Gracias por ser tan majestuosamente normal. Gracias por tener la fuerza de no hacer lo que todo el mundo daba por hecho que harías. Gracias por dejar claro que no permitirás que sigamos creyendo que (¡en la vida real!) uno puede "ganar" sin sudar la camisa. Gracias por enseñarnos que ¡es un juego! Gracias por demostrar que nada está ganado antes de ser jugado. Gracias por aclarar que la vida no cambiará en noventa minutos de juego, por muy bien que los "tuyos" jugaran. Gracias por dejar que se apagaran las luces, para que podamos ver que nadie puede meter goles por nosotros. Gracias por no meterlo, maestro.
Diario de un emigrante balcánico en la Península Ibérica