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Mi vecino chino (I parte)

Y uno de ellos es Li. ¡Que bien! pensé el primer día que le conocí. Llamó a mi puerta para saludar y explicarme que era mi nuevo vecino. “Tengo un vecino chino”, dije a todo el mundo. “Por fin alguien me explicará este curioso mundo chino, pero la ilusión sólo me duró un par de días, hasta que Li me dijo que era francés.
¡Qué bien, tengo un vecino chino que se cree francés!, me consolé. Otro amigo, Louis, que es un medio francés, medio inglés, pensó que bromeaba cuando le dije que Li era francés:

- “Vaya francés”, dijo este “medio francés-medio inglés” contestando a un “medio serbio-medio croata”.

Pero tal vez no estaba del todo equivocado al poner en duda la “francesidad” de Li, porque al final resultó ser camboyano. ¡Vaya mundo en que vivimos! Es que hoy en día no hay nada sagrado y todos se burlan de todos, es que no hay personas puras que sean solo una cosa, que sean frutos del amor sin necesidad de consultar un diccionario. Es que las cosas ya no se hacen como Dios manda, ¿o qué?

Y nada, al final acepté a Li como a mi vecino franco-chino-camboyano y una noche le encontré buscando muebles por la calle para olvidarse de sus problemas amorosos. “Es un sistema chino” pensé. Si tienes mal de amores sales a la calle y buscas cosas que nadie quiere y por eso las ha tirado. ¡Qué profundo, qué chino, debe ser algo muy espiritual! Como son tan avanzados en las cuestiones espirituales. Pero qué va, de eso nada. El chaval estaba como yo y necesitaba cosas para el piso. Con cara de satisfacción me mostró un maletín de madera que pronto iba a convertirse en una mesa y una lámpara que seguiría siendo una lámpara durante un tiempo más. Y nos fuimos a tomar unas copas.

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