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Vender frigoríficos en el Polo Norte

La verdad es que soy un emigrante mimado y que lo he tenido más fácil que los demás. He tenido suerte de estar con muy buena gente y, lo más importante, con gente que tenía papeles. Incluso yo mismo tenía algo similar: tenía permiso de estancia como estudiante y en teoría podía trabajar cuatro horas al día siempre que no entorpeciese mis clases. En la práctica, nunca conseguí que me hicieran un contrato. Varios de mis jefes intentaron asegurarme e incluso tengo número de la Seguridad Social, pero jamás han logrado concluir el proceso. Siempre había un impedimento, cosas de esas incomprensibles que abundan en la Ley de Extranjería.

Mientras llega el permiso definitivo de trabajo, voy haciendo lo que puedo. Y, entretanto, he descubierto que los “con papeles” también sufren lo suyo. Una amiga me dijo: “Yo soy legal y pago tantos impuestos que sólo pienso en “salir” de este sistema como sea. Y tú estás luchando para meterte en esta rueda, es bastante irónico”.

No comprendí la seriedad de sus palabras hasta que pagué mi primer impuesto al Gobierno español. No había pagado demasiados impuestos en mi país, así que fue una sensación rara.

El acontecimiento se produjo mientras trabajaba para el Círculo de Lectores, los primeros que iniciaron todo el proceso para contratarme, pero tuvieron que desistir pese a cumplir, aparentemente, todos los requisitos. El caso es que trabajé para ellos con un trabajo mercantil durante un par de semanas. Y también fueron ellos quienes me pagaron mi primer salario legal. Fue duro ver cómo aquellos porcentajes, desconocidos para mí hasta entonces, se iban comiendo la cifra que debía ser mi salario.

La experiencia como comercial me enseñó muchas cosas sobre este país. Me tocó trabajar como vendedor de libros en un lugar donde leer se considera un “¡hobby!” ¡Qué locura! Aún no entiendo esas encuestas en las que la gente dice que uno de sus hobbys es leer. Me parece una actividad cotidiana tan natural como lavarse los dientes y nunca he escuchado a alguien decir que su hobby es lavarse los dientes. Pero, al parecer, aquí sí lo es. Como los hobbys no son universales, imagino que muchos españoles no deben leer nunca, del mismo modo en que nunca practican el puenting porque es un hobby que, simplemente, no les gusta.

En cualquier caso, mi tiempo en el Círculo de Lectores me ofreció la maravillosa oportunidad de conocer en persona a ochocientos residentes en Cataluña cada día. Y tengo que decir que hay de todo, es una fauna muy variada. Y añado que no es verdad que en España falte organización. Lo que sucede es que hay muchísimos colores, gustos y costumbres. Y todos coexisten a pesar de esas diferencias.

El caso es que tuve un curro increíble. Ser un inmigrante que habla castellano con el acento de los actores que doblan a “los rusos malos” en las películas norteamericanas y vender libros en un país con un nivel de lectura bajísimo no es nada fácil. Y lo digo en serio. La gente no lee nada. La gent, tampoc.

El trabajo consistía en hablar y persuadir. “Hola, ¿te gusta leer?” De puerta en puerta, de persona en persona. La verdad es que a veces me sentía como un anuncio que se cuela en tu intimidad y destroza ese programa que te gusta tanto para venderte algo aprovechando que en ese momento, despachurrado en el sofá, estás desprevenido.

Ante mi charla, algunos me decían “no” con una sonrisa y mucha sencillez, y otros me soltaban un “no” que sonaba a ¡vete a la mierda! En cualquier caso, yo siempre seguía escaleras arriba y escaleras abajo diciendo: “Hola, una preguntita que estamos haciendo: ¿Te gusta un poquito la lectura?” (Nótese cómo pronto aprendí a utilizar los diminutivos cariñosos).

Había quien ni siquiera entendía la pregunta: "¿Que qué, que si me gusta la lechuga?", me dijo un viejecito. Otros respondían sinceros: "No, hombre, no leo nada". También había muchísimos que no sabalían leer.

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