Ahora que hay nuevo Papa, voy a colgar algo que escribí durante la última visita de Juan Pablo II a España:
"Llevo casi dos años en España. Ronaldo, unos meses menos. Yo, humilde terrícola, le saco ventaja a un supergaláctico. ¿A que es fantástico? Desde que llegamos hemos visto aterrizar al Papa, a Mule y la Mecca-Cola. ¿Pero se puede saber por qué establezco semejante paralelismo entre el crack y yo?
Para empezar, Ronaldo y yo nacimos el mismo año. Él en Brasil y yo en los Balcanes. Sin embargo, lo más importante es que su llegada al Real Madrid me ha ayudado muchísimo a entender España. En cuanto pisó suelo ibérico, Ronaldo se convirtió en la noticia más importante de los telediarios, incluida la información internacional.
¡Ronaldo ha fichado por el Real! ¡Qué alegría! Veía la tele y no me lo podía creer. El telediario empezó con un reportero en directo que señalaba el camino por el cual Ronaldo se escapó del aeropuerto para evitar a la pesada prensa.
¡Ya está en España! ¿Pero dónde?
Una hora más tarde, se emitió una entrevista especial con el camarero que le había servido su primer plato en España: “Ha comido ensalada, jamón ibérico, marisco, postre... Estaba de buen humor”, dijo el camarero más afortunado de la hostelería española.
El espectáculo se repitió, ampliado, cuando llegó Beckham. Desde que supe que iban a ficharle estaba esperando ansioso para poder ver noticias y programas sobre su esposa, sus hijos, su casa, su coche, su pelo, su bebida preferida, su plato favorito, su cuenta bancaria, su infancia, sus fans japoneses...
El Papa me despertó la mañana de su llegada. El campanario de la Catedral, los tejados del barrio gótico, las vistas desde la terraza. Todo esto desde mi nuevo lugar de residencia. “Passeig del Crèdit, Ciutat Vella, Barcelona”. “¡Cabrón, qué suerte tienes!”, me decían: “¿Vives a cinco minutos del mar, a cinco de la Catedral, a cinco de la plaza Cataluña?”
Desperté de mi primera noche en mi céntrico hogar barcelonés con un repentino BAM, BAMBAAAAAAAAAAAM, BAM, BABABABAMMMMMMMMMM. Ha llegado el Papa a Madrid, imagino que no quieren molestarle y por eso todo el ruido lo hacen en Barcelona. A las nueve de la mañana. BAAAAAAAAM. Estoy seguro de que también las oyeron en Madrid. Es que aquí les encanta hacer ruido.
En cualquier caso, debo reconocer que tal como está la vivienda en España he tenido mucha suerte. Un día vi un anuncio que decía “Se alquila habitación en piso grande de 110 m2. Muy soleado. Animales y música”. ¡Qué bien! Pero seguro que hay alguna pega, algo raro habrá... Pero como no tenía mucho que perder, fui a verla.
Llamé al número indicado y quedé con Emili, mi casero. Muy bien, un tío legal, muy directo y preciso. Vi el piso. De puta madre, todo muy bien y la habitación no estaba mal comparada con las que había visto antes. El precio era lo mejor, 220 euros al mes, gastos incluidos. Estaba esperando el “pero” y, finalmente, llegó. En este caso fue un “perro”, una diferencia fonética importante, aunque yo pronuncie ambas palabras casi del mismo modo.
El perro se llamaba Leo. Y el trato era siguiente: Emili, que es músico, se va de vez en cuando a tocar fuera de la ciudad y entonces necesita que alguien (léase “yo”) cuide del perro. Parece fácil, pero si se analiza es bastante absurdo. Yo debía asumir el papel natural que tiene un perro y ser su “guardián”.
"¿Qué te parece?", me preguntó Emili. Y la verdad es que hubiese dicho que sí aunque el "pero" hubiese sido un cocodrilo".
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