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El 2 de Mayo

Juan, un amigo venezolano, es guionista y dice que solía tomar mucho café en su país y que “ahora menos”. Ya no trabaja en lo suyo. Le conocí una noche en que hablábamos de los trabajos raros que habíamos hecho cada uno de nosotros. Juan nos ganó por goleada.

“Durante un tiempo estuve recogiendo salivas para una investigación sobre el cáncer”, dijo. “Iba de casa en casa esperando hasta que el cliente me escupía 10 centilitros de salivas dentro de un recipiente. Y no creas que fue fácil. Algunos tardaban bastante rato hasta escupir dicha cantidad, así que te tienes que enrollar y hablar con ellos. No te lo creerás, pero esto de escupir es un acto muy intimo”.

El otro día volvimos a vernos. Mientras tomábamos el sol y unas birras discutimos sobre cuánto tiempo dujra un trozo de carne en un vaso de coca-cola. De repente, nos dijo: “Relajémonos, amigos, y disfrutemos de este día porque unos hombres valientes lucharon y derramaron su sangre hace muchos años para que lo tuviéramos”. Y así fue. Ese día gasté como máximo siete neuronas y cuatro calorías. Era el 1 de Mayo.

El Día del Trabajador. La fecha más destacada en el calendario de mi infancia comunista cuando entre desfiles, fiestas populares y banderas rojas me veía, vestido con un uniforme azul y la estrella roja en el gorro, hinchándome de los pasteles y dulces que nuestras madres llevaban al colegio. Y cada año lo mismo, los mismos discursos -que ya nadie escuchaba-, sobre los derechos de los trabajadores, llamando a la unidad del proletariado, condenando la dictadura del capital y promocionando a nuestros “grandes líderes” y sus grandes amigos, aquellos que paseaban en sus grandes coches.

Pero, escondido detrás del escenario, el único que no aplaudía ni celebraba nada, era el 2 de Mayo, que esperaba su turno. A él le tocaba recogerlo todo después de la fiesta. Venía discreto y, en silencio, recogía las banderas, pancartas y basura del 1 de Mayo. Las ideas del día anterior perduraban en la memoria hasta que el sistema digestivo completaba el proceso de digerir todo lo consumido horas antes. Entre los grandes ideales, frases y emociones todos olvidaban que lo único cierto era que al día siguiente vendría el 2 de Mayo.

Dos décadas más tarde lo he revivido en España. Mi gorro con la estrella desapareció en la Guerra Civil de mi país como tantos otros, varios millones. Pero esta noche al vover a casa, ya entrado en el 2 de Mayo, he visto otro gorro parecido en una calle de Barcelona. Lo tenía apoyado sobre el pecho un indigente que dormía en una acera envuelto en periódicos. El gorro ponía “CC.OO”. Y parecía solamente un producto más. Como el jugador chino de la liga NBA que fue proclamado “Trabajador Ejemplar” por el Partido Comunista de su país.

¡Panta rey! Aunque parece ser que el 2 de Mayo tiene más sentido que su día predecesor, mi amigo y yo brindamos por el 1 de Mayo. Por lo que representa por la ilusión que conlleva. La misma que me hace creer que un día Juan y yo podríamos ser nombrados “Trabajador Ejemplar”.

(Por cierto, todos los que aún no hayan visto la película “Los Edukadores”, les recomiendo que vayan al cine rápido e intenten convencer a algún capitalista, neoliberal etc. para que les acompañe.)

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