Mi experiencia con los gobiernos es que en general se dedican a asegurar que haya cosas que se permitan y cosas que no. En el fondo siempre se trata de lo mismo: qué es lo que uno puede y no puede hacer. Las diferencias son cuantitativas y se miden por la cantidad de cosas que un gobierno prohíba hacer. Ahí es donde se ponga a prueba el sistema y su valores. Pero hasta que el sistema reconoce tu existencia y te asigna un número (legal) las cosas que no se permiten se extienden hasta el punto de dejarte ejercer apenas las funciones básicas. O mejor dicho a poder existir.
Cuando mi familia y yo nos exiliamos de Croacia fuimos a Serbia, donde nos dieron la identificación de refugiados llamada “persona temporalmente exiliada”. El valor de ese “temporalmente” fue interpretado bastante libremente por el gobierno de Serbia. Tanto, que tardamos casi diez años hasta convertirnos en ciudadanos con todo derecho. Aquí necesité un año hasta que el Gobierno español me otorgó el permiso de estancia y dos más para el permiso de residencia. Así que llevo más de una década sin tener los papeles como los demás.
Cuando me dieron el permiso de estancia mi satisfacción duró sólo hasta que me enteré de que, tal como lo describe la palabra, este permiso básicamente lo que hace es que te permite ESTAR. Para poder SER era necesario efectuar otro trámite.
Con el permiso de estancia tienes asegurados múltiples derechos que básicamente se acaban con las funciones elementales del organismo. Sin poder trabajar uno lo tiene bastante difícil para conseguir los alimentos. Por lo menos en una sociedad urbana. Supongo que cazar en el parque o en la calle no sería bien visto por las autoridades y el resto da la sociedad, así que hasta que efectué el trámite para poder “ser” he vivido en un estado de Estancia de características vegetativo-administrativas.
Cuando uno se encuentra en el estado de Estancia no le queda más remedio que esperar hasta que el Señor de los Papeles decida tener la misericordia de dejarte pasar al estado de Residencia.
Y por fin ocurrió. Pero después de dos años de vivir en un estado vegetativo-administrativo he desarrollado una actitud de racionalización del absurdo (de características galopantes), así que cuando me enteré de que ahora incluso puedo SER me dio un enorme bajón.
La anticipación de las cosas malas que me pudieran pasar me tenía bien protegido ante los posibles fracasos. Por otro lado, el hecho de tener un proyecto que seguir me tenía ocupado todo el tiempo. Así que cuando me dieron el permiso de trabajo la alegría duró hasta que surgió la maldita pregunta: “¿Y ahora qué?”
“Es normal que no te sientas bien” -me dijo Belín-. “No estabas acostumbrado a que las cosas te fueran bien.”
¡El choque de descubrir el “bien”! ¡Me sentía mal porque las cosas me iban bien! Total, que ahora tengo mi nuevo proyecto: acostumbrarme a que las cosas me van bien. Así que ¡vamos que nos vamos! con los nuevos verbos: SER, RESIDIR y RESISTIR!
Cuando mi familia y yo nos exiliamos de Croacia fuimos a Serbia, donde nos dieron la identificación de refugiados llamada “persona temporalmente exiliada”. El valor de ese “temporalmente” fue interpretado bastante libremente por el gobierno de Serbia. Tanto, que tardamos casi diez años hasta convertirnos en ciudadanos con todo derecho. Aquí necesité un año hasta que el Gobierno español me otorgó el permiso de estancia y dos más para el permiso de residencia. Así que llevo más de una década sin tener los papeles como los demás.
Cuando me dieron el permiso de estancia mi satisfacción duró sólo hasta que me enteré de que, tal como lo describe la palabra, este permiso básicamente lo que hace es que te permite ESTAR. Para poder SER era necesario efectuar otro trámite.
Con el permiso de estancia tienes asegurados múltiples derechos que básicamente se acaban con las funciones elementales del organismo. Sin poder trabajar uno lo tiene bastante difícil para conseguir los alimentos. Por lo menos en una sociedad urbana. Supongo que cazar en el parque o en la calle no sería bien visto por las autoridades y el resto da la sociedad, así que hasta que efectué el trámite para poder “ser” he vivido en un estado de Estancia de características vegetativo-administrativas.
Cuando uno se encuentra en el estado de Estancia no le queda más remedio que esperar hasta que el Señor de los Papeles decida tener la misericordia de dejarte pasar al estado de Residencia.
Y por fin ocurrió. Pero después de dos años de vivir en un estado vegetativo-administrativo he desarrollado una actitud de racionalización del absurdo (de características galopantes), así que cuando me enteré de que ahora incluso puedo SER me dio un enorme bajón.
La anticipación de las cosas malas que me pudieran pasar me tenía bien protegido ante los posibles fracasos. Por otro lado, el hecho de tener un proyecto que seguir me tenía ocupado todo el tiempo. Así que cuando me dieron el permiso de trabajo la alegría duró hasta que surgió la maldita pregunta: “¿Y ahora qué?”
“Es normal que no te sientas bien” -me dijo Belín-. “No estabas acostumbrado a que las cosas te fueran bien.”
¡El choque de descubrir el “bien”! ¡Me sentía mal porque las cosas me iban bien! Total, que ahora tengo mi nuevo proyecto: acostumbrarme a que las cosas me van bien. Así que ¡vamos que nos vamos! con los nuevos verbos: SER, RESIDIR y RESISTIR!
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