“Los griegos construyeron sus ciudades a la imagen del mundo. Los romanos construyeron el mundo a la imagen de la ciudad”. Lo leí en un manual de arquitectura y no sé que modelo es el mejor pero sé que en la ciudad ya no se puede vivir. Por lo menos no en una como Barcelona, que está tan llena de turistas que para ir de un sitio a otro hay que seguir unas rutas que no salen en las guías turísticas y para tomar un café hay que encontrar un bar que aún se resista a escribir el menú en inglés.
El año pasado el alcalde Clos se quejaba de que había demasiados turistas y yo esperaba que este año algo cambiara. Querría proponerle que se inventara algún tipo de turismo virtual donde los turistas, por el mero hecho de desear visitar Barcelona, ingresarían dinero en una cuenta, se les agradecería y ellos se quedarían tan contentos en sus países. Pero no, la gente sigue viniendo y los vuelos baratos ya no se cuentan por números sino por toneladas de pasajeros.
Y yo qué hago. Vivo en el centro, al lado del Palau de la Música y de la Catedral, y hasta hace poco hacía caso a los turistas que se fotografiaban delante de estas fachadas esperando hasta que terminaran para no aparecer en la imagen. Ahora ya paso. Si no, tardaría días en ir de un sitio a otro. El caso es que estoy convencido de que formo parte de miles y miles de álbumes familiares de muchos estadounidenses, japoneses, ingleses, alemanes..., que comparten una cosa común: mi cara en transición delante del recuerdo del viaje. Me gustaría encontrar todas esas fotos en que las salgo de paso y un día montar una exposición. La llamaría “Si te he visto no me acuerdo”.
El año pasado el alcalde Clos se quejaba de que había demasiados turistas y yo esperaba que este año algo cambiara. Querría proponerle que se inventara algún tipo de turismo virtual donde los turistas, por el mero hecho de desear visitar Barcelona, ingresarían dinero en una cuenta, se les agradecería y ellos se quedarían tan contentos en sus países. Pero no, la gente sigue viniendo y los vuelos baratos ya no se cuentan por números sino por toneladas de pasajeros.
Y yo qué hago. Vivo en el centro, al lado del Palau de la Música y de la Catedral, y hasta hace poco hacía caso a los turistas que se fotografiaban delante de estas fachadas esperando hasta que terminaran para no aparecer en la imagen. Ahora ya paso. Si no, tardaría días en ir de un sitio a otro. El caso es que estoy convencido de que formo parte de miles y miles de álbumes familiares de muchos estadounidenses, japoneses, ingleses, alemanes..., que comparten una cosa común: mi cara en transición delante del recuerdo del viaje. Me gustaría encontrar todas esas fotos en que las salgo de paso y un día montar una exposición. La llamaría “Si te he visto no me acuerdo”.
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