A veces me olvido de que detrás de todos mis amigos inmigrantes, los que estamos conviviendo aquí, hay distintos países de origen. Las cosas de las que hablamos entre nosotros y la manera en que la sociedad que nos acoge percibe el fenómeno de la inmigración me produce la sensación de que todos los inmigrantes formamos una misma nación.
Por ello creo que realmente debería crearse una única institución global cuyo objetivo debería ser dedicarse a promover y proteger los derechos de los inmigrantes de todo el Mundo. Se debería redactar un manifiesto y una “Declaración de Derechos” que promoviera la universalidad de la inmigración. Estos deberían basarse en la raíz biológica de todos los seres humanos, en el sentido de las palabras de Garrigues Walker (en La Contra de La Vanguardia del Lunes 25 de julio 2005): “Al final, estoy convencido de que la ley será tan universal como los derechos y obligaciones del ser humano.”
La ONU era una idea bonita, pero no ha logrado quitarse encima el pesado peso de la burocracia nacionalista que paraliza cada posibilidad de avanzar hacia una verdadera sociedad humana. Los inmigrantes nos libramos de estas cargas una vez pasamos la frontera de nuestro país de destino. A partir de entonces lo principal es la propia existencia y los ideales nacionales no constan entre las prioridades. Por el mero hecho de no formar parte de una cadena sucesoria que garantiza los derechos por el lugar de nacimiento, lo único que nos une a la nación que nos acoge son los trámites que nos deja cumplir.
Mientras tanto, una gran parte de nuestro planeta vive en países que no son nada más que las aldeas de las empresas multinacionales. Los hipócritas que gobiernan las naciones podrían permitir por lo menos que uno tuviera derecho a escoger entre ser ciudadano de una aldea multinacional o un ciudadano internacional. ¿Por qué no crear una “nación internacional” o, mejor dicho transnacional, que nos proporcione entidad ante los estados en que los inmigrantes ya hemos cumplido todos los trámites? Así, en lugar de papeles y resguardos para acreditarnos ante los estados a los que hemos emigrado, podríamos presentar las pruebas de ADN que demuestran que somos de la misma especie. De la misma humanidad.
Tal como dijo la otra noche mi amigo Joan: “Todos somos unas fracciones de la unidad. De la humanidad.”
Por ello creo que realmente debería crearse una única institución global cuyo objetivo debería ser dedicarse a promover y proteger los derechos de los inmigrantes de todo el Mundo. Se debería redactar un manifiesto y una “Declaración de Derechos” que promoviera la universalidad de la inmigración. Estos deberían basarse en la raíz biológica de todos los seres humanos, en el sentido de las palabras de Garrigues Walker (en La Contra de La Vanguardia del Lunes 25 de julio 2005): “Al final, estoy convencido de que la ley será tan universal como los derechos y obligaciones del ser humano.”
La ONU era una idea bonita, pero no ha logrado quitarse encima el pesado peso de la burocracia nacionalista que paraliza cada posibilidad de avanzar hacia una verdadera sociedad humana. Los inmigrantes nos libramos de estas cargas una vez pasamos la frontera de nuestro país de destino. A partir de entonces lo principal es la propia existencia y los ideales nacionales no constan entre las prioridades. Por el mero hecho de no formar parte de una cadena sucesoria que garantiza los derechos por el lugar de nacimiento, lo único que nos une a la nación que nos acoge son los trámites que nos deja cumplir.
Mientras tanto, una gran parte de nuestro planeta vive en países que no son nada más que las aldeas de las empresas multinacionales. Los hipócritas que gobiernan las naciones podrían permitir por lo menos que uno tuviera derecho a escoger entre ser ciudadano de una aldea multinacional o un ciudadano internacional. ¿Por qué no crear una “nación internacional” o, mejor dicho transnacional, que nos proporcione entidad ante los estados en que los inmigrantes ya hemos cumplido todos los trámites? Así, en lugar de papeles y resguardos para acreditarnos ante los estados a los que hemos emigrado, podríamos presentar las pruebas de ADN que demuestran que somos de la misma especie. De la misma humanidad.
Tal como dijo la otra noche mi amigo Joan: “Todos somos unas fracciones de la unidad. De la humanidad.”
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Un saludo.