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La mano de Dios

Katia, que vino de Guatemala, nos dijo que no era un caso típico. Los demás participantes en aquella mesa redonda sí que lo éramos, pendientes de numerosos trámites que unos llevamos a cabo y otros no.

En el caso de Katia unos sacerdotes guiaron la “Mano de Dios” que puso los sellos necesarios para que su hermana fuese más eficiente a la hora de conseguir promocionar esa misma Mano de Dios entre aquellos que la ponen en duda. O sea, que nuestra compañera vino a España a través de la Iglesia católica formando parte de una Misión en su país natal. Y así fue como en un mes ya era residente y tenía permiso de trabajo.

Eso sí que es echar una “Mano”, digo yo. Y también fue eso lo que, después de la conferencia, me dijo un señor que antes había criticado mi actitud. Al parecer, le sorprendía que nos quejáramos de cómo están las cosas en España, a la que el se refirió diciendo “Una y Libre”. Según él, lo decía porque él mismo había sido inmigrante y ya sabía lo duro que es ir marcharse a un país ajeno sin conocer la lengua ni nada.

Cuando acabó con su testimonio le pregunté a dónde había ido él y me respondió que a Suiza. Entonces le dije que una cosa es emigrar ahora y otra hacerlo hace treinta años. A esto, el señor me añadió que él se fue con un contrato. Y entonces le contesté que se fue como Ronaldo y que eso no tenía nada que ver con nosotros. Al final me propuso seguir el ejemplo de Katia y “ya verás que dentro de nada lo tendrás todo”.

- “Vamos a ver” -le dije-. “¿¡Para poder quedarme aquí tengo que fichar por el Real Madrid o por la Iglesia!? Lo primero lo veo poco probable y lo segundo poco serio”.

Y me despedí de él con una palabra de Dios:

- ¡Adiós!

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