països lliures, independents, no obligats a conviure junts, a estar junts "per la força", i ara es poden entendre i conviure perquè com diu el refrany "cada uno en su casa y Dios en la de todos". Una dona i un home poden arribar a ser gran amics i estimar-se moltíssim vivint per separat. Però de segur que fracassarien junts si els obliguen a casar-se "per la força".
Anónimo ha dicho que…
muy bien, tronco! quiero mas de basquet serbio y croata!
Anónimo ha dicho que…
Queremos más!!!!!!

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