- Bueno, ahora vamos a hacer una cosa. Cada uno tiene que escoger un nombre español de los que están apuntados aquí en la lista – dijo mi amiga Marta indicando la página del libro para aprender español a sus alumnos, entre los cuales había tres estudiantes de China.
- Limón –dijo una de las muchachas chinas.
- Ehhhh, perdona, pero “Limón” no es un nombre adecuado para ponérselo a las personas. Aquí la gente no se llama Limón –intentó explicar Marta.
- ¿Por qué no? -insistió la alumna.
Al instante uno de sus compatriotas salió en su ayuda y para demostrar que el nombre en cuestión era lo más natural del mundo empezó a decir:
- Fanta limón, schweppes limón, yo limón.
Llegados a este punto, Marta decidió que lo mejor era dejar la cosa tal cual, con una estudiante china llamada Limón.
Mientras mi amiga me lo contaba me partía de la risa imaginando su cara, la de alguien que de todo corazón y con la mejor intención intenta explicarle a una china que no es normal llamarse Limón. Pero el protagonista de esta historia no es la chica llamada Limón, sino mi amiga Marta y las miles y miles de Martas que se encuentran cada día en situaciones parecidas. Entiendo realmente que la invasión de los “Limones” debe haber creado muchísimas situaciones en las que los indígenas sienten que su país está cambiando. Supongo que les ha cogido por sorpresa ver lo rápidamente que su barrio, parecido al de “Cuéntame como pasó”, se ha convertido de la noche a la mañana en un barrio chino.
La educación es el primer paso hacia la integración y para su éxito hay que potenciar la voluntad del alumno y la paciencia del profesor.
Qvuim Bo es una de mis compañeras de trabajo. Su hija de tres años empezará en septiembre su primer curso escolar. El otro día Qvuim Bo trajo al trabajo un sobre que le enviaron del colegio. La carta explicaba en qué día se repartirían los libros y cuáles serían los horarios de las clases. Pero ella no pudo entenderlo porque estaba escrita en catalán. No hace demasiado que llegó a un país con una cultura que no tiene nada en común con la suya. Ella venía preparada para hacer el gran esfuerzo de aprender el idioma del país al que llegaba y, de repente, descubrió que en este país hay dos lenguas.
Aunque es muy trabajadora y disciplinada, de momento Qvuim Bo no ha aprendido la segunda idioma. Pero la atención en su rostro al escuchar cómo sus colegas le explicaban el contenido de la carta, anuncia que su hija no será un ácido Limón, sino una refrescante limonada.
- Limón –dijo una de las muchachas chinas.
- Ehhhh, perdona, pero “Limón” no es un nombre adecuado para ponérselo a las personas. Aquí la gente no se llama Limón –intentó explicar Marta.
- ¿Por qué no? -insistió la alumna.
Al instante uno de sus compatriotas salió en su ayuda y para demostrar que el nombre en cuestión era lo más natural del mundo empezó a decir:
- Fanta limón, schweppes limón, yo limón.
Llegados a este punto, Marta decidió que lo mejor era dejar la cosa tal cual, con una estudiante china llamada Limón.
Mientras mi amiga me lo contaba me partía de la risa imaginando su cara, la de alguien que de todo corazón y con la mejor intención intenta explicarle a una china que no es normal llamarse Limón. Pero el protagonista de esta historia no es la chica llamada Limón, sino mi amiga Marta y las miles y miles de Martas que se encuentran cada día en situaciones parecidas. Entiendo realmente que la invasión de los “Limones” debe haber creado muchísimas situaciones en las que los indígenas sienten que su país está cambiando. Supongo que les ha cogido por sorpresa ver lo rápidamente que su barrio, parecido al de “Cuéntame como pasó”, se ha convertido de la noche a la mañana en un barrio chino.
La educación es el primer paso hacia la integración y para su éxito hay que potenciar la voluntad del alumno y la paciencia del profesor.
Qvuim Bo es una de mis compañeras de trabajo. Su hija de tres años empezará en septiembre su primer curso escolar. El otro día Qvuim Bo trajo al trabajo un sobre que le enviaron del colegio. La carta explicaba en qué día se repartirían los libros y cuáles serían los horarios de las clases. Pero ella no pudo entenderlo porque estaba escrita en catalán. No hace demasiado que llegó a un país con una cultura que no tiene nada en común con la suya. Ella venía preparada para hacer el gran esfuerzo de aprender el idioma del país al que llegaba y, de repente, descubrió que en este país hay dos lenguas.
Aunque es muy trabajadora y disciplinada, de momento Qvuim Bo no ha aprendido la segunda idioma. Pero la atención en su rostro al escuchar cómo sus colegas le explicaban el contenido de la carta, anuncia que su hija no será un ácido Limón, sino una refrescante limonada.
Comentarios
cuesta pero la locura de los dos, tres, mil idiomas es fantástica, siempre encuentras más palabras para decir lo que quieres.
Ni ha ma?
Wo hen hao!