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Los cuarteles de Sant Andreu (I)

Un día me fui con mis amigos Xavi y Magda a los carteles de Sant Andreu porque ambos estaban haciendo un reportaje sobre los “huéspedes” de aquellos edificios abandonados propiedad del Ministerio de Defensa. Más de 700 emigrantes de todas partes vivían allí y todos tenían su territorio marcado. Los de África en un lado, los de la Europa del Este en otro, los de Sudamérica en el suyo y otro más al que se trasladaron algunos jóvenes que vivían allí por convicción que por necesidad. Estos últimos eran europeos comunitarios idealistas en búsqueda del espíritu de los sesenta. En este sector conocimos a algunos ocupas, entre ellos un tal Boris, un alemán que estaba de viaje por Europa, pasándolo bien. Había ido a Barcelona a visitar a una amiga que vive con su novio y con su mejor amigo, Bob. Los dos son nigerianos convencidos y conscientes de lo que son.

Como Boris, Bob viajó por toda Europa con la pequeña diferencia de que en muchos casos el alojamiento se lo ha suministrado el Gobierno del país que le acogía o mejor dicho sus autoridades penitenciarias. Sí, Bob ha estado en muchas cárceles y así ha aprendido a hablar varios idiomas. Según él, el motivo de estos encarcelamientos son “pequeñas cosas”, pero en Europa las consideran más bien “grandes cosas”.

- Mientras los gobiernos europeos vendan armas por un lado y por el otro hablen de paz, y mientras sus grandes empresas expolien nuestras riquezas naturales, yo me quedaré aquí -nos dijo.

Y tiene toda la razón.

Bob tiene una hija en Italia. La niña es italiana. Su padre en cambio es, básicamente, autodidacta. En la cárcel ha hecho varios cursos y ha aprendido el oficio de lampista. Hace dos años vivía en esta casa abandonada por el Gobierno español. Bob dedicó muchas horas a arreglarla, hizo unas conexiones buenísimas para conseguir electricidad. Pero como no sabía cuánto tiempo podría quedarse no se curraba mucho los empalmes. Un nigeriano restaurando un edificio del Ministerio de Defensa y en lugar de agradecérselo quieren echarle a la calle. En la calle no hay nada que pueda arreglar Bob, así que probablemente volverá al oficio que le metió en la cárcel por primera vez y acabará haciendo otro cursillo... Seguro que hay muchos cursos que ni siquiera imagina.

Nos despedimos de Bob y sus compañeros cuando estaba anocheciendo. Y como el miedo suele aparecer de noche, acabamos en un edificio ocupado por unos georgianos. Estos no hablaban mucho y lo poco que nos decían no lo entendíamos muy bien por falta de concentración. Yo miraba hacia la ventana pensando en la mochila que llevaba con el equipo fotográfico de Xavi y Xavi miraba hacía la puerta por la que iban entrando un georgiano tras otro y cada vez superiores en tamaño. Magda era la única que seguía hablando y mirando al líder. Este era que mejor hablaba de todos y tenía la pinta de una persona con muy pocos filtros. Él miraba a Magda y los demás nos miraban a Xavi y a mí.

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