“¿Cuándo soy y cuándo estoy?”
Me explicaron que el verbo “ser” se utiliza para algo que no cambia o que, por lo menos, no cambia demasiado. En cambio, “estar” se usa para algo que es variable, no determinado.
Al final llegué a la conclusión de que hasta conseguir los papeles “estaría”, porque los inmigrantes son los que están.
Mi confusión con ambos verbos fue tremenda durante un buen período de
tiempo. Recuerdo que una vez ese cacao mental me supuso hacer el ridículo delante de veinte periodistas. Aquel día estaba haciendo de traductor de dos escritores serbios que estaban presentando un libro en Barcelona. En un momento de la charla, en lugar de traducir que “las madres son buenas”, dije “las madres están buenas”. Sin embargo, nadie pareció tenérmelo en cuenta, supongo que porque poco antes había dado un notición. Solté que Milosevic había sido un “matador” en lugar de un asesino.
Por suerte, los periodistas no eran de la prensa rosa o deportiva, porque puedo imaginarme los titulares de la mañana: “Nuestros reporteros descubren que el cruel dictador tiene una afición secreta: los toros”.
Madre mía, qué mal lo pasé aquel día. Antes de empezar con la rueda de prensa había advertido a los organizadores que no me sentía capacitado para aquella traducción, porque sólo llevaba nueve meses en España. Pero ellos insistieron en que no debía preocuparme, que sólo debía estar allí para ayudar, por si acaso, porque los escritores hablaban en inglés. En teoría, yo sólo debía intervenir si a los serbios les faltaba alguna palabra.
Este “optimismo” también es típico de los españoles. Muchas veces les he oído decir: “Lo más importante es que aguantes. Pase lo que pase tú no te pares, sigue hablando y no te preocupes por nada”.
Aquella vez también les obedecí. Y, excepto aquellas dos meteduras de pata, el show no salió del todo mal. En cualquier caso, lo bueno de llevar un año viviendo en este país es que uno acaba perdiendo el sentido del ridículo. Yo ya ni siquiera recuerdo qué es.
Aquella vez también les obedecí. Y excepto aquellas dos meteduras de pata, el show no salió del todo mal. En cualquier caso, lo bueno de llevar un año viviendo en este país es que uno acaba perdiendo el sentido del ridículo. Yo ya ni siquiera recuerdo qué es.
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