Una tenue, pero que muy tenue, luz entra en mi piso por las mañanas. De las cinco mil horas de sol de que debe disfrutar España a mí me corresponden unos quince minutos. Vivo en Ciutat Vella, vivo a la sombra de una gran Barcelona. Y tengo dos estaciones al año: el frío y el calor.
Mis únicas vistas son las de una biblioteca pública situada a unos dos metros de mi ventana. Tal vez por eso cada vez que entro en una casa nueva hago ver que me gusta el piso y salgo a disfrutar de su terraza. El otro día encontré una genial. Era el piso de Natasha, una clown brasileña que vive en un ático con muchas, muchas vistas.
- ¡Qué piso más chulo!, dije.
- Gracias.
- Ostia, se ve todo. Mira, ¡Montjuïc, la torre Catalunya, las chimeneas del Paral·lel! Joder, ¡qué bien! Per si se ven las estrellas. Esto es tener vista.
- En el trabajo también tengo unas vistas preciosas –me contó Natasha.
- Y dónde trabajas?, le pregunté.
- En un restaurante de la Barceloneta. Desde el fregadero veo el mar.
- Eres una chica afortunada. Con muy buena vista.
- Sí, tengo perspectivas –sonrió bajo su terreno de estrellas.
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